PABLO LONDOÑO

La Indefensión Aprendida

Se define los estados de ánimo del individuo en donde, por razones diversas, siente que cualquier cosa que haga es inútil para cambiar el estado de las cosas, llevándolo a estados de indefensión y parálisis, y volviéndolo pasivo frente a situaciones dolorosas.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
4 de abril de 2019

Martin Seligman es un escritor y Psicólogo estadounidense famoso por sus trabajos sobre indefensión aprendida, su relación con la depresión y recientemente sobre psicología positiva que hace parte del inmenso movimiento, hoy en boga, sobre felicidad propia y en el trabajo. Sus experimentos lo llevaron a acuñar el término Indefensión Aprendida, que define los estados de ánimo del individuo en donde, por razones diversas, siente que cualquier cosa que haga es inútil para cambiar el estado de las cosas, llevándolo a estados de indefensión y parálisis, y volviéndolo pasivo frente a situaciones dolorosas.

Seligman hizo sus estudios exponiendo a descargas eléctricas ocasionales a dos perros encerrados en sus respectivas jaulas. Mientras uno de estos tenía la posibilidad de accionar una palanca para detenerlas, el otro no podía hacer nada. El dispositivo experimental determinaba que el tiempo de las descargas fuera igual para ambos animales: las recibían simultáneamente y cuando el primero cortaba la electricidad el otro también dejaba de recibirla.

Los comportamientos de ambos animales fueron diferentes. Mientras uno no variaba su estado de ánimo, el otro permanecía quieto y asustado. La sensación de control del primero hacia soportable la situación, mientras la del segundo era de crisis al entender que nada que hiciera hacía cambiar su realidad.

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Seligman le dio después herramientas al segundo para controlar las descargas, pero el resultado fue sorprendente: ya era tarde; el perro ya no confiaba en su capacidad de control y no hacía nada para evitarlo.

La Indefensión Aprendida genera reflexiones importantes tanto en los entornos sociales como en los organizacionales que en más de una ocasión comparten esquemas y estructuras de poder totalitarias, en donde la realidad es dictada, el futuro es condicionado y los esfuerzos repetidos del individuo o de la sociedad por generar cambios reprimidos. Se “logra” en quienes la padecen, una situación clínica de indefensión y pasividad frente al cambio, se mata la fe, se aniquila la autoestima, se paraliza la acción y por lo tanto se delegan todas las decisiones.

Los modelos de Liderazgo heroicos, de alguna manera aparecen cuando el entorno circundante es precisamente el de Indefensión Aprendida. Las grandes cruzadas por el cambio han surgido de individuos que por razones diversas se desmarcan de su colectivo, se rebelan contra el statu quo y proponen esquemas que de alguna manera retan a un establecimiento que reiteradamente ha violado los parámetros de la decencia hundiendo de tajo los sueños colectivos.

El heroísmo lo llevamos generalmente al plano caudillista. Les asignamos sus virtudes a individuos con capacidad de liderar un cambio profundo en el caos reinante devolviéndonos la esperanza. El problema de fondo es que, por alguna razón, siempre le estamos entregando la responsabilidad del cambio a alguien con características de super héroe que logre cambiar nuestra situación sin entender que, salvo en casos extremos, el heroísmo debería ser una responsabilidad individual porque: ¡Superman no existe!

Esta condición clínica, en mi opinión, es muy diciente de nuestra realidad como colombianos. Nuestra psicología ha sido condicionada por décadas de terror y muerte que nos han llevado a un estado colectivo de indefensión y pasividad en donde pareciera, nada de lo que se haga, “va a cambiar las cosas”, y en donde repetidamente (generalmente cada 4 años) le estamos entregando la antorcha de la esperanza al super héroe de turno que rápidamente se desdibuja frente a su capacidad de liderar el cambio.

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Pasa algo similar en el plano corporativo en aquellas organizaciones que por miopía o incapacidad de sus Juntas Directivas (alimentadas por sus pasiones y odios), le endosan a los Gerentes de turno la responsabilidad de salvar el barco del naufragio, cuando en la práctica esta sobre diagnosticado el daño (hay que cambiar el modelo de negocio), y la tripulación ya no cree, ni siquiera en un milagro.

Estas organizaciones empiezan a parecerse a un club de zombis a los que se les ha arrancado el alma y la esperanza. Dejan de creer en las promesas de cambio, y se dedican, al igual que el perro con el choque eléctrico, a esperar resignados la próxima descarga en un estado total de depresión y desesperanza.

La felicidad, dice Seligman, definitivamente está en nosotros. En el tipo de lente que utilicemos para ver el mundo, pero sobre todo en nuestra obligación de asumirnos como gestores de aquellas realidades que están en nuestra órbita de cambio, que en general, son casi todas incluso cuando implica rebelarse contra un sistema probadamente absurdo e injusto. La invitación de Seligman es muy potente porque aplica a todos los ámbitos del ser humano: el de ciudadano, el de empleado, el de pareja, el de padre, el de emprendedor. Cualquiera que sea nuestro ámbito de interacción, solo el asumirnos generará los cambios esperados.

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