
Opinión
María Corina: el Nobel de la dignidad
Mientras que Petro defendía a Nicolás Maduro –la dictadura más cruel y corrupta del continente–, María Corina Machado resistía con su cuerpo, su palabra y su vida. Es el contraste más elocuente posible: uno justificando al verdugo y la otra desafiando al tirano.
Esta mañana amaneció con una noticia que, por una vez, reconcilia al mundo con el sentido común: el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a María Corina Machado. Y, con ello, el gran perdedor es Gustavo Petro. Me explico.
El presidente colombiano, que abiertamente hizo campaña por ese reconocimiento, veía en el Nobel la coronación de su narrativa populista y divisiva. Pero el jurado decidió otra cosa: premiar la valentía, la coherencia y la verdad. No al discurso fácil, sino a la lucha real por la libertad. No a los megáfonos de los espectáculos y las puestas en escena, sino a las acciones de años en favor de la libertad y en contra de la verdadera opresión.
Mientras que Petro defendía a Nicolás Maduro –la dictadura más cruel y corrupta del continente–, María Corina Machado resistía con su cuerpo, su palabra y su vida. Es el contraste más elocuente posible: uno justificando al verdugo y la otra desafiando al tirano.
He tenido la oportunidad de entrevistar a María Corina muchas veces. Siempre directa, firme, sin dobleces. Pero hay una conversación que nunca olvidaré: fue en 2013, cuando llegó a Bogotá con morados y golpes en la cara. Acababa de ser asediada por los esbirros del régimen. Recuerdo su mirada serena, su voz sin temblores. No hablaba desde el resentimiento, sino desde la convicción de que la libertad vale cada golpe. Esa entrevista me marcó. Vi en ella no solo a una política, sino a una mujer de acero, dispuesta a pagar cualquier precio por decir la verdad. Mujerón.
Hoy, más de una década después, esa mujer es reconocida con el máximo galardón internacional a la paz. Pero su paz no es la de los discursos vacíos ni la de los foros elegantes; es la paz que se construye resistiendo la barbarie, enfrentando a los narcos en el poder, denunciando a los cómplices y levantando la voz cuando todos callan.
María Corina representa la resistencia moral de América Latina. Su lucha no es solo contra Maduro, sino contra el sistema de impunidad que permite que dictaduras y populismos se perpetúen. Es una batalla que inspira a millones de venezolanos, pero también a millones de latinoamericanos, que han visto cómo el autoritarismo se disfraza de democracia. Es realmente emocionante.
Y, sí, confieso algo: no soy fan del Premio Nobel de la Paz. En demasiadas ocasiones lo han otorgado a personas sin mérito o con causas más mediáticas que morales. Es un premio que a menudo se mueve desde lo político y no desde lo meritorio. Pero esta vez acertaron. Este Nobel no se entrega a una burócrata ni a un ideólogo, sino a una guerrera civil. A una líder que ha enfrentado la tortura, el exilio, la persecución y la censura. Que ha visto morir a sus compatriotas y, aun así, nunca ha dejado de creer que Venezuela puede volver a ser libre. Su premio es también un homenaje a un país que ha sufrido tanto por culpa de un régimen asesino, narcotraficante y cruel, que sin vergüenza recibe apoyo, protección y admiración de Gobiernos como el de Gustavo Petro.
Mientras tanto, el presidente colombiano observa desde la acera opuesta, seguramente con envidia y el ego golpeado. El mandatario que se autodenomina líder global –y que sus seguidores sin duda catalogan como intergaláctico– desprecia a quienes defienden la democracia. Por eso reaccionó con un lánguido trino que daba la noticia sin siquiera felicitar a la heroína venezolana. Mísero. El hombre que pretendía el Nobel como premio a su discurso de división hoy ve cómo el reconocimiento más prestigioso del mundo se lo lleva una mujer que representa todo lo que él no es: coherencia, coraje y compromiso con la libertad. No hay mayor ironía ni mayor justicia. María Corina Machado, símbolo de dignidad y esperanza, es el rostro de la verdadera paz: aquella que no se negocia con tiranos ni se compra con silencio. Hoy América Latina tiene a quién mirar sin vergüenza.
Y Venezuela, por fin, tiene una nobel de verdad.