
OPINIÓN
¿Volveremos a tropezar y con la misma piedra?
A veces, a pesar de tener ejemplos permanentes, se incurre en los mismos errores.
En Venezuela se celebraron unas megaelecciones que, de una forma u otra, consolidaron el régimen madurista. La valiente María Corina Machado, que había pedido a los grupos opositores que se abstuvieran de acudir a las urnas, afirmó que el 85 % de los electores había seguido su proclama. El gobierno, por su parte, sostuvo que había participado un 43 % de la población con derecho a voto. Nada es comprobable.
Sin embargo, con muchos o con pocos votos, Maduro se siente como el gran líder y el conquistador del Esequibo. Los votos podrían haber sido 43 o 23 %, para el caso es lo mismo. A María Corina tal vez se le olvidaron los casos de su vecina Colombia, en el último de los cuales el Partido Liberal se abstuvo en las elecciones de 1950, pero que con ello solo logró que el temido Laureano Gómez fuera presidente, hasta que se presentó el golpe del general Rojas Pinilla el 13 de junio de 1953.
Todo apunta a que tendremos a Maduro y su combo —de pronto— hasta 2035, ya que cambiará la Constitución. Es decir, que no solamente al sucesor de Petro, sino al que reemplace a este, les va a tocar lidiar con el régimen populista y demagógico venezolano. La restauración de la democracia en Venezuela es un cuento de hadas.
Las lecciones se olvidan. El generalísimo Trujillo en la República Dominicana, que dominó el país durante varias décadas, no siempre fue presidente. Puso a su hermano, Héctor Bienvenido, de primer mandatario, que, sin embargo, nunca se pudo casar con la señora con la que vivía, ya que si fuera así esta sería considerada como la “primera dama”, título que detentaba la señora del generalísimo. Por eso, a la mujer de Héctor Bienvenido le decían oficialmente “la eterna prometida”.
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Algo parecido sucedió en Nicaragua. Primero, el general Anastasio Somoza García ponía a su hermano y a su hijo, y luego con la monarquía de Daniel Ortega, con presidentes “de bolsillo”, y ahora entroniza a su esposa. No lleva sino 45 años. Para no hablar de otros muchos en los cinco continentes.
Además, en todos esos casos siempre ha habido un personaje habilidoso y turbio, con enorme poder dentro del gobierno, que ha dirigido las cosas para garantizar la continuidad del régimen. La misma modalidad de los favoritos en las monarquías europeas.
En nuestro país, ha sucedido desde los tiempos de Alonso de Ojeda, descubridor de Colombia, que, con el apoyo del obispo de Córdoba, se le otorgó la gobernación de Coquivacoa desde el Cabo de la Vela. Lo más complicado es que la historia se repite.
Vamos a ver si en Colombia, siguiendo la canción que canta Julio Iglesias, “Volveremos a tropezar de nuevo y con la misma piedra…”.