Lucas Durán Hernández Columna Semana

Opinión

¿Se rompió Colombia?

Colombia tiene hoy un oficialismo empeñado, pareciera, en romper la poquísima unidad nacional que se heredó de la pandemia.

Lucas Durán
8 de julio de 2025

La semana pasada pude destinar un tiempo a rezar por la vida y recuperación de Miguel Uribe Turbay, haciéndolo en el improvisado altar de la Santa Fe con una ciudadanía absolutamente heterogénea en estrato, origen y edad, pero unida en el deseo de que el senador pueda recuperarse para ver crecer a su hijo y vivir una vida plena. Lo chocante de ese rato, sin embargo, fue que en pleno Rosario —alrededor del tercer misterio—, pasó una señora en carro y decidió invertir su energía y atención en gritar insultos, agravios y ofensas contra quienes rezábamos y contra Miguel Uribe Turbay; no voy a repetir ninguno de los mismos en este espacio, por obvios motivos.

Nuestra reacción fue, sobre todo, de desconcierto, pero me recordó una serie de lamentables y reprochables episodios de este último mes de personas que se han mofado o han ridiculizado el hecho de que un ser humano intachable estuviese luchando por su vida en una UCI. Es evidente el deterioro del debate político colombiano durante la última década, pero el ambiente actual y la retórica dominante en las orillas políticas ha descubierto la ebullición en la que nos encontramos.

Es doloroso para un joven estudiante, como lo soy yo, tener que salir a un país ya acostumbrado a que sus ciudadanos se tilden de genocidas o narcotraficantes, como si la retórica no fuese la más fuerte influencia en el comportamiento cotidiano de los seres humanos. Pero es sobre todo desconcertante escuchar a mis padres y abuelos contarme que, en sus épocas, la política dividía, pero no polarizaba, y que los peores enfrentamientos consistían en echarse maicena y compartir cánticos en la calle. Desgraciadamente, quienes han ostentado relevancia política en los últimos años han sido incapaces de proteger nuestra cultura democrática, y es a eso que se debe todo lo que estamos viviendo.

Leí durante los últimos días, por cierto, una entrevista que le hizo el expresidente Iván Duque al prestigioso profesor de Oxford Timothy Power, y hubo una frase que me llamó la atención. Sostuvo Power en esa conversación que: “Es muy fácil polarizar las sociedades, pero es muy difícil despolarizarlas”, observación que traigo a colación por su lamentable relevancia en el debate contemporáneo en Colombia. Evidentemente, estamos viviendo la peor época del civismo y el respeto democrático, y si bien es inviable adivinar cuánto tiempo —y otras cosas— nos costará, es palmario que no se superará bajo este Gobierno.

Es difícil, casi imposible, explicar con certeza una bajeza como la vista en la Santa Fe, tampoco se puede encontrar una explicación correspondiente a que figuras como el retirado caricaturista Matador haya publicado en X un mensaje burlándose de los médicos que atienden, los creyentes que rezan y los ciudadanos que marchan. O que personajes como Gonzalo Guillén publiquen teorías de la conspiración (tan ridículas que parecen salidas de un sueño febril) en donde cuestiona que el sicario que le disparó en la cabeza al senador lo quisiera verdaderamente asesinar.

Ahora, hay que recordar que tenemos un presidente que llama a los congresistas opositores “HP’s” —y después de tirar la piedra esconde la mano alegando que quería decir “honorables parlamentarios”—; un presidente que intenta vender el relato de que todos sus antecesores han sido delincuentes, narcotraficantes o genocidas y que su aporte ha sido nulo a la construcción de la República colombiana. Y por si fuera poco que el Presidente de la República deshumaniza incesantemente a sus detractores, vemos un Ministro de Salud que admite que a las EPS las tienen “en cuidados intensivos” para extorsionar al Legislativo y obligarlos a pasar la reforma a la Salud. ¿Qué pasa si no ceden a esa amenaza? Decenas de miles de colombianos muertos. Surge una senadora Isabel Zuleta que no solo filtra secretos militares a bandas de narcos, sino que también organiza ruedas de prensa para utilizarlos como armas arrojadizas en contra de coterráneos suyos que no piensan como ella.

Colombia tiene hoy un oficialismo empeñado, pareciera, en romper la poquísima unidad nacional que se heredó de la pandemia. Atrás quedaron las épocas lejanas en donde los debates presidenciales se centraban en política pública y en valores de unidad, pero también quedaron atrás las épocas no tan lejanas en las cuales Gustavo Petro prometía paz y prosperidad, asegurando que Colombia sería una “potencia mundial de la vida”. Hoy es claro que fue un mero eslogan de campaña para engañar colombianos, y que persiste una tendencia excluyente e intolerante en ese bando político.

Respondiendo a la inquietud principal, podemos dormir con la tranquilidad de que la reacción masiva de solidaridad con Miguel Uribe Turbay indica que Colombia no se ha roto, que todavía existe una mayoría de ciudadanos que pueden unirse en oración por la vida de otro ciudadano, una mayoría que poco piensa en lo que lo divide de sus compatriotas y, en cambio, sí medita sobre aquello que los hace, también, colombianos. Esto, igualmente, no representa una garantía para evitar el rompimiento total de la nación, porque como bien dijo Ana Kipper en 1953: “Colombia es un país único, aquí son los militares los que hacen la paz y los civiles los que hacen la guerra”. Extiendo una invitación al respeto.

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