ANDRÉS JIMÉNEZ
El otro huracán
Después del impresionante impacto que tuvo el huracán Iota sobre San Andrés y particularmente Providencia, salió a flote la solidaridad de los colombianos, como suele ocurrir después de una tragedia.
Sin embargo, la falta de eficiencia en la ejecución de recursos, la indiferencia y la corrupción pueden ser un huracán mucho más letal.
Cuando hay una catástrofe, las imágenes y noticias sobre el tamaño del drama circulan rápidamente a través de redes sociales y acentúan las emociones de las personas. Algunos por vínculos personales u otros por empatía con quienes sufren la desgracia deciden aportar cuantiosos recursos para ayudar.
No obstante, la atención de los colombianos sobre la evolución del desastre solo dura un par de días, hasta que llega algo más que les roba la atención. Probablemente, cuando se publique esta columna será la única en la semana sobre el tema y en otras tres, cuando lleguen las novenas, quizá ya nadie se acuerde.
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Es cuando no hay nadie mirando con atención los recursos, cuando más corren riesgo de perderse, bien sea por falta de eficiencia o por corrupción, lo cual golpea a la población mucho más que el mismo huracán.
En el pasado, otras emergencias invernales, el mismo coronavirus y otra serie de tragedias han generado una rápida y a veces desordenada entrega o promesa de recursos para atender la crisis. No obstante, los directamente afectados a veces no reciben los recursos, o parte de ellos se termina quedando en inescrupulosos intermediarios.
Por supuesto, los gobiernos tienen una cuota de responsabilidad al hacer las cosas de la mejor manera para atender la tragedia, pero también es cierto que la solidaridad ciudadana en esta etapa se convierte muchas veces en indiferencia.
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Tal vez, alguna entidad de control en las etapas tempranas de la reconstrucción haga algún anuncio sobre la materia, pero quien sabe si dicha tarea sea abandonada, como ocurriera con varios anuncios sobre investigaciones por abusos con ayudas del coronavirus y sobre lo cual no se volvió a saber nada.
Sin embargo, en estos temas, la tarea de que no se pierdan recursos no puede quedar solo bajo la responsabilidad de las entidades públicas, también les corresponde a los privados que participan en estos procesos poner de su parte para volver realidad tanta solidaridad.
No es posible echarles toda la responsabilidad al Gobierno y a los organismos de control, si los privados encargados de la ejecución privilegian al amigo al darle el contrato por encima del interés de la población.
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No es posible echarles la culpa a los organismos de control, si en los materiales de construcción se contrata el más barato y de menor calidad para aumentar el margen de utilidad en la operación.
No es posible echarle la culpa al Estado, si las entidades financieras encargadas de procesar los pagos, muy a pesar de las sospechas de corrupción, guardan silencio y solamente mandan un ROS.
No podemos esperar tener un mejor país echándole solo la culpa al Gobierno, si los privados no ponen también de su parte.
No podemos seguir diciendo que aquí no pasa nada, si nosotros no hacemos nada.
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Una zona del país que ya estaba fuertemente golpeada por la crisis dejada por el coronavirus no resistiría que la indiferencia y la corrupción de los privados agraven más su situación en medio de la recuperación.
Probablemente, los medios no se interesen tanto en cubrir una rápida y eficiente reconstrucción, pues esto a veces no atrae tanta atención como las olas de cuatro metros y techos volando por la fuerza del viento.
Sin embargo, para los habitantes de la región, esta sí será la noticia más importante de todas.
No olvidemos a San Andrés, no olvidemos a Providencia.