
Opinión
Psicología de la polarización, por un mejor futuro
En este momento, el país necesita una narrativa de diálogo y progreso.
Que la polarización sea una fuente de conflicto, pero a la vez un efecto de ello, no creo que sorprenda a muchos, y menos en la Colombia de hoy. Pero vale la pena hacer un ejercicio de entendimiento, porque detrás de tanta división hay unos aspectos psicológicos y económicos que nos sirven para remar hacia un mejor país.
Para un libro que se publicará en unos meses en Alemania sobre la polarización, escribí un artículo que me hacía pensar todo el tiempo en Colombia, país en el que nací. Resumamos el trasfondo psicológico y económico del problema para luego pensar más allá, con algo de optimismo.
Hay investigaciones recientes que sugieren que una democracia necesita algo de polarización, pero demasiado sectarismo la puede destruir (Herold et al., 2023). Y en la Antigüedad hay una pista para entender por qué les sirve tanto a algunos personajes promover el sectarismo. En Gorgias, de Platón, Sócrates critica duramente a los sofistas, farsantes vendedores de ideas. En el diálogo se hace la pregunta: si un juicioso orador y un médico se presentan ante el pueblo, ¿a quién elegirán? Gorgias dice que, tristemente, ganará el orador, el cuentacuentos sagaz. Cuanto más divida, mejor le irá. Divide et imperare, escribían los romanos con mucha razón.
En 1986, Robert Abelson dejó escrito para la posteridad algo tan simple como poderoso: nuestras creencias son como las pertenencias materiales, beliefs are like possessions. Si las soltamos, diría la economía conductual, nos dolerá más que el gusto de haberlas conseguido, porque la aversión a la pérdida caracteriza al ser humano.
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Además, el apego emocional a nuestras creencias, cultivado por años, hace mucho más difícil soltar una idea para adoptar una contraria. A esto le podemos agregar que abandonar una creencia opera como un costo hundido (lo que ya gasté, que no recuperaré, que me hace seguir en un proyecto así sepa que es mala idea). Así, el ser humano prefiere seguir obstinadamente en algo, porque abandonar esa creencia es como aceptar una derrota.
En un artículo que analiza estos temas, Molnar & Loewenstein (2025) concluyen algo igual de poderoso a Abelson: la ideología misma es como una pertenencia física. Y hay otro punto preocupante.
Otro proyecto de investigación interdisciplinario entró a mirar qué es lo que azuza tanta división. Entre los factores encontrados, está la necesidad de pertenencia grupal. Si es tan importante para mí hacer parte del grupo, adaptaré mis creencias y dejaré que perduren, porque el mismo éxito del grupo depende de que la idea sobreviva. Entonces, cambiar de perspectiva será muy poco atractivo, porque fungiría como una traición al grupo. Y sin grupo, ya lo aprendimos de los escritos de Gustave Le Bon, hay personas que no logran definir su propia identidad individual. Por ello suele aparecer en el aire la vieja frase del humorista Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”.
Ahora agreguémosle el detallito de las redes sociales. En un estudio impresionante, R. Levy (2021) encontró que los algoritmos de las redes sociales más conocidas limitan la exposición a noticias y contenido que va en contra de nuestras creencias, fraguándolas, instando a más polarización. Y tiene sentido, si entro a una red y solo veo cosas que van en contra de lo que creo, me saldré; no me sentiré en casa, y esto no les sirve a las empresas que hay detrás de las redes.
En otro artículo, Stewart y sus colaboradores (2020) demostraron que la polarización es una fuente de conflictos. De esa idea partí en mi artículo para explicar lo siguiente: lo que más les sirve a esos sofistas modernos, al orador que quiere crear cismas, es el uso inmoral de narrativas. Y me permito traer un ejemplo que no es del agrado de muchos. El plebiscito, que pronto cumplirá diez años, es para mí uno de los más graves instrumentos de polarización que ha tenido Colombia en su historia. La dividió en supuestos pacifistas y amigos de la guerra, justo cuando el país menos lo necesitaba. Que Colombia necesita paz desde que se fundó, está claro, pero eso no puede ser una excusa para montar instrumentos de polarización y decorarlos de narrativas que confunden, dividen y luego permiten el camino al poder a quien más divide. Y esto es lo que vive hoy esta Colombia confundida, no liderada, porque entre el concepto de liderazgo y el apellido Petro lo único que hay en común son meras tres letras.
Si entendemos que el uso de narrativas ha estado al servicio del sectarismo, podemos darle la vuelta con contranarrativas de diálogo sincero, con hechos, contados también como cuentos, pero legítimos y verdaderos. En este momento, el país necesita una narrativa de diálogo y progreso; necesita entender que los sofistas llegaron al escenario, se hicieron elegir y terminaron hundiendo más a ese pueblo del que tanto se valen para todo menos para hacerlo salir socioeconómicamente adelante.