El documento de Trump sobre la seguridad nacional de su país suscita enormes preocupaciones
El tono del documento es arrogante: “Ninguna administración en la historia ha logrado un cambio tan dramático en un periodo tan breve”, que en solo nueve meses ha logrado rescatar a su país “del borde de la catástrofe y el desastre”. Como consecuencia de éstas acciones “estamos logrando la paz en todas partes del mundo”. ¡Vaya, no lo sabíamos!
Trump es el más poderoso de los populistas de esta época amarga, que rechazan la idea de que su misión consiste en administrar, durante un término acotado, los problemas de las sociedades que gobiernan. Su misión es otra y de elevada jerarquía: transformarlas de raíz. Cómo lograrlo es una cuestión hasta cierto punto trivial que se deja para más adelante. Vivimos en una época de redentores y profetas, no de tecnócratas y gerentes. En “El rugido de nuestro Tiempo” Carlos Granés desarrolla esta hipótesis con admirable claridad.
Una fuente importante del declive de su país proviene de que sus antecesores realizaron “destructivas apuestas sobre la globalización y el denominado “libre comercio”, que destruyeron la clase media y la base industrial de la que depende la economía Americana y su preponderancia militar”. Es de no creer: al menos desde 1945, la nación más poderosa del planeta ha sido asaltada en su buena fe por el resto del mundo, como consecuencia de la torpeza de sus gobernantes, al parecer sin excepción alguna.
Es indispensable, por lo tanto, que Trump, se eche a cuestas el fardo de proteger a su país de cualquier “influencia extranjera hostil”, concepto que queda abierto a amplias interpretaciones. También considera indispensable evitar “la propaganda destructiva, las operaciones de influencia, la subversión cultural o cualquiera otra”.
Ignoramos el alcance de cada uno de estos novedosos conceptos; por ejemplo, qué pueda ser la “subversión cultural”. Sin embargo, no tenemos duda de que reprimir o manipular la cultura (el conjunto de valores, sensibilidades y creencias que la sociedad comparte y sobre los que debate) es incompatible con la libre circulación de ideas que es propia de una sociedad libre.
Su rechazo a los excesos identitarios -el “wokismo” de las administraciones demócratas precedentes- lo llevan al extremo opuesto: a la expulsión de personas homosexuales de sus cuerpos armados. De allí a que los excluyan del servicio público, y, eventualmente, de cualquier empleo, no hay mucho trecho. Los homosexuales han pasado a ser ciudadanos de segunda, como lo fueron los judíos en Alemania hasta cuando fue adoptada la “solución definitiva”: su exterminio en los campos de concentración.
La herramienta para superar los graves daños causados por las políticas de libre comercio son los “hermosos aranceles”, los cuales se imponen (así sean revertidos al día siguiente) violando compromisos adquiridos en el seno de la Organización Mundial de Comercio o en tratados bilaterales (por ejemplo, el celebrado con Colombia). La falacia es absoluta: la pérdida de ingresos derivados de las exportaciones de bienes ha sido más que compensada, entre otros, por los rendimientos de inversiones realizadas en el exterior, fletes, seguros, intereses, turismo y el pago de regalías por la explotación de su propiedad intelectual.
La depuración de quienes pueden ser recibidos en una “América” que Trump hará “grande de nuevo”, implica la abolición de las políticas de “Diversidad, Equidad, e Inclusión”. El concepto incorpora las políticas migratorias que tanto han contribuido al desarrollo de ese país. Ahora se erige una talanquera contra la población latina por mucho que se haya integrado y contribuido a su crecimiento económico. “La seguridad en la frontera es el elemento primario de la seguridad nacional”. Latinos: get out of here.
En la historia de las civilizaciones surgen, de cuanto en vez, los “pueblos bárbaros”, que son vistos por los poderes hegemónicos, que han llegado al cénit y comienzan a declinar, como amenazas a su sistema de valores. Combatirlos y expulsarlos se convierte en una tarea apremiante. J M Coetzee, nobel de literatura en 2003, escribió su novela “Esperando a los bárbaros” para examinar este fenómeno. Buena lectura de vacaciones.
Entendíamos que la doctrina Monroe, promulgada en 1823, era una reliquia histórica. En aquel entonces las repúblicas hispanoamericanas apenas habían logrado la independencia de España y comenzado el largo proceso de construir sus propias instituciones. Su objetivo consistió en notificar unilateralmente a Europa que el “Hemisferio occidental” hace parte de la esfera de influencia de los Estados Unidos. Amparados en esa retorica, dos décadas después los Estados Unidos arrebataron a Mexico la mitad de su territorio; y a Colombia, aunque por medios indirectos, el Istmo de Panamá. La huella de aquella invasión se recoge en una célebre expresión: “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”.
Este recuerdo es pertinente por el énfasis que la nueva política de Seguridad Nacional nos otorga a quienes habitamos en su “patio trasero”. “Queremos asegurarnos de que el Hemisferio Occidental permanezca razonablemente estable y suficientemente bien gobernado…”. El alcance de estas palabras no se define, pero sirve de sombrilla para expulsar al dictador Maduro, o para apoyar en Honduras a un candidato afín en términos ideológicos. Esperemos que se abstengan de ayudarnos a elegir un buen presidente en unos meses. Ese es nuestro problema y de nadie más.
Para precisar el alcance del “corolario Trump”, recogido en el reciente documento, el secretario de Defensa añadió que está listo para garantizar “a las tropas y a los actores comerciales acceso a áreas claves tales como el Canal de Panamá, el Caribe, el Golfo de América (hasta ayer no más conocido como el “Golfo de Mexico”) el Ártico y Groenlandia”. Se esgrime el viejo garrote de Teddy Roosevelt para que sirva de recuerdo. A veces los pueblos carecen de memoria.
Por buenos que sean los argumentos políticos para justificar acciones en curso en el Caribe o en el Pacífico oriental (o las meramente enunciadas) es incuestionable que ellas son contrarias a la Carta de Naciones Unidas, la cual establece el principio de no intervención en los territorios de los países miembros, aunque, por excepción, concede al Consejo de Seguridad la posibilidad decretar acciones militares colectivas en casos de especial gravedad.
Como si no hubieran transcurrido más de dos siglos desde la promulgación de la doctrina Monroe, Trump nos ha notificado que todos los países de Latinoamérica y los insulares del Caribe conformamos un gran protectorado suyo. Los Estados Unidos van a evitar que en nuestra debilidad e ingenuidad -es un mero ejemplo- escuchemos los cantos de sirena venidos de China. Sin duda, a ella refiere el documento cuando afirma que “no permitiremos que competidores que no provengan de este Hemisferio… puedan ser propietarios o tener control de activos estratégicos en nuestro Hemisferio”.
¿Se referirá, por ejemplo, al puerto de Chancay en el Perú y la red de carreteras que servirán para catapultar el comercio entre los países del Asia-Pacífico y América del Sur? ¿Hemos perdido autonomía para contratar las fases siguientes del Metro de Bogotá? ¿Podríamos vincular a inversionistas chinos, japoneses, indios y coreanos, o alemanes, franceses, británicos o australianos, en el desarrollo de la Orinoquía? ¿Habrán quedado prohibidas estas opciones?
Al revisar la presencia militar de los Estados Unidos en nuestra región, se nos notifica que “se realizarán desembarcos focalizados para asegurar la frontera y derrotar carteles”, una convalidación anticipada de lo que puede pasar, tanto en Venezuela como en Colombia, amenaza respecto de la cual, que yo sepa, los candidatos de origen liberal -la franja con la que me identifico- nada han dicho.
Según la política de Seguridad estratégica, Europa adolece de una crisis civilizatoria por el crecimiento de la población no europea, el mismo sesgo racista que inspira su posición frente a America Latina. Por eso Trump juega del lado de los gobiernos de extrema derecha que persiguen debilitar la Unión Europea. La vieja idea de divide y reinarás.
Gracias a quienes me hayan leído éste año.





