Crítica de libros de no ficción
Más allá del deber: una reseña de ‘Hijos y soldados’, de Bruce Henderson
Según Mauricio Sáenz, la Segunda Guerra Mundial nunca deja de sorprender.
La Segunda Guerra Mundial nunca deja de sorprender. Cuando parece narrada hasta la saciedad, alguien sale con un nuevo ángulo de ese drama de horror y muerte. En esta ocasión, se trata de la historia de unos judíos alemanes que escaparon de las garras de los nazis en los años treinta, cuando eran unos adolescentes, y con el tiempo se convirtieron en soldados de Estados Unidos para regresar a luchar contra Hitler.
Ese planteamiento ya daría de sobra para una buena historia, pero esta tiene otra particularidad. No se trataba solo de soldados, sino de intérpretes del alemán, francés y otros idiomas, entrenados para hacer labores de inteligencia y, sobre todo, para interrogar a los prisioneros en el campo de batalla. De modo que estos combatientes, con la valiosa información que consiguieron, contribuyeron al esfuerzo bélico en forma desproporcionada a su número, menos de dos mil.
En Hijos y soldados, el periodista Bruce Henderson entrelaza cronológicamente las vidas de seis de ellos, provenientes de todos los caminos de la vida, desde niños pueblerinos hasta hijos de banqueros.
Corren los años treinta cuando comienzan a sentir que la vida en su Alemania natal nunca volverá a ser la misma. Sus compañeros de la escuela dejan de ser sus amigos, los excluyen de los equipos deportivos, los miran mal en la calle. Algo pasa, y llega desde Berlín. Por supuesto, la situación solo empeora hasta que, luego del horror de la Kristallnacht, las familias deciden emigrar. Pero lo hacen, como muchas, demasiado tarde, y algunas deben conformarse con enviar solo al primogénito.
Con sus padres y hermanos, o en grupos de organizaciones internacionales, esos muchachos emprenden la huida y enfrentan toda clase de vicisitudes al atravesar una Europa traumatizada donde nada es seguro. Ni siquiera el trayecto marítimo, siempre amenazado por los submarinos alemanes.
Eventualmente logran llegar a Estados Unidos, sin dejar la obsesión por recuperar a sus familias. Y al estallar la guerra, ellos, ya en edad militar, de una u otra forma terminan enlistados en un programa ultrasecreto creado a comienzos de 1942 en Fort Ritchie, en las montañas de Maryland.
En ese lugar suceden cosas raras: los vecinos dicen haber visto circular soldados y vehículos alemanes por las vías internas. Se trata de una puesta en escena minuciosa para familiarizar a los alumnos sobre los detalles de la milicia germana. Grados, insignias, organigramas, equipos, hasta el nombre de los comandantes. Los estudiantes reciben clases de psicología aplicada a los interrogatorios, en los cuales resulta útil convencer al prisionero de que sus adversarios saben todo sobre ellos.
Los protagonistas, ya apodados Ritchie Boys, llegan a Europa con las tropas que avanzan hacia Alemania luego del Día D. Para hacer su trabajo deben estar en el frente, con peligros adicionales: caer en manos de los nazis y morir si descubren su origen. O incluso perder la vida ante los propios norteamericanos, cansados de los estragos causados por soldados alemanes disfrazados de yankees.
Al narrar su labor con los prisioneros, Henderson introduce una perspectiva poco común de la guerra: el contacto humano con soldados enemigos, a veces tocado por la empatía, y la particular perspectiva de estos, muchos de ellos cansados de una guerra que ya solo pueden perder. En una de tantas anécdotas, uno de los interrogadores amenaza a un alemán renuente a hablar con entregárselo a un disfrazado “Comisario Krusov”, y el prisionero suelta la lengua. Tal era el temor que sentían de caer en manos de los soviéticos. Finalmente, el horror llega a su clímax cuando algunos de los protagonistas llegan a los campos de concentración, conscientes de que allí pudieron morir sus familiares.
Henderson realizó una profunda investigación e incluso entrevistó a varios de los protagonistas. Eso le permitió narrar con detalles de novela esta, una historia real que ya debería estar en la mira de algún productor de Hollywood.