
Opinión
Preocupación
¿Dónde están los líderes?, ¿Dónde está el castigo a los políticos corruptos?
Es muy difícil entender cómo personajes del medio político, poseedores de muy pocos principios y valores, logran captar la voluntad de legisladores que se pliegan como débiles espigas ante el efecto demoledor de la posible ‘repartición de lentejas’, acomodando sus decisiones con el apoyo a proyectos nocivos para el país, sin importarles el efecto desastroso sobre una población que, además de ser objeto de un transbordo ideológico hacia una izquierda que basa sus principios en la ausencia de libertades, está siendo convertida en títere de odios y discriminaciones.
Llama poderosamente la atención la falta de liderazgo de algunos partidos que no ejercen el debido control sobre los parlamentarios de su colectividad, para que en forma conjunta hagan los adecuados pronunciamientos para beneficio de la sociedad que representan y la cual los eligió democráticamente, no para apoyar los caprichos ideológicos del gobernante de turno y mucho menos para satisfacer la voluntad pérfida de quien les calienta las orejas y les promete lo divino y lo humano, que paradójicamente mañana será su despiadado verdugo.
De igual forma, desconcierta la ausencia de líderes de la oposición, que dejando de lado sus egos y ambiciones piensen en el futuro de Colombia y no en cómo van a pagar los favores a quienes los apoyan en la campaña. La atomización de votos entre los numerosos candidatos del centro y de la derecha ha sido la principal causa para que la izquierda logre ventajas en los procesos electorales, partiendo del principio de la legalidad en las votaciones, pues, aunque se reconoce la importancia de las propuestas de los políticos de turno, la suma de votos alrededor de un candidato asegura el triunfo.
Las campañas no pueden estar soportadas en mentiras, falacias o engaños, porque esto genera resentimientos, sino que deben estar orientadas a compromisos reales con la población para dar solución a problemas como la inseguridad que vive actualmente todo el país, pues parece que el gobierno perdió el control del territorio y son las cuadrillas de facinerosos los que imponen la ley del terror en los lugares por donde se cultiva, produce y transita la droga, motor de la violencia y corrupción que hoy avergüenza a casi todos los colombianos, así alguien afirme que “el whisky hace más daño que la cocaína”.
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Grandes regiones afectadas por la violencia del narcoterrorismo como Cauca, el Catatumbo, Chocó, Antioquia, sur de Bolívar y Arauca están bajo control de bandidos y parte de la población instrumentalizada para actuar en contra de la Fuerza Pública. La seguridad debe volver a ser el elemento transversal a todas las actividades del país, ya que esto genera confianza, desarrollo, inversión, empleo y calidad de vida para las poblaciones. La seguridad es la base para lograr una paz definitiva con los grupos delincuenciales, sin rayar en la impunidad, como se ha hecho con otros grupos al margen de la ley, que hoy están campantes en el Legislativo y en el Ejecutivo.
Hay que acabar con el cuento de las “retenciones” a integrantes de la Fuerza Pública; son secuestros que el Estado y la justicia no pueden permitir en ninguna circunstancia. La autoridad se respeta, a menos que se busque patrocinar el caos y la anarquía; los delincuentes quieren propiciar el asesinato de campesinos para —con la divulgación masiva de falsas informaciones de las bodegas zurdas— hacerle creer a la opinión mundial que han sido asesinados por el Estado, como ha ocurrido con la campaña mediática que ha afectado a los miembros de la Fuerza Pública en los últimos 30 o 40 años.
Hay que recuperar el respeto por los soldados y policías, así como engrandecer la profesión de las armas, pues estos entregan hasta su propia vida por mantener las libertades y la democracia. Servir a los colombianos desde las filas castrenses es un honor que debería ser obligatorio para todos los nacionales, pues ello ayuda a generar el amor por la patria.