Opinión
Las incoherencias del supuesto acuerdo nacional
Cuesta imaginar que un equipo tan poco inclinado al debate abierto, serio y técnico, esté realmente interesado en escuchar algo que no sea su propio eco.
El gobierno de Gustavo Petro ha lanzado, con toda la parafernalia, su propuesta del tan mencionado acuerdo nacional. Una iniciativa que, en teoría, busca unir a un país que, entre tantas crisis y conflictos, parece más roto que nunca. ¿Y qué mejor que hacerlo bajo cinco pilares fundamentales? Desde la paz impuesta a la fuerza hasta la protección de los derechos humanos... Bueno, de los que coinciden con el gobierno, claro.
Sin embargo, tras dos años de discursos repetidos, no podemos evitar preguntarnos: ¿es este llamado un genuino intento de unir al país o simplemente otro episodio de la serie ‘La eterna campaña de Petro’? Porque si algo ha quedado claro, desde el 7 de agosto de 2022, es que el presidente y su gabinete parecen incapaces de desactivar el modo electoral. Cada intervención pública suena como un remix de la misma vieja canción: “El país necesita un cambio”. Pero con el pequeño detalle de que, en lugar de estar pidiendo el voto, ya deberían estar administrando.
¿Cuánto tiempo más pueden seguir culpando al pasado? Sí, es cierto, los anteriores gobiernos no dejaron el país como un jardín del Edén, pero ¿no es ese el verdadero trabajo de un gobernante? Enfrentarse a los problemas, no solo señalarlos como quien juega un eterno partido de ping-pong. En cuestiones de salud, seguridad, educación e infraestructura, el gobierno ha mostrado una gran habilidad para mirar hacia atrás, señalando los errores de quienes le precedieron, mientras sus propias soluciones parecen estar aún “en construcción”. Gobernar con la vista puesta en el retrovisor siempre será una excelente receta para... no avanzar.
La obsesión con buscar culpables solo revela una preocupante falta de capacidad para asumir el control del presente. Mientras se siguen echando culpas, ¿quién está realmente a cargo? Gobernar significa tomar decisiones, a veces impopulares, pero necesarias. Y claro, enfrentar la crítica, no huir de ella. No se trata de enumerar los males heredados, sino de transformarlos. ¿Acaso no era esa la promesa? ¿Soluciones mágicas a problemas estructurales, con o sin acuerdo nacional?
Ahora bien, la idea de un acuerdo nacional sería loable... si el gobierno realmente tuviera intención de dialogar. Pero cuesta imaginar que un equipo tan poco inclinado al debate abierto, serio y técnico, esté realmente interesado en escuchar algo que no sea su propio eco. Porque, al final, ¿no debería un presidente gobernar para todos, no solo para quienes le aplauden?
Es momento de que la administración de Petro despierte del letargo electoral y asuma la tarea real que tiene enfrente. Los colombianos no pueden seguir esperando, mirando cómo las promesas de campaña se diluyen en un mar de discursos vacíos. ¡Menos palabras, más gobernar! Porque, al final del día, el país no necesita más excusas; necesita soluciones. Y, hasta ahora, el acuerdo nacional suena más a un acuerdo consigo mismo.