Enrique Gómez Martínez Columna Semana

Opinión

Nobel no, Atila sí

Enrique Gómez
13 de octubre de 2025

Solo una mente descuadernada, o el más ávido de los aduladores, podría llegar a pensar que Petro merecería un premio de cualquier tipo. Mucho menos un premio Nobel.

En días pasados hemos tenido que ver ambos casos. Ya fuera el mismo Petro, que con su desconcierto e irritación con el reconocimiento otorgado a María Corina Machado, sangra por la herida, literalmente, formulando pesadas críticas a la homenajeada y esquivando, a la vez, cualquier crítica al dictador vecino.

Primero, Petro diluyó la importancia del galardón de Machado felicitando primero a la ganadora del mismo Wangari Maathai, quien lo había recibido en 2004 y quien falleció hace catorce años.

Luego le ha enrostrado a Machado la búsqueda de apoyos pasados y recientes de Israel para la causa democrática en Venezuela, resaltándolo como incoherencias intolerables de la receptora o del Comité Noruego del Nobel.

Finalmente, Petro aprovechó la oportunidad para criticar la presión ‘yanqui’ sobre Venezuela y su presidente/jefe de cartel, reclamando, con énfasis de megáfono, la ‘liberación’ de Venezuela oprimida por los misiles norteamericanos.

En la orilla del oportunismo lambón, tan revelador acaso del sentir del adulado, Daniel Quintero afirmó que era inaudito que a su “jefe” Petro el Comité del Nobel no le hubiese dado el premio, porque Petro “se lo merecía”.

Si hay un país que no puede darle mayor trascendencia al Premio Nobel de Paz, pues ese debería ser Colombia: ¡Juan Manuel Santos lo recibió!

Esta afirmación implica no confundir la justicia o injusticia de causas con el reconocimiento que los extraterrestres noruegos hagan con sus galardones, cada vez más devaluados por sus incontables ambigüedades y la separación constante de los criterios rectores estipulados por el creador de los galardones. Así mismo, lo afirmado también implica que el galardón no es fiel de la coherencia que puedan tener o no los receptores del mismo, empezando de nuevo por Juan Manuel Santos.

Lo chistoso y relevante es la presunción de Petro y sus seguidores de que ante la imposibilidad presente y futura, y sobre todo electoral, de que su obra de gobierno pueda merecer un juicio favorable del pueblo que gobierna, pueda entonces, por gracia de sus desafueros mediáticos, recoger el favor de la opinión pública internacional para su persona.

Un Gobierno que literalmente se ahoga en los excrementos de sus fracasos, sus corruptelas y sus incoherencias, se agarra exitosamente de la agenda externa para sobrevivir a cada día de violencia guerrillera, inseguridad urbana, destrucción de la salud, deterioro del empleo o crisis energética.

Y el éxito del Gobierno se materializa en esta misma columna, si se quiere. Al final, Petro logra que hablemos de él.

Si hubiera un premio al que el presidente pudiese aspirar, debería llamarse el ‘Premio Atila’. ‘El azote de Dios’ resalta una característica compartida con Petro: donde su caballo pisa no crece la hierba.

Todas las áreas de política pública promovidas por Petro, por vía de acción ejecutiva o legislativa, han quedado destruidas. Y, como bien dicen muchos, ¡menos mal que es un paquete ejecutando así como todos los que lo rodean!

Petro definitivamente es pasado, a pesar de que siga siendo un peligro para la democracia en las próximas elecciones. Pero los efectos de su ira poblarán desgraciadamente nuestro futuro y todos ellos lo harían acreedor del Atila.

Muchos efectos son brutalmente materiales y muy difíciles de reversar. Verbigracia: el control territorial y poderío económico alcanzado por guerrillas y mafias, el déficit fiscal y el crecimiento de la deuda pública y los costosos intereses contratados, el debilitamiento operacional de la fuerza pública, la ruptura en la exploración petrolera y gasífera, el déficit financiero del sistema de salud y el deterioro de sus indicadores, el retraso en proyectos de generación y transmisión eléctrica, la falta de diseños en proyectos de infraestructura, la caída de la inversión privada, etc.

Otros efectos, tal vez los más graves, son los del universo de la confianza y la percepción. Más graves por dispersos, diversos y menos evidentes. Se reflejan en la percepción de que el petrismo puede, probablemente, volver al poder en 2030 por lo difícil que la trae el próximo gobierno. En la percepción de que la institucionalidad nacional resiste, pero opera lenta e indiferentemente ante los desafueros ejecutivos. En la sensación de inseguridad jurídica generalizada por los bandazos y ambigüedades de decisiones judiciales. En la percepción válida de que todos los problemas crónicos se han agravado y que se han agregado nuevos. En la migración acelerada de nacionales y capitales, en la ausencia de consensos políticos de fondo sobre los cambios urgentes requeridos en el rol del estado en la seguridad, lo social y lo cultural.

En los efectos materiales, la acción ejecutiva del próximo Gobierno tendrá que adoptar severas y duras decisiones enfatizando la obtención rápida de resultados que liberen las fuerzas del orden y el poder de la acción empresarial, a la vez que transmitan confianza y sentido de propósito a la Nación. Las transacciones son inevitables y serán costosas para muchas sensibilidades e intereses especiales.

Recrear la confianza nacional e internacional implicará, por su parte, un discurso que motive la fe y la convergencia mientras se alcanzan hitos materiales contundentes. Un reto monumental, sobre todo ahora que los intereses especiales de los grupos económicos y la clase dirigente malgastan tiempo, recursos y talentos en la guerra del codo para prender candidatos sin futuro para poder negociar y mantener sus privilegios de siempre en las primarias de marzo o en la primera vuelta de mayo del 2026.

Abelardo de la Espriella está galvanizando el sentir popular de manera arrolladora y veloz gracias a la claridad del mensaje, la potencia del discurso y la independencia de su postura. Los grupos de poder pretenden doblegarlo o “negociarlo” en una agenda suicida en la cual contemplan incluso la alianza con la izquierda radical para preservar el statu quo que los beneficia. El imperio de Atila no sobrevivió a la derrota infligida por Aetius en los campos Catalúnicos en 451. El Imperio Romano no sobrevivió al asesinato de Aetius por parte del emperador Valentiniano III en 454. La historia sí se repite: la de Roma o la de Venezuela.

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