
Opinión
No competimos, no exportamos, no hay futuro
Una política que transforme al Congreso y lo centre en la transparencia y el bien común.
Las contradicciones del Gobierno Petro lo definen. Sus indignidades para gobernar también. Estas últimas no parecen tener relevancia en un sistema político que hace rato perdió autoridad moral y resorte institucional para condenar la indignidad y la inmoralidad. Por ello, confiar, como reclaman algunos, que un Congreso poblado de infames y negociantes sea el fiel para sacar a Petro del poder por indignidad o imputación penal, no solo resulta iluso, sino que distrae del ejercicio político requerido para la transformación de la política.
Una política que transforme al Congreso y lo centre en la transparencia y el bien común, acabe con las credenciales familiares y de negocio y promueva la transformación de la acción del Estado, requiere ir más allá de la indignación y la especulación jurídica.
Claro que los colombianos eligieron a una persona sin derrotero ético ni moral, un incapaz esquizofrénico, un comunista pleno y un guerrillero no reinsertado ni arrepentido. ¡Y lo eligieron dos veces!: para su desastrosa alcaldía y para el presente purgatorio.
La capacidad del votante latinoamericano para elegir mal es infinita. Hace parte del “delirio americano” que bien presenta Granés. Se basa, creo yo, en la perversa mezcla de incultura, superstición, facilismo y envidia.
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Por eso, de cara a la probable validación de la convocatoria a la consulta laboral de Petro, ya que poco carácter y criterio político cabe esperar del Senado de la República, resulta apremiante convencer al pueblo colombiano de la perversidad del populismo laboral que se utiliza como salvavidas de última instancia para mantener en el poder a la izquierda corrupta, mentirosa e incompetente que nos conduce frenéticamente al despeñadero.
Frente al populismo laboral, este país —como tantos otros— parece no tener ni el liderazgo adecuado ni el recurso retórico pertinente. Y ¡ojo! Esta deficiencia no es patrimonio exclusivo del subdesarrollo latinoamericano. La Unión Europea, entre otros, ha generado por su cuenta una inflación de costos laborales que la ha ido sacando de muchos mercados preciados y en los que ostentaba liderazgo, y la ha enterrado en una migración que detesta y frente a la cual es hipócrita, mentirosa y contradictoria. Estados Unidos llora por los ojos del desastroso Trump su competitividad perdida por décadas de propiciar sobre costos laborales, normativos y ambientales que ahora nadie quiere pagar y que de manera chambona busca compensar con la guerra comercial.
La tesis de que la alta productividad comparativa de su mano de obra le permite mantener ventajas en bienes manufacturados de alto valor agregado que compensan la inviabilidad económica de gran parte de su producción industrial, ya no se sostiene ni en países con altas tasas de inversión en bienes de capital y alta tecnología. Asia en general se los está devorando en el mercado de exportaciones y, obviamente, en la atención de su oferta interna, desde el vestido y el calzado hasta la alta tecnología, pasando por la oferta automotriz e industrial. Incluso en los alimentos, que tanto subsidian y protegen, empieza la fortaleza Europa a derrumbarse.
Es cierto que en la productividad comparada de un país no solo el alto costo laboral es determinante a la hora de competir. Son esenciales, como lo repiten cada cierto tiempo, costosos y enjundiosos estudios de competitividad nacional que nadie lee, impuestos competitivos, energía barata, infraestructura de calidad y buena mano de obra.
Ninguno de nuestros tecnócratas socialistas ni de nuestros políticos electorales de carrera nos hablará de estos factores. ¿La razón? Porque ellos llevan décadas aumentando los costos laborales, los impuestos, destruyendo la competencia que permite la energía barata, haciendo mal la infraestructura y educando peor a nuestros niños.
La gran intelligentsia chibchombiana no hablará de estos vacíos en nuestra competitividad para enfrentar la consulta popular de Petro, por cuanto estos vacíos son fruto de su incompetencia y falta de carácter durante décadas en el poder. No hablarán de ello porque, además, creen que es impopular y que les resta votos que no tienen.
Pero como nuestro país, a pesar de los delirios naranjas del pasado reciente, no puede vivir de la economía del conocimiento, por la sencilla razón de que gracias a la nunca enfrentada Fecode no lo tiene, pues tiene que vivir de lo que sí tiene.
Y tenemos una cantidad razonable de recursos naturales. No muchos y generalmente mal explotados. Y de ellos pretenden vivir, en la legalidad o la ilegalidad, una porción mayor de colombianos que trabajan poco y prefieren vivir bajo el canon universal aquel del chantaje y la pereza de que el vivo vive del bobo y el bobo de papá y mamá. En efecto, de nuestras rentas petroleras y mineras viven cada vez más parásitos y delincuentes. Unos con las consultas previas, otros secuestrando la contratación de Ecopetrol y muchos más beneficiándose de subsidios nacionales y locales que tanto satisfacen a los políticos que los promueven o mantienen, y tanto complacen a los que los reciben, que nunca salen de la pobreza por cuenta de ellos como treinta años de asistencialismo populista lo demuestran. Otros con las minerías ilegales promueven tal vez el mayor segmento de exportaciones del país: el del crimen organizado.
Pero de las materias primas únicamente no podemos y no debemos vivir. Debemos producir valor agregado. Modestamente. Aprovechar lo que quede del near shoring que afanosamente Estados Unidos promueve para deshacer sus errores del pasado que lo pusieron en manos de su némesis chino.
Eso hay que explicarles a los millones de colombianos que serán tentados por la consulta laboral de Petro: que cargando de mayores costos y gastos laborales las cuentas del sector productivo, nuestros hijos no se irán para el carajo, se irán para otro lado a producir y trabajar como locos para alcanzar sus sueños.