
Opinión
Nunca está más oscuro que antes de amanecer
A Miguel Uribe Turbay y su familia, en memoria de doña Nydia Quintero y su hija Diana, Q. E. P. D.
La noche oscura del alma es el preludio del despertar…
Todos en algún momento de nuestra vida pasamos por lo que san Juan de la Cruz llamaba: “La noche oscura del alma”, una experiencia espiritual profunda en la que el alma experimenta una especie de vacío interior y todo parece carecer de sentido y significado. Es un periodo de sequedad intensa, tan desgarrador que llegamos a sentir un aparente abandono de Dios.
No se trata solo de sentir un profundo sufrimiento emocional, sino de una purificación interior necesaria a través de la cual, sin darnos cuenta, se va gestando en nosotros una transformación en medio de la oscuridad, siempre y cuando estemos en una apertura de docilidad y humildad.
Cuando atravesamos este umbral del dolor interior, no encontramos consuelo ni claridad, pero es precisamente ese vacío el que nos prepara para trasegar el camino hacia el esclarecimiento, que nos llevará a la plenitud. Es un proceso de transformación espiritual, es una metamorfosis dolorosa, pero esencial para alcanzar la verdadera paz interior.
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¿Qué podemos hacer para resistir y atravesar este camino de espinas, cuando parece que todo se torna más gris, más difícil, más tenebroso y se nos van agotando la fe y la esperanza?
Confieso que llevo un buen tiempo intentando escribir sobre la fe, la esperanza y la poderosa fuerza interior que nos habita; sin embargo, es muy difícil hacerlo cuando, como san Juan de la Cruz, tienes la tentación de caer en la desesperación y la desesperanza.
Estoy segura de que hoy, muchos habitantes de la Tierra se sienten como san Juan, si se piensa en tanta devastación ética y moral, tanta incoherencia y en la invasión de la absoluta decadencia; esta batalla sin fin entre el ego y el espíritu nos lleva a sentir que estamos encarnando a san Juan en algún área de nuestra vida.
En mi caso particular me embiste una profunda tristeza, la de sentir el dolor de una familia que, a través del tiempo, sigue aferrada a la fe y a la esperanza, aun cuando pareciera que hace más de treinta años esperan ese despertar que los conduciría a un nuevo amanecer.
Hoy, un país entero anhela el despertar de Miguel Uribe Turbay; hoy, una hermana, un padre, una esposa, un hijo, una familia devastada por el dolor, al igual que cientos de amigos, buscamos la presencia escondida de Dios.
San Juan de la Cruz llegó a la conclusión de que Dios actúa en secreto y en silencio, aunque se hayan desvanecido la fe y el consuelo.
Hoy, en este mundo herido, hay muchos Migueles que están dando la más dura de las batallas entre la vida y la muerte, en una unidad de cuidados intensivos de un hospital, o en una trinchera de una guerra sin sentido a la que fueron empujados sin tener ni siquiera la opción de elegir si querían, o no, entrar.
Hoy tantas almas inocentes están como la de san Juan o la de Miguel, heridas de muerte, aturdidas, asustadas y desgarradas, pero sostenidas por la gracia de Dios y por la fuerza espiritual que las cobija siempre, aun cuando partan de este mundo terrenal y temporal, o cuando sigan habitando en él.
Entonces, en cada esquina manchada de sangre se escuchan los gritos del alma: ¿qué podemos hacer para resistir y atravesar este camino de espinas, cuando parece que todo se torna más gris, más difícil, más tenebroso y se nos van agotando la fe y la esperanza?
Esperamos con ansias que se repita en cada uno de estos lugares el milagro de Lázaro en el que Jesús le dijo: “¡Lázaro, levántate y anda!“.
Lázaro vivía en Betania y de repente enfermó gravemente, sus hermanas enviaron un mensaje a Jesús para pedirle ayuda. Sin embargo, Jesús no fue de inmediato, esperó un tiempo y cuando llegó, las hermanas estaban desconsoladas y le dijeron: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús, profundamente conmovido por el dolor de sus amigos, les dijo: “¿No les he dicho que, si creen, verán la gloria de Dios? ¡Lázaro, sal afuera!”, gritó y Lázaro salió vivo y sano.
María Carolina, la hermana de Miguel nos ha expresado de modo contundente y conmovedor: “Yo elijo solo creer en un milagro”. Aquí ya no estamos hablando de religiones, ni de creencias ni ideologías de ningún tipo; creo que cada uno de nosotros, en cada rincón del mundo, debe aferrarse a la fe, a la firme creencia de que los milagros existen y que seremos testigos del triunfo del bien por encima del mal.
Muchos elegimos creer en la victoria del espíritu sobre el ego, sobre la maldad y el rencor que intentan gobernarnos.
Hay centenares de familias alrededor de nuestra herida y rota humanidad que, en este momento, han elegido como María Carolina, Claudia y toda su familia, creer en los milagros; han decidido decirle ‘sí’ a la vida, ‘sí’ a la fe, ‘sí’ a la esperanza, ‘sí’ al dolor a pesar de todo, pues han comprendido que la noche oscura del alma es el preludio del amanecer y del despertar.
Hemos decidido creer que Miguel Uribe Turbay y cada alma guerrera como la de él, que esté dando la batalla por su vida en cualquier esquina del mundo, se levantará como Lázaro. Algunos regresarán a esta dimensión corporal y terrenal, pues aún no ha concluido su misión espiritual; otros se levantarán en otra dimensión, la dimensión de la vida eterna, en la que reina la paz, el perdón y el amor, al lado de Dios Padre. Es en esa dimensión sagrada en la que la madre de Miguel, Diana Turbay, y su abuela, doña Nydia Quintero, ya gozan del descanso eterno y brilla para ellas la luz perpetua.
¡La caída de los justos en el campo de la batalla espiritual será redimida!
Cuanto más vacía está el alma de quien obra impulsado por el rencor, más ruido hace con la violencia que sale de su interior perturbado; por esta razón, la guerra es la salida cobarde de quienes no saben dialogar para construir un mundo más humano.
“Pueden asesinarnos, pero no podrán matar lo que creemos”, dicen quienes creen en la paz y la justicia.
Los violentos “podrán silenciar nuestra voz, pero no el eco de nuestras convicciones”. Como le sucedió a Diana Turbay, a quien honramos hoy por su valentía y el legado que nos dejó tras su infame y cruel asesinato, podrán matar nuestros cuerpos, pero no la luz que encendimos.
Viktor Frankl escribía sus ideas en Auschwitz: “Nos pueden arrancar la vida, pero no el alma ni la causa que la sostiene”.
Hoy le susurramos al alma de Miguel: “Podrán apagar una vela, pero no detener el amanecer”.