
Opinión
Un país que se queda sin niños y un Gobierno que desprecia a sus jóvenes
Si Colombia sigue dejando ir a su gente y desmotivando la formación de nuevas familias, en unos años seremos un país envejecido, con menos manos para trabajar y menos voces para construir el futuro.
En Colombia, cada vez nacen menos niños y cada vez se van más jóvenes; muchos de ellos sintiéndose engañados por las promesas que el Gobierno Petro nunca les cumplió. Miremos lo que está pasando con los índices de natalidad, la Encuesta de Estadísticas Vitales (EEVV) reportó que durante el año 2024 se registraron 445.011 nacimientos en el país, lo que representa una disminución de 70.538 nacimientos en comparación con el 2023. Este es el nivel más bajo de nacimientos reportado en la última década, con una reducción acumulada del 32,7 %, respecto al 2015.
Por su parte, según la Cancillería, 4,7 millones de colombianos viven en el exterior, y de acuerdo a datos de Migración Colombia, en los últimos años, más de dos millones de colombianos salieron a vivir del país. Estas entidades dicen que los índices de migración y solicitud de asilo por parte de colombianos alcanzan números nunca antes vistos en la historia, mientras el país observa la partida masiva de una de sus generaciones que más tiene por dar. Un grito silencioso de una generación que no encuentra razones para quedarse ni para traer nuevas vidas al mundo. Se apaga una parte del futuro del país.
Ya van varios años en que cientos de jóvenes han tenido que empacar maletas y partir detrás de las oportunidades que aquí simplemente no hay. No se han ido por gusto, se van por necesidad. La inseguridad laboral, la inestabilidad económica y la falta de oportunidades, algunas de las razones que los empujan a buscar un lugar donde sus sueños no sean solo parte de su imaginación. Mientras tanto, los que se quedan miran con escepticismo la idea de ser padres, y no es para menos. Al establecer familia, la primera inquietud para cualquier nuevo hogar es ¿dónde vamos a vivir?
Lamentablemente, a pesar que todos deberíamos tener las mismas oportunidades siempre, la respuesta del Gobierno fue eliminar el programa Mi Casa Ya, el programa que le permitía a las familias adquirir techo propio a través de la vivienda de interés social o vivienda de interés prioritario. Y así, de raíz, cortaron las esperanzas de miles que querían tener casa propia.
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¿Y si quieren estudiar para alcanzar el futuro de sus sueños? Tampoco es posible. El candidato que prometió en campaña la universalización de la educación, como presidente les quitó a los beneficiarios de créditos educativos en el Icetex el subsidio a la tasa de interés para 2025, llevando a que estas cuotas se disparen y los jóvenes endeudados, renuncien a estudiar.
Hablemos del empleo. Porque en Colombia o nos dedicamos a ser trabajadores o a emprender. Pero para sacar adelante una idea de negocio, hay que empeñar hasta el alma. Entre 2023 y 2024, 183 mil empresas cerraron sus operaciones en el país. Por eso el Gobierno necesita apalancar estas oportunidades de crecimiento, dándole a los jóvenes crédito barato condonable, formación para el emprendimiento y reducción de trámites.
Para quienes deciden trabajar, urge formalizarlo. Claro que debemos hablar de buenos salarios, pero primero, preocupémonos por la formalización. Uno de cada dos jóvenes en el país no estudian ni trabajan y se encuentran en la informalidad, ocupándose en actividades sin prestaciones sociales, sin vinculación directa y muchas veces con una remuneración muy por debajo de lo que deberían recibir.
Yo soy provinciano. Cuánto me gustaría que las familias campesinas tuvieran los incentivos suficientes para que quieran seguir en el campo. La inversión en tecnología, el pago por servicios ambientales y vías terciarias transitables que permitan comercializar con facilidades sus cosechas es lo que hace falta para seguir cultivando esa parte de Colombia que cada vez se queda más sola.
Si Colombia sigue dejando ir a su gente y desmotivando la formación de nuevas familias, en unos años seremos un país envejecido, con menos manos para trabajar y menos voces para construir el futuro.
La salida del país de los jóvenes y la disminución de nacimientos podría tener efectos negativos a futuro en la economía, la salud, las pensiones, la educación y el empleo debido al envejecimiento de la pirámide de población. Esto implica que gran parte de los trabajadores actuales, en 20 años, entrarán en edad de pensionarse sin que se genere una tasa de reposición equivalente.
La pregunta es: ¿qué estamos haciendo para cambiarlo?
Es hora de replantear nuestras prioridades, crear condiciones reales, darle a la población joven expectativas reales para que puedan volver a confiar y con ello, hacer que las cosas pasen. Un país sin niños y sin jóvenes no solo pierde gente, pierde también su alma.