Opinión
Los culebrones del Palacio de Nariño tras dos años de Gobierno
Petro también actuó con absoluta desfachatez al resucitar una embajada que llevaba 20 años sepultada con el único propósito de silenciar a Armando Benedetti.
Ni político pulcro ni defensor de la democracia. Gustavo Petro ha dejado señales inequívocas de que encuentra en la corrupción un mal relativo y que los principios democráticos no los considera inamovibles.
En el Ecuador del gobierno de ultraizquierda, ni el Palacio de Nariño ni el Pacto Histórico han dado señales de querer eliminar las fétidas costumbres políticas, pese a la promesa de cambio que millones de colombianos les compraron. Los politiqueros siguen robando el erario a paladas, tanto a escala local como nacional, y, a la hora de hacer balance, el primer socialista que llega a la jefatura del Estado dejó rasgos que retratan el verdadero rostro de su inquietante personalidad.
Habría que empezar por recordar el culebrón, digno de la pluma de su querido Gustavo Bolívar, que buscaba evitar que lo salpicaran los delitos que cometió su retoño cuando era uno de los encargados de su campaña electoral en la costa caribe.
Para muchos resultó decepcionante que el presidente de un país de fuertes valores familiares llegara al extremo de repudiar públicamente a su hijo con el vano intento de salvar su propio pellejo. Petro creyó que minimizando la importancia que Nicolás había tenido en su vida enviaba el mensaje al país de que los delitos obedecían a los genes maternos y nada tenían que ver con su manera de ser.
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Como el presidente acostumbra a mirar el mundo desde la cima de su olimpo, fue incapaz de anticipar que el rechazo emocional devastaría a su retoño a tal punto que aceptaría una entrevista con SEMANA. Nicolás Petro ventiló algunos trapos sucios y anunció que destaparía la olla podrida de la campaña electoral de su progenitor ante la Fiscalía General.
Alguien debió advertirle al gélido Petro que el rechazo fue una torpeza que le saldría muy cara. Su retoño, un joven de carácter débil, estaba ávido de cariño paterno. Y el presidente corrió a cerrarle la boca con un abrazo.
Organizó un viaje exprés de apenas unas horas a Barranquilla, en el avión presidencial, a costa del dinero de los contribuyentes, y asunto arreglado. Al mismo tiempo, para apuntalar el necesario giro de 180 grados del hijo, se apresuró a asegurarle que conseguiría una fiscal de sus afectos dispuesta a ayudarle.
A Petro la jugada le salió perfecta. Nicolás siguió el libreto presidencial y pasó de anunciar que cantaría a todo pulmón los secretos a encubrir a su papá y acusar al fiscal y a Raimundo y todo el mundo de presionarlo.
La segunda telenovela presidencial tiene de coprotagonista a la primera dama. Tras dos años de encuentros y desencuentros, ha quedado nítido que ambos utilizan los resortes del poder para resolver sus asuntos domésticos.
En el capítulo inicial y con absoluta desvergüenza, Petro designa íntimos amigos de Verónica Alcocer en altos cargos, incluso en el ICBF, sin estar capacitados.
En los episodios siguientes, ella denuncia ante la fiscal de su esposo fuego amigo para desprestigiarla, y el presidente le responde, en un viaje oficial, dándole una bofetada muy peliculera: un paseo turístico en Ciudad de Panamá, de la mano de un travesti, a la vista de todos.
Petro también actuó con absoluta desfachatez al resucitar una embajada que llevaba 20 años sepultada con el único propósito de silenciar a Armando Benedetti, un polvorín que puede estallarle en las manos en cualquier momento. Guarda tantos secretos personales como los de una campaña que pulverizó todos los topes electorales y de las gabelas que entregó a cambio de la plata. Por eso también hace caso omiso de las denuncias de malos tratos que presentó la exesposa del jefe de su campaña costeña ante las autoridades españolas. Y como la izquierda es la reina de la incoherencia, las feministas más recalcitrantes voltearon la cabeza.
En cuanto a Laura Sarabia, continuamos sin conocer los pormenores del extraño caso de la plata perdida en su casa, cuya cuantía y origen siguen siendo un misterio que ha costado una vida, y de empleadas presentadas como miembros del Clan del Golfo para poder chuzarlas. ¿Qué habrá sido de Marelbys, que viajó varias veces a Caracas en el avión privado que usaba Benedetti, con fines desconocidos?
No entro ahora a valorar la compra, presunta, de los presidentes del Senado y Congreso, ni el resto de atracos al erario de funcionarios de la máxima confianza del presidente, que ya traté en una reciente columna.
En cuanto al desprecio de Gustavo Petro por los principios democráticos cuando los afectados no son de izquierda, no hay más que analizar su insultante indiferencia ante las medidas dictatoriales de su aliado Nicolás Maduro.
Tanto las amenazas a los pacíficos opositores que vocifera a toda hora como los asesinatos y detenciones arbitrarias de su policía matona, Gustavo Petro las responde con un silencio atronador, evidencia de su complicidad con la tiranía y su rechazo hacia María Corina Machado y los millones de venezolanos que exigen el retorno a la democracia y arriesgan su vida y su libertad para conseguirlo.