
Opinión
Petro y la invasión norteamericana a Panamá
Los “Batallones de la Dignidad” y las drogas llevaron a Noriega a la desgracia en 1989.
Un reciente mensaje en X de Petro ha hecho recordar que en 1977 los Estados Unidos devolvieron a Panamá el canal, gracias a que el presidente López Michelsen, desde marzo de 1975, había renunciado condicionalmente a los derechos de Colombia sobre el mismo, consagrados en el tratado Urrutia-Thomson de 1914.
Panamá, tiempo después, le devolvería a Colombia esos derechos, que todavía tiene, durante la administración de Julio César Turbay Ayala.
Ha hecho alusión al general Torrijos, que murió en un accidente aéreo, el 31 de julio de 1981, cuando un avión de la Fuerza Aérea Panameña se estrelló en la provincia de Coclé. Algunos especularon que el accidente se había producido por el estallido de un artefacto explosivo colocado en el avión por orden del siniestro jefe de la inteligencia de Panamá, el coronel Manuel Antonio Noriega. Nunca se probó.
Noriega, mañosamente, quería desplazar a Torrijos y ser el dueño del país. Por su posición, tenía todos los hilos del poder. Fue amigo de Pablo Escobar. Le permitió laboratorios para la elaboración de cocaína en la provincia del Darién, cerca de la frontera con Colombia, y que comercializara la droga. Escobar vivía plácidamente en Panamá bajo el amparo de Noriega, con su amante, la linda presentadora colombiana Virginia Vallejo.
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Aunque los Estados Unidos conocían sus andanzas, como Noriega había sido agente de la CIA, se hicieron los de la vista gorda durante mucho tiempo. Pero como quitaba y ponía presidentes con la misma facilidad y frecuencia que Petro lo hace con sus ministros y altos funcionarios, creyeron que era conveniente fomentar un relevo.
En 1989, lo acusaron no solo de vínculos con el narcotráfico, sino de la violación de derechos humanos, entre otras cosas, por haber organizado grupos de matones llamados “Batallones de la Dignidad”, que apaleaban y herían a opositores ante la indiferencia de la policía.
A Noriega, le gustaban el buen whisky y las drogas. En diciembre de 1989, en medio de una “euforia” en el Congreso panameño, blandiendo un machete, declaró la guerra a los Estados Unidos. Washington, el 19 de ese mes, inició una acción militar con 26.000 soldados apoyados por tanques, aviones y helicópteros. En la sangrienta operación “Justa Causa”, no se supo con precisión cuántos murieron, los cálculos van entre un centenar y varios miles.
Noriega, en vez de luchar heroicamente hasta el final, como todos creían, se asiló en la Nunciatura Apostólica y luego, en lugar de salir ametralladora en mano disparando contra las fuerzas norteamericanas que rodeaban la Nunciatura, se entregó a ellas con la condición de que le respetaran su título de “general”. Recibió una larga condena en los Estados Unidos.
El presidente Petro ha dicho que el M-19 había enviado “a varios de sus mejores cuadros para ayudar a defender a Panamá”. No se tenía noticia de esa cooperación. No mencionó a Noriega. El general Torrijos, del que afirma que Jaime Bateman era amigo, había muerto ocho años antes, mientras que Bateman, igualmente, falleció en otro accidente aéreo, también en Panamá, en abril de 1983, seis años atrás.
Colombia en la OEA presidió una compleja reunión de cancilleres en la que se rechazó la acción norteamericana. La invasión era inaceptable: Noriega también.
Los “Batallones de la Dignidad”, el afán de perpetuarse en el poder y las drogas, llevaron a Noriega a la desgracia.