
Opinión
Petro, “no se vaya, ¡quédese!”
Arroja nuevas pruebas de que no tiene intención de dejar el poder el 7 de agosto del 26.
Una canción y un estribillo, una suerte de himno, para popularizar el anhelo más preciado del líder galáctico y supremo. “Prometió que iría hasta donde el pueblo diga, y el pueblo, con el alma en pie, le grita: no nos castigue con su partida. Usted es del pueblo, usted es la revolución”, reza un aparte de la melodía que Petro retuiteó en su cuenta de X. “No se vaya, quédese”, suplica el ritornelo. “No estamos listos para soltar su credo”.
El presidente que solo gobierna para sus fieles arroja nuevas pruebas de que no tiene intención de dejar el poder el 7 de agosto del 26. A medida que avanzan los meses y se agota el plazo de inquilinato en el Palacio de Nariño, crece el nerviosismo e inventan estrategias y herramientas para atornillarse en el puesto.
Su disgusto, su rabia infinita, es que su deseo sigue estrellándose en el Estado de derecho. Por mucha presión y amenazas que lancen, por mucha plata que inviertan en comprar voluntades, no logran derribarlo.
A la extrema izquierda, nostálgica del castrismo y estalinismo y envidiosa del chavismo, le cuesta comprender que sería imposible implantar en Colombia un régimen totalitario como el que sueña Petro. Pero tampoco medidas que aplaudirían muchos de sus rivales: una política carcelaria estilo Bukele o un arma tan útil y segura como la fumigación aérea de los cocales. Ni siquiera Uribe, que era infinitamente más popular que el adorador de guerrillas, logró la segunda reelección que millones apoyaban, como constataría después la amplia victoria de Santos. Por tanto, así pataleen y se enfermen de ira y resentimiento, tendrán que aceptar que las instituciones funcionan a pesar de su inocultable debilidad.
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Y algo deben haber entendido porque parecen cada día más conscientes de que no les queda camino distinto al de recurrir a las trampas, las mentiras, las calumnias, la lucha de clases, la aspersión cotidiana de odio y la violencia callejera, armas que tanto comunistas como radicales de todo pelaje consideran legítimas.
Petro clama que será “el pueblo” el que obligue a “la oligarquía” a dejarle seguir al mando más allá de la fecha de caducidad. Lo repite con una combinación de realismo con las alucinaciones que sufre cuando habita su olimpo, preso de sus adicciones y recluido en sus propias cavilaciones.
Durante esos arrebatos de megalomanía supina, nadie de su séquito de lacayos osaría aterrizarlo para recordarle que su etéreo “pueblo” le ha sido esquivo hasta ahora. No solo no convoca a “los millones” que dice tener tras de sí, sino que en ningún sondeo serio consigue superar su perenne 30 por ciento de seguidores. Cifra, por cierto, nada desdeñable, aunque carece de la misma capacidad de Uribe de transferirla a su designado presidencial.
Y fue en esos fugaces momentos de constatación de la realidad que decidió desoír las voces críticas de su entorno íntimo y encumbrar a Benedetti. Lo de pagar la vacuna a la garganta profunda no pesó tanto.
Debió considerar que solo con sus atributos (y Petro se adjudica un abultadísimo caudal) no bastaría y requería los servicios del que le condujo a la victoria en el pasado, sin escrúpulos, al precio que fuese necesario. Comprendió que no arrojó el esperado resultado la compra de votos a hampones en Senado y Congreso con las platas de los desastres, entre otras acciones. A lo puramente delictivo, debieron concluir, debían sumar cerebro electoral o perderían el trono. Y en esas andan.
Hay días en que son tan patéticos que hasta dan lástima. Lees los trinos encolerizados de Petro y de sus admiradores en contra del Consejo de Estado por impedirles avasallar a los canales de Santo Domingo y Ardila Lülle y te das cuenta de lo simples que son. Estaban felices con su juguete nuevo, un magnífico dispensador de insultos rastreros, de debates de quinta y populismo barato, y se cogen tremenda rabieta porque un tribunal les recuerda que hasta un jefe de Estado está sometido al imperio de la ley.
“Golpe de Estado”, bramó Petro en uno de sus trinos al conocer el fallo que le impedirá volver a transmitir sus circos ministeriales en los canales que declaró enemigos. “El espectro electromagnético no es propiedad privada, sino pública e innenajanable”, agregó con una palabra que no existe en el diccionario ni en la carta magna.
Por eso, con idéntica pasión y en un estado de enajenación mental permanente, corren a agarrar la consulta, otra lanzadera de las mismas balas, quizá hasta más potente, porque necesitan un arma de destrucción masiva contra sus oponentes, que ellos consideran enemigos. No solo atacan a políticos uribistas y de derecha, empresarios, alcaldes, periodistas y banqueros, también Petro dispara a los ciudadanos que no votaron por él: “Los que asesinaron a Sara son millones en Colombia”, escribió rebosante de aversión. “Están afilando los cuchillos… Ojalá ese espectro de la muerte derrote al guerrillero que habla tanto de la vida, gritan”.
Él mismo se descalifica. Inquieta que esté al timón.