![JORGE HUMBERTO BOTERO](https://www.semana.com/resizer/v2/ANJRMCFCTFFQTMZNVXHB4VMYMY.jpg?auth=8ffa7e4234245eff31f6f50ee3328b557cb7a2de6b3a84f357b0f7277449a6ab&smart=true&quality=75&width=480)
Opinión
¡Viva la dignidad, carajo!
El Gobierno necesita renovar su agenda. Un nacionalismo radical es la opción elegida.
A estas alturas del periodo presidencial, es evidente que los fracasos en el cumplimiento de la agenda gubernamental son notables. Ha dicho el propio presidente, en su célebre consejo presidencial televisado, que el porcentaje de ejecución de los compromisos es del 15 %. Supongo que se refiere a proyectos contenidos en el Plan Nacional de Desarrollo. Si adoptamos un punto de vista más general, referido a los grandes tópicos de la acción gubernamental, el resultado es igualmente deplorable.
Las negociaciones abiertas con grupos a los que se atribuyeron, con enorme laxitud, intenciones revolucionarias, están en teoría “suspendidas” aunque, en realidad, han colapsado. No se ve de qué manera, las que se adelantaban con los elenos, luego de la guerra desatada por ellos contra una banda rival, puedan reabrirse como si nada hubiera sucedido. La declaratoria de conmoción interior en el Catatumbo implicó el reconocimiento expreso del fiasco gubernamental.
Si llegaren a existir acuerdos sustanciales, opción en la que nadie cree, no serían implementables de modo directo: la Corte Constitucional acaba de definir que ellos requieren la ratificación del Congreso. El autogol que este se metió al comienzo del actual gobierno ha quedado sin piso.
Con relación a los diálogos con otros bandidos, aquellos que supuestamente solo tienen interés en gestionar sus portafolios de negocios ilícitos, el Gobierno solo tiene facultades para conversar. La carencia de potestades legales para llegar a acuerdos es absoluta.
Al inicio de su mandato, el presidente propuso una transformación a fondo del Estado, el cual debería superar su condición de regulador y supervisor de la economía —un esquema calificado como “neoliberal”, a pesar de que la Constitución lo plasma— para encargarlo de la prestación de los servicios públicos, tales como la salud, las pensiones, la energía y el agua potable. Debería también acometer un proceso profundo de reindustrialización, y asumir la construcción y operación de la red vial. Nada de esto ha sucedido ni sucederá durante la administración Petro.
Es inaudito haber creído que para resolver los problemas de inequidad social era necesario crear el Ministerio de la Igualdad. Se necesitaban mejores políticas, no más burocracia. La economía popular sigue confinada en la informalidad y en el rebusque diario.
Aun si la gestión de la agenda social mejorara radicalmente, la crisis fiscal sería un obstáculo formidable. El Gobierno ha reconocido un déficit presupuestal de $ 12 billones para esta anualidad. Sin embargo, el Comité Autónomo de la Regla Fiscal estima que la cifra supera los $ 40 billones. Con celeridad inusitada, la Nación se ha convertido en el deudor moroso más importante del país.
A esto debe añadirse que la reforma constitucional del Sistema General de Participaciones, aprobada al final del año pasado, elevará gradualmente la transferencia de recursos de la Nación a las entidades territoriales hasta casi el 40 % de los ingresos corrientes de aquella. Aun si la izquierda radical ganare las próximas elecciones, la posibilidad de un Estado central poderoso es cosa del pasado: lo podemos grabar en una placa de mármol: “Socialismus Petri res praeterita est”.
Por último, la posibilidad de que las reformas laboral y a la salud sean aprobadas por el Congreso disminuye con cada insulto del presidente a sus miembros; y con los avances en las investigaciones por corrupción que involucran a altos funcionarios y dirigentes políticos. Recibir “mermelada” se ha convertido en un negocio muy azaroso.
El presidente es consciente de la situación y tiene claro lo que debe hacer: envolverse en el tricolor nacional para defendernos de los abusos que contra nosotros se cometen. Varios factores juegan a su favor.
Los vejámenes que sufren nuestros connacionales cuando son deportados están a la vista. En el corto plazo, la estrategia de mandarlos recoger en nuestros propios aviones es popular (a mediano, es insostenible). La arrogancia de Trump contra los países de América Latina no va a ceder. Ningún otro gobernante de la región tiene interés en disputar a Petro su decisión de jugar el papel de David contra Goliat (han optado por negociar y dejarle a Colombia la estrategia de trinos y micrófono).
El viejo discurso antiimperialista, que tanto éxito tuvo a mediados del siglo pasado, podría ser reciclado. El nacionalismo es un elemento esencial del M-19, ahora comandado, mediante autodesignación, por el último coronel de la saga de los Buendía. A pesar de que no compartan el ideario del presidente, muchos estamentos de la sociedad pueden sentirse interpretados en su reclamo de trato digno para Colombia.
Sin embargo, los riesgos son elevados. Ya tenemos claro cuáles serían las retaliaciones económicas que se nos impondrían: aranceles punitivos, suspensión de las remesas enviadas por nuestros compatriotas que viven en Estados Unidos, cancelación de los recursos de Usaid, los mismos que el presidente ha ordenado que se sustituyan con fuentes presupuestales (¿cuáles?). A esas medidas, que nos llevarían a una condición semejante a la de Venezuela y Cuba, se añaden la clausura de nuevas visas y sus renovaciones, y la eventual cancelación de las vigentes en favor de los dirigentes del petrismo.
Estamos —todos— transitando en el filo de la navaja. El presidente debería imponerse límites en el plano discursivo para evitar una crisis mayor con Estados Unidos, y dejar a la Cancillería desarrollar, con calma y autonomía, la búsqueda de un acuerdo sobre los procesos de deportación. Tendrá que pensar si le conviene movilizar de nuevo a sus colectivos revolucionarios, la infausta primera línea que tanto daño hizo durante el pasado cuatrenio.
Los partidos y estamentos de la sociedad que no acompañan al presidente en sus posturas radicales tienen que rechazar los abusos contra nuestros compatriotas, pero, al mismo tiempo, ilustrar al país sobre la importancia de las relaciones binacionales. Tendrán que usar con discreción los canales adecuados para informar a las autoridades norteamericanas sobre la posibilidad de un cambio profundo en el poder político derivado de los comicios del año entrante.
Briznas poéticas. De Piedad Bonnett, esta bella oración:
“Para mis días pido,
Señor de los naufragios,
no agua para la sed, sino la sed,
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad".