Luis Carlos Vélez Columna Semana

Opinión

Petropolítica

Esta administración nos ha conducido al escenario más peligroso: la resignación colectiva ante la idea de que la narcopolítica, la parapolítica, la farcpolítica y ahora la petropolítica no son anomalías… sino la regla.

Luis Carlos Vélez
10 de mayo de 2025

Gustavo Petro ha terminado encarnando aquello que durante años denunció con vehemencia. Hoy, paradójicamente, es protagonista de uno de los escándalos políticos más indignantes de la historia reciente de Colombia: el ciclo de la corrupción institucionalizada. Me explico. 

El mandatario forjó su carrera pública denunciando casos de corrupción. Su indignación, acompañada de un discurso populista y profundamente confrontacional, fue una herramienta eficaz para construir una narrativa de lucha contra el establecimiento. Así, el exintegrante del M-19 pasó de ser un guerrillero sin mayor trascendencia a activista, alcalde, congresista y, finalmente, presidente de la república.

Su tono beligerante se intensificó con el tiempo. Primero centró sus ataques en la narcopolítica, luego en la parapolítica y, posteriormente, en lo que denominó la farcpolítica. Sin embargo, en un giro irónico de los acontecimientos, hoy su administración está en el epicentro de la que podría denominarse petropolítica.

El escándalo de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), que ha llevado a la detención de Iván Name y Andrés Calle –expresidentes del Senado y la Cámara de Representantes, respectivamente–, no deja de crecer. Resulta alarmante que dos de los máximos representantes del Poder Legislativo, una de las tres ramas esenciales del Estado, enfrenten acusaciones por presuntamente haber utilizado recursos públicos para distribuir sobornos en el Congreso, con el fin de impulsar proyectos de ley y asegurar apoyos en elecciones locales.

Lo más grave de este episodio es que el esquema de corrupción no habría sido orquestado por grupos armados ilegales –como ocurrió con el narcotráfico, el paramilitarismo o las guerrillas–, sino por el propio Gobierno. Una estructura institucional que, según las denuncias, habría adoptado las prácticas de las organizaciones más violentas y oscuras del país para influir en el Congreso y manipular el Poder Legislativo en su favor.

La historia política de Colombia ya ha mostrado cómo los narcotraficantes buscaron cooptar el Congreso para blindarse de la extradición, cómo los paramilitares lo utilizaron para consolidar su dominio territorial y cómo las Farc lo infiltraron para promover su agenda ideológica. El caso actual parece evidenciar que el Gobierno estaría replicando esas mismas lógicas, no desde la ilegalidad marginal, sino desde el centro mismo del poder. Una corrupción que no proviene de actores externos, sino que nace desde el corazón del Estado. Corrupción endógena.

Igualmente preocupante es la persistencia estructural de la corrupción en el Congreso. El denominador común en todos estos escándalos es el congresista colombiano. La realidad de que tantos políticos locales inviertan sumas multimillonarias en sus campañas para luego enriquecerse de manera ostentosa –pese a su evidente falta de preparación o formación–, refleja un sistema que no solo permite, sino que parece recompensar este tipo de prácticas. La exhibición descarada de lujos, propiedades y viajes alrededor del mundo por parte de estos funcionarios manifiesta la degradación ética de nuestra representación democrática.

Durante años creí que este era un fenómeno generacional, propio de una clase política envejecida. Pero la conducta de muchos jóvenes políticos, que reproducen e incluso profundizan estas mismas prácticas, hace cada vez más difícil mantener la esperanza en un cambio estructural.

En conclusión: el Gobierno del presidente Gustavo Petro no solo ha incumplido las promesas de transformación ética y política que lo llevaron al poder, sino que ha contribuido a normalizar prácticas que alguna vez denunció con vehemencia. El problema se agrava aún más ante la ausencia de liderazgos opositores capaces de ofrecer propuestas sólidas, originales y convincentes que despierten el entusiasmo de la ciudadanía. Esta administración nos ha conducido al escenario más peligroso: la resignación colectiva ante la idea de que la narcopolítica, la parapolítica, la farcpolítica y ahora la petropolítica no son anomalías… sino la regla.

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