OpiNión
Ruitoque
Ruitoque es un microcosmos de Colombia: la mayoría que no tiene cuentas con la justicia convive con narcos y con los que saquean el presupuesto nacional.
Para llegar a Ruitoque hay que remontar 25 curvas por una carretera zigzagueante. Al lado de la vía ascendieron sin serpentear las llamas que hace una semana pusieron en peligro uno de los mejores vivideros de Colombia. Hay unas 800 casas en Ruitoque, urbanización que fue desarrollada hace 30 años por el gran constructor de Bucaramanga, Armando Puyana, fundador de Urbanas. Puyana compró pajonales a 20.000 pesos el metro cuadrado cuando la meseta no tenía vías de acceso. Urbanas construyó la vía zigzagueante por una cifra entonces astronómica, 5.000 millones de pesos, que casi quiebra a la constructora.
Situada a solo 20 kilómetros de Bucaramanga, Ruitoque –que en lengua indígena significa mesa de tempestades– fue desarrollada inicialmente como un campo de golf diseñado por Jack Nicklaus. Armando Puyana empezó luego a construir conjuntos entre los hoyos de golf y otra vez casi se quiebra. Los bumangueses, acostumbrados a ir a almorzar a su residencia al mediodía y hacer siesta, no podían darse ese lujo si vivían en Ruitoque y por eso vendieron las casas que habían comprado. De entonces a hoy la situación es diametralmente opuesta. El metro cuadrado en Ruitoque es el más elevado de Bucaramanga. Armando Puyana murió en 2007, pero el emporio de jardines, árboles y palmeras que él creó es una unidad cerrada naturalmente elevada, donde la temperatura es dos o tres grados menos caliente que en Bucaramanga. Rodeada por la ladera que se incendió, Ruitoque es un condominio donde solo pueden ingresar los residentes y los visitantes. Bueno, y ahora las llamas. Los principales médicos, abogados y empresarios viven en Ruitoque. El incendio afortunadamente fue controlado para que ese sábado pudiera realizarse la fiesta de los 80 años de Alberto Montoya Puyana, exrector de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab), primer alcalde de elección popular y gobernador de Santander nombrado por el presidente Alfonso López Michelsen. Como Bucaramanga es una ciudad de un millón largo de habitantes, en Ruitoque es fácil saber quién es quién. El que no es una figura muy conocida como Montoya Puyana, es hijo o sobrino de alguien conocido. Por eso se puede deducir que algunos de los que no son identificables por su pasado familiar, son traquetos. Varios han sido detenidos en sus mansiones para ser transportados en helicóptero de la Policía al aeropuerto Palonegro y de allí a El Dorado para trasbordo al avión de la DEA. En 2016, la policía antinarcóticos capturó a alias Lentejo, que controlaba una red que mezclaba la cocaína producida en el Catatumbo con carbón y otros minerales antes de exportarla. Dos químicos colombianos detenidos antes en Albania eran los encargados de separar nuevamente la cocaína de los otros materiales. Por esa detención se llegó a alias Lentejo, que por años fue mi vecino, muy callado y nada ostentoso, pues no se le veían cadenas ni relojes ni usaba la palabra “calidad” cuando saludaba. Él vivía solo en la cabaña 73 de El Laguito y yo vivía solo en la cabaña 75. En la cabaña 63, sobre la misma calle, la periodista Diana Giraldo descubrió que vivía una tía del exalcalde de Bucaramanga Luis Francisco Bohórquez, una de las dueñas de la iglesia Manantial de Amor. La casa figuraba a nombre del ingeniero de sistemas del culto, el cual recibió un contrato de Bohórquez por 2.620 millones de pesos para poda de árboles. Ruitoque es un microcosmos de Colombia: la mayoría que no tiene cuentas con la justicia convive con narcos y con los que saquean el presupuesto nacional. Allí tienen casa varios sujetos conocidos de autos, entre ellos el exgobernador Hugo Aguilar y el Tuerto Gil, Luis Alberto Gil, guerrillero del M-19 que recibió entrenamiento militar en Libia durante Gadafi y luego fundó el partido Convergencia Ciudadana, más tarde rebautizado PIN, Partido de Integración Nacional. La democracia colombiana no le niega el ascenso social a nadie. A nadie que tenga plata, mal habida o bien habida.
Conozco de memoria las 25 curvas de la carretera a Ruitoque. Por años hice el recorrido en bajada para recoger a mis dos nietas en Bucaramanga y llevarlas a Ruitoque para que jugaran con la abuela y las figuras de caballeros que ella les había regalado. Al atardecer las llevaba de vuelta donde los papás. Cuatro recorridos. Fueron cien curvas al día junto a criaturas adorables que llamaban Siva a la abuela mientras ella les decía al oído para que las niñas repitieran: “Siva me adora, Siva me adora”.