
Opinión
Patriotismo oportunista
No sorprende que Petro, en trance electoral, decida ondear la bandera nacional cuando la suya es la de “Guerra a muerte” y la de un movimiento guerrillero que cometió crímenes atroces.
Dictadores y populistas son siempre proclives a movilizar a la población contra enemigos externos, reales o ficticios. Fue lo que hizo Mussolini en los años veinte de la centuria pasada, cuando invadió Etiopía como parte de la recuperación del territorio que fue del Imperio romano. Hitler, a su vez, sostuvo que con su gobierno comenzaría el tercer reich (o reino) que tendría a su cargo la recuperación del Sacro Imperio Románico Germánico y del resultante de la unificación alemana realizada por Bismarck en el siglo XIX. Putin, al invadir a Ucrania, busca un objetivo similar: los límites de su país deben ser de nuevo los que tuvo bajo el imperio de los zares.
Un gobierno autoritario en el Perú apoyó la invasión a Leticia en 1932, causa de la pequeña guerra que entonces tuvimos con nuestros vecinos. Otro, de índole militar, condujo a la Argentina a la Guerra de las Malvinas, una tragedia para ese país en la que murieron miles de jóvenes inocentes. Colombia no puede caer en tentaciones belicistas.
En recientes declaraciones realizadas desde Leticia, dijo el presidente: “De ninguna manera dejaré perder el río Amazonas a manos del Perú”. La heroica postura de ese caudillo mundial parte de bases falsas. Lo que está en disputa no es la línea de frontera sobre el curso del Amazonas. Ella versa sobre la soberanía de una isla que no existía en 1934, cuando Perú y Colombia llegaron a un acuerdo sobre la soberanía con relación a las que entonces existían en la zona de frontera.
Según la información disponible, la isla de Santa Rosa se formó en la década de 1950, mientras que su colonización espontánea por nacionales peruanos comenzó diez años después. Con fundamento en los convenios vigentes, desde entonces Colombia pudo objetar esa dinámica y pedir que se pusiera en marcha el mecanismo estipulado para resolver sobre las islas que fueran surgiendo en virtud del capricho de las aguas. Ninguno de nuestros gobiernos, desde entonces hasta ahora, hizo nada, prueba contundente de las falencias de la política de fronteras.
Como guardamos hondo silencio frente a lo que ocurría ante nuestros (miopes) ojos, el Congreso del Perú, en fecha reciente, decidió consolidar la situación. Es el camino que lo conduce a invocar un principio de derecho internacional ampliamente conocido: Uti possidetis de facto, el cual consiste en que el Estado que ha poseído de manera continua, prolongada y pacífica un determinado territorio, puede conservarlo.
Si así fuere, como imagino, cabe examinar dos alternativas: la primera, que hay que descartar por estúpida, es declararle la guerra al Perú para recuperar lo que nunca tuvimos: una pequeña isla en medio del Amazonas. La segunda es cercana a lo imposible: como por voluntad propia dejamos de ser miembros de la Corte Internacional de Justicia, en la actualidad, no podemos acudir a ese foro ni a ningún otro, a menos que sea en virtud de un acuerdo entre ambos Estados.
Lo pertinente, aunque no genere dividendos políticos, consiste en adoptar las medidas adecuadas para resolver un problema inmediato y urgente: que Leticia no pierda su acceso al río como consecuencia de un grave y dilatado proceso de sedimentación que afecta al brazo colombiano. Para movernos en esta dirección no necesitamos pedirle permiso a nadie. Sin embargo, intervenciones en ese sentido no resuelven el problema estructural: los ríos se gobiernan solos, y más el Amazonas, que es el más caudaloso del mundo. El problema de sedimentación probablemente aparecerá de nuevo más adelante. Además, las intervenciones humanas pueden tener consecuencias fatídicas. Lo digo con tristeza al recordar el deterioro de los dos ríos de mi infancia ensoñadora: los que cruzan a Medellín y a Cali.
Por estas razones, es mucho mejor fortalecer la cooperación en nuestra frontera común con Brasil y el Perú en procura de solucionar problemas tales como la deforestación y el asedio que padecen las comunidades indígenas.
Dicho esto, es preciso reconocer que el momento es malo. Petro, en una insólita injerencia en asuntos internos del Perú, decidió respaldar hace un par de años a un presidente golpista, y ahora decide exponer a grito herido sus oportunistas reclamos. A sus palabras hicieron eco, en términos igualmente censurables, dos de sus ministros. A esto se suma el acto de provocación de un político cuestionable (y cuestionado por la Justicia) cuyo propósito consiste en parecerse a Petro. Ir a plantar una bandera colombiana, en un territorio sobre el que jamás hemos ejercido soberanía; fue irresponsable y dañino.
La presidenta Boluarte ya le respondió a Petro desde la propia isla de Santa Rosa, cuyo territorio, evidentemente, controla. No se puede aparecer por allá salvo que quiera provocar una confrontación militar. Arrancamos mal…
Como era previsible, nuestro ilustrado gobernante, en el mismo discurso en que planteó la disputa con el Perú, aprovechó la oportunidad para agraviar a los gobiernos del pasado por la pérdida de Panamá, y por la supuesta del “mar de San Andrés con Nicaragua”. Voy a responderle.
Para construir el canal de Panamá, se contrató la empresa que ostentaba las mejores credenciales del mundo, aquella que tuvo un éxito apoteósico construyendo el canal de Suez a mediados del siglo XIX. Esos mismos ingenieros, usando maquinaria adecuada y contando con recursos financieros suficientes, fracasaron derrotados por la insalubridad del trópico húmedo.
A esto añádase que, en ejercicio de su recién conquistado poder imperial, Estados Unidos resolvió hacerse cargo del canal y con ese objetivo propició la independencia panameña en 1903. Nosotros, exánimes por la Guerra de los Mil Días, nada pudimos hacer.
En cuanto a lo que Petro llama, sin rigor conceptual alguno, “el mar de San Andrés”, es preciso recordar que los límites de Colombia en esa zona fueron definidos por la Corte Internacional de Justicia. Resulta un tris osado culparla de habernos robado.
Epígrafe. Recordemos al emperador Marco Aurelio: “No seas descuidado en tus actos ni confuso en tus conversaciones: que tu alma no se hunda de golpe ni se sobresalte”. ¿A quién o quienes aplicará esta máxima en “el país de la belleza”?