DIANA SARAY GIRALDO Columna Semana

Opinión

Sara Sofía y 1.578 niños más

Tal vez debieran las autoridades empezar por ahí. Mirar quiénes son esos miles y miles de niños que están en las calles de todas las ciudades del país.

Diana Giraldo
1 de abril de 2021

La desaparición de la niña Sara Sofía Galván ha captado la atención de todos en las últimas semanas. El paradero de esta pequeña de ojos azules, que el pasado miércoles debería estar celebrando sus 2 años, sigue siendo un misterio, y día a día el país despierta con una nueva noticia del posible destino que habría podido tomar la vida de esta desdichada niña. Pero aunque su historia parezca única, digna de la pluma de un cineasta triste, es la misma de miles y miles de niños, víctimas la mayoría de ellos del desamor, del abandono y la pobreza, o simplemente de la incapacidad del Estado de seguir su rastro.

Al igual que Sara Sofía, 1.578 niños desaparecieron durante 2020, según registros de Medicina Legal. Y deben saber que, por cuenta de la pandemia, este número de niños disminuyó respecto a 2019, cuando fueron 2.392 los menores perdidos. De los 1.578 niños extraviados en 2020, 10 fueron hallados muertos, 811 fueron encontrados vivos y de 758 no hay rastro. ¡758 niños de los que hoy no se sabe si fueron asesinados, o vendidos, o raptados para ser prostituidos, o terminaron reclutados de manera forzosa por grupos ilegales o están en la mendicidad! Y a esta cifra hay que sumarles todas las que vienen de años anteriores, en un país donde diariamente desaparecen cuatro niños.

El caso de Sara Sofía enerva y duele. Enerva, por la indiferencia de su mamá, Carolina Galván, quien desde que su hermana le reclamó por el paradero de la niña, a mediados de enero, ha cambiado la versión de su destino dos veces, primero afirmando que murió accidentalmente después de almorzar y la lanzó ya muerta al río Tunjuelo, en Bogotá, y luego diciendo que se la entregó a un tercero del que no dio pistas. Enerva, por la incapacidad de la Justicia de indagar más sobre la participación en el hecho de Nilson Díaz, pareja de Galván, quien en una única declaración dijo que la niña había sido vendida. Enerva, al saberse que cuando fue capturado Díaz, tenía en su residencia a cuatro menores más, de los que no se conocen sus condiciones, pero que fueron entregados al ICBF. Y duele, sobre todo duele, porque la historia de Sara Sofía es el relato de la vida de miles de niños en Colombia. Nació sin padre y, según su familia, nadie supo jamás siquiera que su vida se abría paso, pues su mamá ocultó el embarazo hasta el nacimiento. Fue entregada a su tía, quien tenía su custodia temporal, ante la constante indiferencia de su madre, quien ejercía la prostitución. Según testimonios de vecinos, esta niña pasaba las noches durmiendo en las calles, abrigada con cartones, resguardándose de la lluvia en las frías noches bogotanas.

¿Qué mamá fue capaz de tener a esta niña en ese abandono? Una madre adolescente más, criada también en la pobreza, el abandono y seguramente la violencia, que terminó en la prostitución y las drogas. Es esa eterna espiral de violencia y pobreza que se reproduce una y otra vez, alimentada por padres que no reconocen a sus hijos, por pastores que repiten que planificar es pecado, por la falta de acceso a la educación, por comisarios de familia que fijan cuotas de alimentos de 50.000 pesos, por un sistema educativo incapaz de hablar sin tapujos de sexo, pero, sobre todo, por traer hijos al mundo que no son queridos por nadie y que terminan siendo la bolsa de boxeo de vidas frustradas, del hambre en el estómago, de la incapacidad de dar amor cuando no se ha recibido jamás. Esta cifra de niños desaparecidos cuya historia jamás se supo es la muestra de que como sociedad hemos dejado a los menores en último lugar y que sus derechos prioritarios no son más que palabras bonitas que quedaron en la Constitución de 1991 para hacernos creer que avanzamos como país.

El caso de Sara Sofía hace recordar el de Paula Nicole, la niña de 5 años raptada la tarde del 28 de diciembre de 2014 en Buesaco (Nariño). Paula Nicole fue secuestrada por encargo de Blanca Digna López, a quien la familia al parecer adeudaba dinero. José Germán Paguatián confesó que fue contratado por López para robar a la niña a cambio de un millón de pesos. Fue condenado a 42 años de prisión, pero López, que está condenada a la misma pena, hoy es prófuga de la Justicia después de que un juez le otorgara la libertad por vencimiento de términos. Nunca se supo el destino de Paula Nicole, pero según Paguatián, Blanca Digna López la habría vendido a una red de tráfico de órganos.

¿Quién piensa hoy, por ejemplo, en Karen Dayana Lambraño Mulleth, que con 7 años desapareció después de que su mamá la envió a hacer una recarga de celular el 23 de diciembre de 2014? Su mamá y su tía fueron capturadas por esa desaparición, pero el proceso se diluyó en aplazamientos de audiencias, hasta que las dos quedaron libres y aún hoy no se sabe nada de su paradero. Espero que Sara Sofía esté viva y que las autoridades la encuentren. Sucedió en el caso de Lisin Yajani Abadía Torres, que con 8 años fue raptada por un hombre en Buenaventura y un año después fue encontrada en las calles de Palmira, donde era explotada como mendiga. Hasta hoy no hay capturados por este hecho.

Tal vez debieran las autoridades empezar por ahí. Mirar quiénes son esos miles y miles de niños que están en las calles de todas las ciudades del país. Niños que son explotados ante los ojos y la indiferencia de todos. Tal vez ahí esté alguno de esos más de 1.000 niños que no aparecen. Tal vez es esa costumbre que tenemos de ver a niños durmiendo en las calles, o pidiendo limosna, o mojándose bajo la lluvia como si fueran parte de un paisaje habitual lo que ha permitido que sean tantos los niños desaparecidos. Y eso nos hace a todos un poco cómplices de tanta impunidad.

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