Andrés Guzmán Caballero. Columna Semana

OPINIÓN

Un Nobel de Paz para Nayib Bukele

En dos años fueron detenidos y procesados más de 83.000 pandilleros bajo un régimen excepcional pero respetuoso de los derechos fundamentales.

Andrés Guzmán Caballero
20 de junio de 2025

En un mundo donde el Premio Nobel de Paz ha reconocido a líderes que terminaron su mandato con más conflictos y controversias que cuando lo iniciaron, surge una propuesta incómoda pero profundamente sustentada: postular al presidente Nayib Bukele al Nobel de Paz. Sí, al mismo presidente salvadoreño que algunos medios señalan de autoritario, pero que ha conseguido un logro indiscutible y medible en términos humanos: reducir dramáticamente la violencia en su país sin recurrir a guerras convencionales, desapariciones forzadas o pactos dudosos con criminales.

Hablemos claro, con datos y no con percepciones. El Salvador, que en 2015 registraba la tasa más alta de homicidios del planeta con 106 asesinatos por cada 100.000 habitantes, hoy muestra una reducción impresionante: 1.9 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2024, convirtiéndose así en el país más seguro del continente americano. En términos simples, esto significa más de 6.000 vidas humanas salvadas cada año. Son cifras que ningún nobel reciente puede presentar.

¿Y cómo logró esto el gobierno de Bukele? En dos años fueron detenidos y procesados más de 83.000 pandilleros bajo un régimen excepcional pero respetuoso de los derechos fundamentales. No hubo desapariciones sistemáticas, ni fosas comunes clandestinas, ni enfrentamientos masivos con muertes civiles: una ‘guerra sin muertos’. Hubo, eso sí, un sistema judicial reforzado y eficiente: más de 14.000 audiencias individuales y aproximadamente 8.000 personas liberadas al presumirse su inocencia. Esto habla de un método estricto pero justo, implacable con el crimen organizado, pero respetuoso con las libertades básicas.

Ahora contrastemos esto con otros nobel de paz. Barack Obama recibió el premio en 2009 y posteriormente ordenó 563 ataques con drones que resultaron en cientos de víctimas civiles inocentes. Además, entre 2014 y 2018, durante su administración, se deportaron más de 111.000 salvadoreños hacia un país dominado por pandillas; lo que resultó en la muerte violenta de al menos 138 personas deportadas, según reportes de Human Rights Watch.

Nelson Mandela, figura universalmente admirada, logró la reconciliación política en Sudáfrica, pero dejó un país sumido en altos niveles de violencia urbana, con más de 500.000 asesinatos entre 1994 y 2018. La reconciliación no necesariamente se tradujo en seguridad cotidiana para los ciudadanos comunes.

En Colombia, Juan Manuel Santos obtuvo el Nobel en 2016 tras firmar un acuerdo con las Farc que terminó otorgando curules políticas a exguerrilleros responsables de miles de muertes y secuestros, dejando a las víctimas sin justicia efectiva. Las disidencias se multiplicaron, la violencia continuó y la prometida paz resultó ser más simbólica que real.

Entonces surge la pregunta inevitable: ¿qué premiamos realmente con el Nobel de Paz?, ¿discursos y firmas simbólicas, o vidas reales salvadas y comunidades recuperadas del terror cotidiano? Si el Nobel realmente valora la paz tangible y la protección efectiva de los derechos humanos, entonces Nayib Bukele, con su estrategia innovadora basada en inteligencia, tecnología, control territorial y firmeza institucional, ha logrado mucho más que la mayoría de los laureados.

Sé bien que esta propuesta resulta incómoda para algunos. He estado allí, trabajé con el presidente Bukele como comisionado presidencial de derechos humanos, y puedo decir que ningún esfuerzo por transformar una sociedad tan violenta puede ser cómodo. Pero he visto también el rostro humano detrás de las estadísticas: familias que ahora pueden caminar sin miedo, comunidades que renacieron al recuperar el control de sus calles, comerciantes que abren sus negocios sin pagar extorsión. En suma, paz, esperanza, luz en la mirada de los niños y, sobre todo, un futuro real y posible.

Si esto no merece un Nobel de Paz, entonces debemos replantearnos qué premiamos cada año en Oslo. ¿Acuerdos firmados sobre papeles mojados o resultados medibles que impactan positivamente en la vida cotidiana de millones?

La candidatura de Nayib Bukele al Nobel de Paz no es solo una provocación intelectual, es una invitación seria y fundamentada a revisar nuestra noción de paz y a valorar a quienes realmente la construyen en las calles, lejos de salones elegantes, lobbies diplomáticos, inversiones millonarias en Suecia y Noruega, y mensajes llenos de buenas intenciones pero escasos resultados.

Quizá sea tiempo de incomodar un poco a la comunidad internacional para recordar que la verdadera paz no es la simple ausencia de conflictos, sino la presencia efectiva de justicia, seguridad y esperanza.

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