CLAUDIA VARELA
Paula con un público “exigente”
Paula, a pesar de ser una gran ejecutiva, también es soñadora. Sigue pensando que la buena fe puede mover al mundo y que los buenos somos más.
Un buen día en su vida de consultora la llamaron para que diera una charla en un grupo de políticos que se reunían para celebrar alguna cosa que Paula no quiso recordar. Ella nunca había dado una conferencia política, pero con el enfoque de liderazgo femenino pensó que podía ser una buena manera de permear prejuicios a un grupo que ella pensaba podían ser influenciadores futuros.
Paula aceptó. Se dedicó un par de días a montar una charla que tuviera el contenido digno de un colectivo que, si trabaja en política, debería conocer muy bien los conceptos de inclusión, equidad y balance de género.
Paula llegó a la reunión un poco nerviosa. Le insistieron que era un público muy exigente, así que estaba algo nerviosa, pero no iba a dejarse vencer por el pánico escénico.
Llegó muchísima gente. Muchísima. Uno de los hoteles más tradicionales y antiguos de la ciudad se llenaba de políticos que querían saludarse entre sí con abrazos para hacer notar la presencia individual en tan magno evento.
El momento llegó y Paula decidió tener la fuerza para compartir conocimientos y hacer un poquito de sociedad influenciando en otros a través del conocimiento y el abrazo inteligente y cariñoso a la diversidad.
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Paula tenía una hora. “Este público es muy exigente”, le repetían. Ella que es guerrera por naturaleza y enfocada a los retos por tarea sintió que salía a un campo de batalla de pensamientos y comunicación para el cambio.
¡Pobre Paula! Una vez más comprobaba que el ser humano es casi imposible de entender. Ella con sus datos precisos, su presentación consistente encontró que más o menos un 10% de la audiencia estaba interesada en el contenido.
El respeto básico que debería tener este grupo por un conferencista fue nulo. Los pocos que estaban cerca la miraban pensando otra cosa o mirando el celular. Los que estaban más atrás decidieron ponerse a hablar entre ellos, generando un ambiente super disperso, rudo e inmanejable.
Algunos se pusieron de pie y empezaron a tomar café y a conversar como si Paula fuera un pianista en el lobby de un hotel. La gente entraba y salía del salón a pesar de que Paula daba ejemplos de lo importante de la inclusión, compartía cifras de la ONU y el BID.
Paula siguió hasta el final porque era lo justo y era el compromiso. La falta de respeto de esta gente la tenía muy decepcionada. Pero no solo por ella sino por pensar que son de un partido político que se supone representa a una parte importante de los votantes del país. ¡Estamos jodidos, pensó!
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Cuando terminó sintió alivio, pero una profunda frustración. Sin embargo, sabía que había hecho lo correcto.
Cuando salió del salón un grupo pequeño se acercó a pedirle disculpas. Un chico joven, pero que se veía inteligente y dedicado, le dijo que a él muchas veces ni lo miraban, ni lo dejaban hablar. Es un tema de paciencia, le dijo. Paula se alegró de que al menos un pequeño grupo entendiera el mensaje.
La historia no terminó ahí. Hasta ese momento a Paula le habían pagado la mitad del dinero pactado por su charla. Cuando salía pensó que ese público no era exigente sino irrespetuoso y que al final al menos iba a recibir sus honorarios.
Pero pasaron dos meses y a Paula no le pagaron. Un día llamó directamente y le pidieron nuevos papeles que tenía que entregar en físico para lograr el pago. Volvió a hacer el trámite y espero dos semanas. Volvió a llamar y recibió tres contactos diferentes en la línea para finalmente decirle que los pagos estaban “suspendidos hasta nueva orden”. La verdad, no sé si ya le pagaron pero creería que no.
Ojalá los políticos se volvieran más exigentes con lo que deben conocer, con evolucionar, con respetar a los demás, con cumplir sus compromisos. La política me deprime porque cada vez más solo enaltece egos propios. Más exigencia de verdad señores y señoras… que el respeto a los demás empiece por casa.
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