Estefanía Colmenares Hernández Columna Semana

Opinión

Tecnología para el terror: la nueva frontera del conflicto en el Catatumbo

Los grupos armados tomaron la delantera en la guerra tecnológica, generando un gravísimo riesgo para la población civil.

Estefanía Colmenares Hernández
19 de mayo de 2025

La guerra que sacude al Catatumbo desde enero ha entrado en una nueva y peligrosa dimensión. El conflicto ya no solo se manifiesta en enfrentamientos, campos minados, retenes ilegales o aislamientos forzados. Ahora, la muerte también llega desde el aire en forma de drones artesanales convertidos en armas letales.

Lo que comenzó como el más grave enfrentamiento entre el ELN y la disidencia del Frente 33 de las disidencias de las FARC en esta zona del país, ha evolucionado hacia una guerra tecnológica improvisada, que amenaza con tener serias consecuencias sobre la población civil. Estos aparatos, ensamblados clandestinamente modificando drones de uso agropecuario para instalarles explosivos, empezaron a ser usados por el ELN para atacar a las disidencias, en un modus operandi del que no existía registro en esta zona del país.

Al menos siete muertos, nueve personas heridas, y varias casas y vehículos destruidos en poco tiempo, es el saldo hasta ahora reportado, siendo las víctimas más recientes el menor Luis Antonio Aragón Vaca, de 12 años, y su madre, asesinados en el corregimiento Versalles, cuando una granada de mortero lanzada desde un dron, rompió el techo de zinc y estalló en la habitación en la que se encontraba el niño.

Esta escalada tecnológica del conflicto tiene antecedentes desde 2015, cuando las disidencias bajo el mando de alias Gentil Duarte iniciaron la adquisición de drones en el sur de Colombia, principalmente para labores de reconocimiento y seguimiento a la fuerza pública. Pero quien instauró el uso de estos equipos en ataques contra los militares fue Alias Iván Mordisco, máximo cabecilla del Estado Mayor Central de las disidencias de las Farc en 2024, año en el que empezaron a entrenar a sus frentes en el manejo de estos aparatos en los llanos del Yarí.

Sin embargo, en el Catatumbo lo que marcó el inicio del uso de estos dispositivos fue el hecho de que el ELN los encontró en campamentos de las disidencias cuando estalló la guerra los enfrentamientos en enero de este año, lo que permitió, según la inteligencia militar, que usaran su histórica experiencia en explosivos, para convertirlos en armas letales.

El sistema es artesanal y muy efectivo: se amarra el explosivo a la cámara del dron. Este vuela a alturas que no se puede escuchar ni detectar y tienen cámaras 4K para identificar el blanco. El explosivo se suelta en el momento en que se gira la cámara, logrando un mecanismo estratégico pero a la vez increíblemente peligroso, que en cualquier momento podría afectar un blanco no deseado: una escuela, una vivienda…

Fue así como esta estrategia, inspirada en la guerra de Ucrania, empezó a usarse por primera vez en el Catatumbo, mostrando un nuevo capítulo en el largo historial de conflicto, en donde los grupos armados tomaron la delantera en la guerra tecnológica, generando un gravísimo riesgo para la población civil.

Mientras todo esto ocurre, la respuesta militar se ha quedado corta. Más allá de la conmoción interior decretada por la emergencia humanitaria generada por el desplazamiento de cerca de 60 mil catatumberos, la estrategia de control territorial es insuficiente y mientras los grupos irregulares usan la tecnología como arma de vigilancia y guerra, ni los 10.500 soldados supuestamente desplegados en la región, ni el Gobierno, parecen preocuparse por la suerte de los civiles, cuya supervivencia en este conflicto parece ser cada vez menos probable.

A este escenario, se suma un nuevo elemento que permite entrever que el conflicto, lejos de apaciguarse, podría estar entrando en un nuevo ciclo de violencia. Después de que el ELN debilitó significativamente al Frente 33 y parecía posible un sometimiento de sus miembros, la situación ha dado un giro. En las últimas semanas, las disidencias han iniciado un proceso de reorganización, reincorporando combatientes y recibiendo apoyo logístico y armamento de otras estructuras.

El Frente 33 ha pasado de estar casi derrotado, a iniciar un proceso de reacomodo y recuperación de territorios estratégicos, a los que también se suma el anuncio del Gobierno de ubicar en El Catatumbo (posiblemente en Caño Indio, donde se ubicó el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) una Zona de Ubicación Temporal (ZUT) a la que llegarán los integrantes de esta organización a concentrarse armados.

Ante este panorama, la incertidumbre es cada vez mayor y ante la letalidad de la guerra con drones urge una respuesta del Estado. La inversión en sistemas de defensa antidrones es urgente si realmente al gobierno le preocupa la extrema vulnerabilidad a la que están expuestos los civiles.

Mientras tanto, en las calles del Catatumbo, los drones son ahora sinónimo de muerte y destrucción en una región donde la guerra parece tener la terrible capacidad de reinventarse constantemente, encontrando nuevas formas de llevar el terror a quienes siempre han sido sus principales víctimas: la población civil.

*Exdirectora de La Opinión, de Cúcuta.

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