
OpiNión
Revertir la globalización
Con los aranceles entrando en vigor, estaríamos en un nivel que no se conoce en Estados Unidos desde 1930.
Tras los anuncios de la Casa Blanca y el presidente Trump en el “día de la liberación”, las bolsas aceleraron la caída de forma inédita para lo que han sido normalmente los primeros meses de una nueva administración en Estados Unidos. A la semana, las bolsas tocaron fondo, reversando tras ello su curso y marcando hoy una de las más prontas y marcadas recuperaciones. Lo que, igualmente, tampoco tiene en la historia un parangón similar. El último mes ha sido, por tanto, frenético, extenuante, el comienzo de una primavera helada que luego se ha transformado en sofocante. ¿Qué esperar cuando sea verano, otoño o invierno? Difícil saberlo porque la situación no ha sido común ni moderada, sino extrema.
Las voces tanto de los gobernadores de la Reserva Federal como de informados y reconocidos hombres de negocios, así como de estructurados economistas y hasta de los ciudadanos de a pie, tienen por consenso que el entorno es intensamente imprevisible e incierto.
La reciente decisión conjunta de Estados Unidos y de China, los dos motores del porvenir de la economía mundial, de eliminar los aranceles mutuamente confiscatorios, que escalaron de forma trepidante a cerca del 145 por ciento, para empezar a negociar un nuevo marco de relaciones comerciales, ha evitado caer en un coma inducido por un secular estancamiento junto con una persistente inflación. Ello ha producido un gran alivio a nivel global, pero hay que reconocer que aún no se ha dado de alta a la economía y ella permanece hospitalizada. Estamos lejos de decir que se ha recuperado la normalidad.
Hoy los aranceles son los anunciados el pasado 2 de abril, solo que muchos están “temporalmente” suspendidos mientras se adelantan las negociaciones y se firman nuevos acuerdos comerciales. Si fracasan las negociaciones, se harán inevitables diferentes formas de guerras comerciales.
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En ese sentido, el rumbo de una nueva política comercial, no solo en Estados Unidos, sino en otras economías, avanzadas y emergentes, sigue sobrevolando como la espada de Damocles, que en la mitología griega pendía de un hilo sobre la cabeza de Dionisio. Con los aranceles entrando en vigor, estaríamos en un nivel que no se conoce en Estados Unidos desde 1930.
Ese nivel sería suficiente para, en el corto plazo, hacer caer el crecimiento, a tal punto que pueda inducir a una recesión, al tiempo que impulsar una mayor inflación.
Esto hace aún más impredecible el futuro de los siguientes años. Con un presidente a quien le resta por delante el 91 por ciento de su mandato y de quien se sabe que cree sinceramente en el proteccionismo, no se sabe si la evolución de la política comercial será transitoria o permanente en este o en otro gobierno. En parte, porque las medidas arancelarias del primer mandato de Trump se mantuvieron vigentes en el gobierno demócrata que lo sustituyó.
Tampoco es fácil determinar los efectos de Trump por los antecedentes de su primer mandato. En su primera presidencia decidió firmar su propio tratado de comercio con México y Canadá, repudió el entonces vigente y, después de mucho ruido y gran alboroto, firmó un nuevo tratado que terminó siendo una razonable imitación sin profundos cambios frente al primero. Para bien o para mal, no faltan quienes dicen que, en su improvisación, Trump suele dejar los problemas sin resoluciones de fondo.
Sin embargo, pensar que se trata de cañazo sería arriesgado. En sí es complejo, como lo viven hoy en día Canadá y México con su segundo mandato. No es fácil lidiar con la frustración de Trump por no ver los cambios que espera o cuando actúa con una mayor dosis de moderación.
Por eso, qué tan selectivas o generalizadas y qué tan razonables o elevadas sean las medidas arancelarias a lo largo del tiempo y a las que Trump esté resuelto forma parte de la incertidumbre que hoy flota en las decisiones empresariales. Por ahora ha tenido y mostrado su determinación de imponer aranceles al hierro, el aluminio, los carros y las autopartes. Lo que advierten varios expertos es que la posibilidad de que las medidas arancelarias lleguen a generar una masiva reubicación de la producción manufacturera en Estados Unidos resulta poco probable.
Por ejemplo, oficialmente Jaguar Land Rover, una marca de carros de lujo, ha anunciado que ellos descartan la creación de una planta productiva en Estados Unidos. La probable razón es que los costos de producción y, entre ellos, los costos laborales supondrían una fuerte pérdida de eficiencia que se traduciría en aumentos en los precios de venta, al tiempo que esos mayores precios llevarían a una caída de la demanda. Muy probablemente, la caída de la demanda haría poco rentable la sustancial inversión que exige montar la planta en territorio americano.
El mundo nunca había llegado a los niveles de globalización que ha alcanzado en nuestros tiempos. Hasta hace unos años estaba en boga y parecía irreversible e imposible de detener. Aún hay escépticos de que sea posible revertirla por la complejidad, la profundidad y las ramificaciones que ha desarrollado, pero ya estamos que coqueteamos con los costos y los efectos de intentarlo.