10 LIBROS POR 10 CRÍTICOS
La mirada de Igort: ‘Cuadernos japoneses’, de Igor Tuveri
Una reseña de Álvaro Robledo, uno de los diez críticos que escribió sobre los diez libros más interesantes, según ARCADIA, que estarán en la FILBo 2019.
Cuadernos japoneses, de Igor Tuveri
Salamandra Graphic, 184 páginas
Igort es el nombre artístico del italiano Igor Tuveri, autor de novelas gráficas conocidas en el mundo entero, ilustrador, editor, músico y también un gran amante de Japón y su cultura. Empezó a visitar ese archipiélago a principios de la década de 1990 y fue el primer occidental en dibujar manga en ese país.
Los inicios del manga, que literalmente traduce “imágenes caprichosas”, se remontan a la era Tokugawa, es decir al siglo XVII. Y en un principio eran solo eso: estampas aleatorias hechas con ciertos grados de detalle que hablaban de momentos de la vida cotidiana (y también de la naturaleza y del mundo sobrenatural). Con el tiempo el manga se fue complejizando hasta transformarse en un género literario en toda su ley, que hoy ha alcanzado unas cotas insospechadas de complejidad y sofisticación.
Cuando llega al Japón, Igort les dice a sus compañeros y colegas de Kdansha, tal vez la editorial más importante de ese país, que sentía (estaba convencido de ello) que él había sido japonés en otra vida. Sus editores le responden: “Nosotros, japoneses, estamos felices de trabajar con usted, que a su vez, en otra vida, ha sido japonés”.
Quien conozca un poco los ritmos de trabajo de los japoneses (impensables para nosotros los occidentales) podrá reírse al ver a este italiano sin dormir y casi sin comer, durmiendo en sofás en la oficina (había quien dormía en cajas) para cumplir con los absurdos plazos que se imponen estas personas tan amantes de sus oficios y del perfeccionismo a que deben llevarlos.
A pesar de todo esto, Igort es feliz. Está en el país de sus sueños, donde siente que el silencio grita y la belleza es posible; un gran cofre que solo se abre a quien tiene sus llaves y que solo así decide (aunque no siempre) entregarle los tesoros que guarda en su interior. Un lugar cuyos misterios se renuevan todo el tiempo.
Este es el trasunto de los dos Cuadernos japoneses que Igort dibujó durante estas décadas en las que intermitentemente visitó ese país. El primero se titula Un viaje por el imperio de los signos y el segundo, El vagabundo del manga. Ambos son una mezcla de diario íntimo, guía de los lugares más maravillosos de Japón, al igual que testimonio de su amor y reverencia por los artistas de ese país, hombres y mujeres que marcaron su vida y la transformaron en algo nuevo, mayor logro posible del arte. Por sus páginas deambulan Matsuo Basho, el gran poeta de haikú; Yukio Mishima y Yasunari Kawabata, los dos escritores suicidas; la inmortal Murasaki Shikibu, autora de la Historia de Genji; el gran samurái Miyamoto Musashi, escritor del Libro de los cinco anillos, de quien toma la estructura de su libro, dividido en los cinco elementos del agua, la tierra, el fuego, el aire y el vacío, para mostrarnos su Japón, ese lugar indescifrable que tanto asombro nos produce a los occidentales.
La mirada de Igort es por momentos la de las estampas del mundo flotante, un concepto amado por los japoneses, parecido a una suerte de paraíso en la Tierra donde se olvidan las fatigas y los pesares: en su momento fueron los barrios de placer de Tokio y Kioto, en los que se olvidaban durante horas las férreas jerarquías y los deberes recalcitrantes. Un lugar donde era posible –como lo dice Asai Ryoi en su Ukiyo monogatari, de 1662– “vivir momento a momento, abandonarse por completo a la luna, a la nieve, a las flores del cerezo y a las hojas rojas de los arces, cantar canciones, beber sake, consolarse olvidando la realidad, no preocuparse de la miseria que tenemos delante, no dejarse desalentar, ser como una calabaza vacía que flota en la corriente del agua”.