
Opinión
¿Será posible que se destruya al inocente junto con el culpable?
Nos grita el dolor silencioso del alma.
Supongamos que hay cincuenta justos en una ciudad en la que reinan los malvados, ¿se acabará con todos y no se les hará el bien a los cincuenta justos?
Es eso lo que estamos viendo en algunos casos de nuestra sociedad actual.
Matar al inocente junto con el culpable, de manera que la suerte del justo sea como la del malvado; eso no puede ser, pero es lo que aparentemente está sucediendo en nuestras naciones y lo sentimos en muchas situaciones parecidas en nuestros corazones.
¿El juez de todo el mundo no hará justicia?, nos preguntamos desde nuestra impotencia.
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Esta reflexión evoca el sentimiento de quienes nos cuestionamos si en un mundo en el que reina el relativismo moral llegaremos al punto de decadencia en el que dé lo mismo actuar desde la ética del comportamiento o desde la apología a los antivalores.
Somos víctimas o testigos de cómo pareciera que la injusticia, la mentira, la corrupción, la estafa emocional y material, van ganando terreno en nuestra sociedad.
No se trata de posiciones políticas, no se trata de creencias religiosas, ni de razas o condiciones económicas o sociales, hablo de la sensación de orfandad que sentimos cuando vemos que no estamos siendo protegidos ni amparados por ningún tipo de autoridad superior.
Hace algún tiempo, existía cierto temor a robar, a mentir, a engañar, a calumniar, a extorsionar, inclusive a matar a otro ser humano y a matar cualquier representación de la dignidad. Hubo un tiempo en que los ladrones, los mentirosos, los estafadores en el ámbito material y emocional, pensaban dos veces antes de violar las normas morales, pues existía un sistema jurídico y social, ético y moral, que se encargaba de proteger a las víctimas, es decir al justo y honesto.
Por eso hoy nos embarga una triste realidad que nos hace preguntarnos una y otra vez: ¿será posible que se destruya al inocente junto con el culpable?
Eso es lo que vemos en las guerras crueles que nos desgarran el alma, en las que se mata al inocente junto con el culpable, de manera que la suerte del justo se torna como la del malvado.
¡Eso no puede ser! ¡No, no puede ser!, nos grita el dolor silencioso del alma.
Lo estamos viviendo también en nuestras vidas íntimas, el maltrato intrafamiliar en el que el narcisista somete y pisotea la dignidad del más frágil con insultos, violencia verbal o psicológica, silencios prolongados, agresiones invisibles y corrientes subterráneas de hostilidad que rompen y rasguñan el corazón.
En las relaciones de pareja, la infidelidad, la mentira, la manipulación, la falta de respeto y de compromiso, la carencia de espiritualidad, hacen que las personas caigan en la incapacidad de posponer placeres momentáneos para honrar vínculos sólidos.
¿El juez divino de todo el mundo no hará justicia?
Observamos, con indignación, que nada puede hacer un sistema judicial al que en ocasiones se le ha debilitado y desanimado, pues se le exige que proteja y condone al malvado.
¿Dónde están los ejércitos que cuidaban nuestra población vulnerable? No pueden actuar, pues también están amordazados por las fuerzas del mal y de la decadencia.
Esta reflexión me la inspiró una serie de Netflix llamada Ángela, que refleja la batalla frontal entre el bien y el mal. Durante los episodios vemos cómo Ángela, una mujer justa, decente y ética, lleva una vida en valores morales mientras es humillada, golpeada en cuerpo y alma, insultada y engañada por Gonzalo, quien representa la mentira, la corrupción, el engaño y todas las expresiones del mal.
Llegamos a pensar que siempre gana el mal; llegamos a sentir que los decentes pierden y son sometidos y atropellados. Sin embargo, Ángela nos inspira a seguir luchando aun si estamos rotos, devastados y desesperados.
En cualquier ámbito de nuestra vida, en lo familiar o social, en nuestra dimensión emocional y espiritual, sucederá el milagro tarde o temprano. Como sucede en la serie, seremos testigos de una justicia resiliente y del triunfo de la verdad en un mundo que clama a gritos por la presencia indestructible del bien.
¿Permitirá el juez de jueces que se destruyan todas las naciones, aun cuando hay tantas almas buenas que las habitan? ¿Dejará que los malvados sigan sometiendo a los buenos?
¡No lo permitirá! Porque habita allí el justo. Llegará el día en que el malvado recibirá aquello que le corresponde y el bien —tarde o temprano— reinará.
Mi píldora para el alma. Aun si estás roto y herido, sigue adelante, lucha. Incluso si la impotencia y la desesperación te invaden y merman tus fuerzas, no desfallezcas, que la justicia llegará y se posará en tu ventana hasta que su luz penetre en lo más profundo de tu ser y te libere para siempre de la oscuridad. Confía.