
Opinión
Medusa: una joya con acento ajeno
Si la idea era hacer justicia al acento de la ciudad, la producción habría hecho bien en considerar talentos locales.
En los últimos días, la serie Medusa ha conquistado tanto titulares como debates apasionados. La producción colombiana, disponible en Netflix, se sumerge en los oscuros secretos de la familia Hidalgo, una estirpe poderosa de Barranquilla, y lo hace con una trama intrigante, una fotografía impecable y una dirección pulida a cargo de Felipe Cano y María Gamboa. Sin embargo, más allá de los elogios que, con justicia, merece la serie, hay un tema que ha provocado una ola de críticas: el acento de los personajes.
Antes de abordar ese punto, vale la pena detenerse en la maniobra magistral que precedió el estreno. La reacción del abogado Abelardo de la Espriella, asegurando haber logrado cancelar la serie, resultó ser una estrategia publicitaria brillante. Este tipo de tácticas, conocidas como “publicidad de choque” o “controversial marketing”, son habituales en el mundo del entretenimiento y cumplen con el objetivo de captar la atención de todos, incluso de quienes jamás habrían escuchado hablar de la serie. Y funcionó: Medusa se convirtió en tendencia y, con o sin polémica, muchos terminaron oprimiendo play.
Fue ahí cuando llegó el verdadero choque: el acento. Aquí es donde la serie, a pesar de su sobresaliente propuesta visual y narrativa, se tropieza. Barranquilla, una ciudad vibrante y diversa, se muestra en todo su esplendor en cada toma, pero los diálogos, en ocasiones, suenan extraños, poco naturales. La decisión de los productores de evitar el acento neutro —una opción prudente y probada en producciones internacionales— parecía legítima y hasta aplaudible si se buscaba autenticidad. El problema surgió cuando esa autenticidad se encomendó a actores cuyo origen y oído no son costeños.
Es indiscutible que el talento de Manolo Cardona, Sebastián Martínez, Sebastián Osorio y Diego Trujillo no está en discusión. ¡Pedazos de actores!, pero en varios momentos, sus intentos por sonar barranquilleros dejan entrever una impostura que, lejos de aportar, distrae. En contraste, Juanita Acosta, pese a sus años viviendo en España, logra una neutralidad que se acerca mucho más a la forma en que se expresan las jóvenes barranquilleras hoy en día. Pero en los demás casos, el resultado a veces peca de artificioso y, lamentablemente, le juega una mala pasada a la serie.
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Y como si lo anterior fuera poco, el uso de modismos desactualizados como “nojoñe”, “careñame” y el desmedido y poco preciso uso de “mondá” hacen pensar que los productores olvidaron consultar a un asesor local que los ubicara en el verdadero hablar barranquillero actual. Porque en Barranquilla, sí, se dice “mondá”, pero no a diestra y siniestra. Es un término que exige contexto y grado de confianza. Lo que se percibe, en cambio, es un intento excesivo por remarcar lo costeño, logrando el efecto contrario: un lenguaje forzado y, a ratos, poco verosímil.
Si la idea era hacer justicia al acento de la ciudad, la producción habría hecho bien en considerar talentos locales como Pedro Palacio, más barranquillero que el Monocuco y con una capacidad actoral y camaleónica para encajar en cualquier personaje al que termina, como hace siempre, pegando con toda. O a Mario Espitia, quien siempre impregna de autenticidad a sus papeles. Y ni hablar de Ismael Barrios, cuyo acento cartagenero habría sido perfecto para el papel de Damián Hidalgo, aportando un desparpajo y elegancia que solo alguien con raíces costeñas podría transmitir.
Aun con todo, es justo decir que Medusa no merece ser reducida a un debate sobre acentos. Su trama densa y bien hilada, la calidad de sus escenas y el atrevimiento de explorar los rincones oscuros del poder en una ciudad como Barranquilla son méritos que deben ser reconocidos. Quizá, la verdadera lección aquí es que, en la búsqueda de autenticidad, el “cómo se dice” puede llegar a pesar tanto como “lo que se dice”. Un acento neutro habría evitado polémicas; un asesor adecuado habría afinado los detalles.
En conclusión, Medusa es una gran serie con un error que empaña, pero no opaca sus virtudes. Ojalá la atención pueda pronto trasladarse de las críticas por el acento a los aplausos por una historia bien contada y una producción que, en muchos aspectos, deja el listón alto para la ficción nacional. Porque más allá del ruido y las polémicas, lo que de verdad importa es que Barranquilla, con su luz, su gente y ahora también sus sombras, tiene historias que contar.