Opinión
Ollas comunitarias
Es preciso vigilar la política social del gobierno para que no se convierta en un mecanismo de captura clientelista de ciertos sectores de la sociedad.
El Estado debe apoyar a quienes se encuentren sumidos en condiciones de pobreza, no importa cuáles sean los motivos de esa calamidad. Los debates, en consecuencia, deben ser no sobre el qué, sino sobre el cómo: la sostenibilidad fiscal de esas ayudas, el diseño de los programas, su implementación y evaluación. Y cuestión muy importante: las condiciones para que los beneficiarios se “gradúen” de los programas una vez estén en condiciones de valerse por sí mismos. De lo contrario, se convierten, como en tantas partes ha sucedido, en parásitos.
Tanto AMLO como Petro son gobernantes populistas: no confían en las instituciones, procuran centralizar en ellos el poder, ignoran los progresos sociales y consideran corruptos a sus antagonistas. Estas semejanzas ocurren también en sus políticas sociales.
En “México en el precipicio”, Macario Schettino, apoyado en cifras contundentes, ha hecho una evaluación del gobierno transcurridos cuatro de los seis años del mandato presidencial. Los resultados son terribles: “… mientras que las transferencias del gobierno al 20 % más pobre de la población se reducían, el apoyo a becas y programas sociales para el 30 % más rico creció en 129 %”. Luego añade que “en los primeros años del gobierno de López Obrador la pobreza se ha incrementado, En parte sin duda por el golpe externo que significó la pandemia, pero por sobre todo por la combinación de una economía estancada, resultado de decisiones del gobierno, y de los cambios en política social que privilegian la compra de votos, y no la atención a los más desfavorecidos”.
Cuenta nuestro país con tres programas sociales que han tenido éxito. “Familias en acción” que entrega a las familias pobres un estipendio monetario periódico a condición de que la salud de sus hijos sea verificada con regularidad y asistan a la escuela. “Jóvenes en acción” que beneficia a quienes ya han superado la educación básica para que continúen sus estudios o facilitar su inserción en el mundo laboral. Y “Adulto mayor” el cual suministra auxilios monetarios a ancianos carentes de recursos. Durante la pandemia se montaron otros programas, entre ellos un subsidio a las empresas bajo la condición de que preservaran su nivel de empleo.
Estos programas han sido mejorados por los diferentes gobiernos, tanto en su diseño como en su operación, especialmente por la exitosa utilización del (ahora odiado) canal bancario para hacer llegar con celeridad y eficiencia los apoyos monetarios. Por supuesto, hay críticas válidas que convendría corregir en vez de arrasar con todo. “Familias en acción” ignora la existencia de grupos familiares pobres que, por no tener niños o adolescentes, carecen de las ayudas que merecen. “Adulto mayor” tiene baja cobertura. Los apoyos transitorios con motivo del Covid-19 fueron, quizás con razón, glosados por insuficientes. No obstante, ningún observador serio ha dicho que esta política social haya sido utilizada para fines electorales.
Dos propuestas gubernamentales suscitan preocupación en ese ámbito; están incorporadas en el Plan de Desarrollo en un lenguaje técnico que no revela su alcance potencial. Ha dicho el presidente que: “Estamos preparando un programa de gran dimensión, de ahí que estemos hablando de esto de gestores de paz, porque queremos actuar con la juventud excluida, por lo menos en las zonas de más alta violencia de Colombia”. Al respecto, es preciso anotar que ser gestor de paz es un deber cívico que sobre todos los ciudadanos gravita, no un trabajo para el que exista demanda, salvo que el Estado sea el empleador.
Se trataría de vincular a cien mil jóvenes en ese programa que bien podrían actuar - lo digo yo, no el presidente- como un cuerpo de “guardianes de la revolución”. Harían bellezas en las movilizaciones populares a favor del gobierno; podrían antagonizar en las calles con la oposición y servir como promotores electorales. Me vienen a la memoria las camisas pardas y negras de fascistas y nazis, y las chaquetas que portaban los becarios de la “Bogotá Humana”.
Ahora la segunda inquietud, El presidente tiene una comprensible simpatía por las “ollas comunitarias”. Cuando era todavía un adolescente en Zipaquirá pudo observar las huelgas empresariales que entonces eran frecuentes. Decretada la huelga, el sindicato bloqueaba con sus carpas el acceso a la empresa e inmediatamente montaba su “olla comunitaria”. Luego, como guerrillero, vivió el mismo sistema (hacer la guerra y cocinar son actividades difíciles de armonizar); en años recientes pudo observarlo en los bloqueos viales. Abundan, pues, los motivos para que quiera revivirlas de manera permanente.
Se parte, sin embargo, de un diagnóstico erróneo: el problema del hambre no obedece a la falta de alimentos, sino a la falta de ingresos. Salvo en circunstancias extraordinarias que impidan su oferta, tales como una inundación o un derrumbe, o de la entrega de suplementos alimenticios a los estudiantes de colegios estatales, la solución adecuada es el suministro de dinero para que la población afectada tenga capacidad de compra. Pero aún, en circunstancias de interrupción del flujo de alimentos hacia un territorio cualquiera, la estrategia correcta consiste en entregar alimentos ya procesados; es más eficiente un helicóptero que cien ollas comunitarias.
Por supuesto, estructurar grupos de apoyo fidelizados con dineros estatales, y colectivizar la alimentación de sectores populares, son armas políticas poderosas. Sirven para convertir ciudadanos libres en clientelas sumisas. Siempre se puede recurrir a un viejo mecanismo: “pan y circo”.
La tentación que implica es elevada a pesar de que la ley de adición presupuestal fue una buena señal de austeridad fiscal, que, por ahora, no se han traducido en una reducción de las tasas de interés que el gobierno paga por su deuda. El problema es que se puede creerle a Petro o a Ocampo, pero es difícil creerle a ambos. “Los mercados” oyeron la reciente diatriba desde el balcón de Palacio. Y por desgracia entienden español.
Briznas poéticas: Bello conjuro de Darío Jaramillo: “Que el azar me lleve hasta tu orilla, / ola o viento, que tome tu rumbo, / que hasta ti llegue y te venza mi ternura”.