
Opinión
Petro en la ONU: victimización progresista que afecta la política exterior de Colombia
Es justo reconocer que Petro, junto con otros líderes mundiales, ha condenado el altísimo costo humanitario de la ofensiva israelí en Gaza, pero pasar a proponer la creación de un “ejército de la humanidad” para intervenir resulta contrario a la naturaleza de la ONU, que ya cuenta con fuerzas de paz.
El discurso cuidadosamente redactado y provocador del presidente Gustavo Petro en la Asamblea General de la ONU no fue un ejercicio de liderazgo mundial, sino un acto de victimización ideológica enmarcado en la retórica progresista.
Al atacar a Estados Unidos para convertir la descertificación en su bandera política, tergiversar la historia de la lucha antidrogas insinuando que antes de su gobierno Colombia no era otra cosa que un narcoestado y lanzar propuestas irreales contrarias a la esencia misma de Naciones Unidas, debilitó la credibilidad internacional del país y proyectó una pésima imagen en uno de los escenarios más importantes de la diplomacia global, causando un daño inmenso a las relaciones exteriores.
Las posturas ideológicas de Petro se remontan a sus épocas de senador, cuando ya mostraba una marcada afinidad contra el capitalismo.
En la Presidencia pasó de la retórica a los hechos: acusaciones en foros internacionales contra la política estadounidense, su cercanía con el régimen de Nicolás Maduro mediante la creación de una ‘zona binacional’, declaraciones en las que niega la existencia del Cartel de los Soles o del Tren de Aragua —en abierta contradicción con los postulados de Washington—, así como trabas en los procesos de extradición de reconocidos narcotraficantes para favorecer su política de paz total.
Esta iniciativa, mal concebida y sin mecanismos de verificación, ha permitido en la práctica la proliferación y el fortalecimiento de los grupos armados ilegales.
Estos hechos, más que cualquier otro factor, explican la descertificación de Petro como presidente, no de Colombia como país históricamente comprometido y reconocido en la lucha contra el narcotráfico.
Petro se victimiza al afirmar que, después de Jorge Eliécer Gaitán, él es quien más ha combatido el narcotráfico, insinuando que los gobiernos anteriores fueron simples narcoestados.
Con ello, desconoce el papel decisivo de Estados Unidos en esta lucha y, sobre todo, el altísimo costo en vidas humanas y sacrificios de la Fuerza Pública colombiana, que por más de cuatro décadas ha sostenido ese esfuerzo.
Aunque exhibe cifras de incautaciones, omite reconocer que durante su gobierno la producción de coca aumentó un 53 % y que esos decomisos no son un mérito exclusivo de Colombia, sino el resultado de la cooperación internacional que ahora descalifica.
En efecto, si bien la inteligencia colombiana contribuye de manera significativa, gran parte de las incautaciones se materializa en otros países, lo que confirma que no se trata de un esfuerzo aislado, sino de un trabajo interagencial y multinacional que él mismo ha debilitado con su retórica.
Ni una palabra concreta sobre la difícil situación de orden público en Colombia ni sobre el alto costo de la arremetida terrorista contra el pueblo colombiano por parte de los grupos armados organizados, hoy fortalecidos y envalentonados.
A lo anterior se suman sus graves e inoportunos señalamientos contra el presidente Donald Trump, a quien calificó de “genocida” por su supuesta complicidad con Israel en Gaza y por el uso de la fuerza militar contra blancos del narcotráfico en Venezuela.
También acusó a la DEA de tener acuerdos con narcotraficantes, sostuvo que la política exterior de Trump hacia el Caribe y Colombia fue asesorada por capos, y afirmó que los principales jefes del narcotráfico viven en Miami y Washington.
Como si fuera poco, usó como provocación la bandera de Bolívar con el lema ‘libertad o muerte’.
Estas acusaciones, lanzadas en un escenario inadecuado, deterioran aún más la imagen de Colombia y de su propio gobierno.
Es justo reconocer que Petro, junto con otros líderes mundiales, ha condenado el altísimo costo humanitario de la ofensiva israelí en Gaza y ha respaldado la creación del estado de Palestina como solución definitiva al conflicto.
Sin embargo, pasar de esa posición a proponer la creación de un “ejército de la humanidad” para intervenir en Gaza y luego enfrentar el cambio climático, además de descabellado, resulta contrario a la naturaleza de la ONU, que ya cuenta con fuerzas de paz.
Esta propuesta, grandilocuente y sin asidero práctico, contrasta con su silencio frente a la masacre perpetrada por Rusia en Ucrania y con la defensa del régimen de Maduro, pese a los graves señalamientos de violaciones de derechos humanos y la crisis humanitaria en Venezuela.
A ello se suma su mensaje apocalíptico, al señalar que la humanidad tiene apenas diez años para revertir la crisis climática, junto con la insistencia en el fin del concepto de Estado-nación.
Henry Kissinger advertía que “el papel del estadista es escuchar el estruendo de la historia y dirigirlo hacia una dirección más constructiva”. Petro hizo lo contrario: en lugar de conducir a Colombia hacia un rol constructivo, convirtió un espacio solemne en un escenario de confrontación ideológica.
Antonio Gramsci, uno de los grandes referentes del pensamiento progresista, planteaba que la hegemonía cultural se logra imponiendo un relato. Ese es el camino que siguió Petro: construir un discurso de víctima frente al imperialismo, aunque ello suponga sacrificar la verdad histórica y el prestigio internacional de Colombia.
La historia hemisférica ha demostrado, desde la Doctrina Monroe de 1823 —resumida en la célebre frase “América para los americanos”—, que Estados Unidos se considera garante del orden en el continente. Desconocer esa realidad en nombre de una retórica ideológica resulta contraproducente para los intereses nacionales de Colombia.
En ese sentido, la intervención del presidente Trump fue contundente: reiteró que Maduro es el jefe del Cartel de los Soles, amenazó con alcanzar blancos en tierra vinculados con las actividades e infraestructura del narcotráfico, e insinuó un nuevo escenario operacional dentro del cerco naval y aéreo sobre el régimen venezolano.
Además, cuestionó con dureza el tímido papel de la ONU para solucionar problemas graves, afirmando que lo ha dejado solo en el escenario mundial.
En conclusión, el discurso de Gustavo Petro en la ONU no fue el de un estadista que busca soluciones reales, sino el de un agitador ideológico que confunde protagonismo con liderazgo. Al victimizarse frente a Estados Unidos, desconocer décadas de lucha contra el narcotráfico y lanzar propuestas inviables, no solo debilitó la credibilidad internacional de Colombia, sino que convirtió la descertificación en su plataforma política.
El saldo es claro: más aislamiento, menos cooperación y un país expuesto a pagar el costo de la vanidad presidencial.