Crítica de cine
“‘Monos’ nos sacude desde todos los flancos”: Pedro Adrián Zuluaga
Un comentario sobre la película de Alejandro Landes que representará a Colombia en la carrera por los Premios Óscar y Goya.
Los NN de la guerra
En la edición n.° 165 de ARCADIA, Andrés Suárez escribe que la artificialidad abrumadora y contundente de Monos “es un distractor que consigue distanciar al espectador de las experiencias de [sus] personajes: la guerra se transforma en espectáculo”. Otros críticos, que también han roto el consenso a favor del tercer largometraje de Alejandro Landes, mencionan su sadismo (Jordan Raup en The Film Stage), o que “la línea que separa el retrato y la explotación es incómoda y ofensivamente borrosa” (Keith Uhlich en The Hollywood Reporter). Considero, al contrario, que la representación despersonalizada o genérica de los ocho muchachos y el Mensajero, que forman parte de un grupo armado llamado La Organización, encuentra en esa aparente falta de matices su mayor interés. Es desde esa borradura de la identidad o la psicología que estos “monos” interrogan a los espectadores y les piden su comprensión y piedad.
Porque sí, estos adolescentes sometidos a un riguroso entrenamiento militar mientras cuidan de una secuestrada y una vaca parecen formar parte de un reality sobre la guerra. Y en esa telerrealidad en que viven somos también nosotros, el público, quienes los vigilamos. Es a expensas de nuestro morbo que se entregan a sus pequeños rituales en que conviven el instinto de supervivencia y fuga, la curiosidad sexual y la conciencia de que son examinados por un orden ajeno, en principio, a ellos mismos. La escasa información sobre quién o qué está detrás de ese dispositivo de guerra solo aumenta el poder de esa entidad vaga o encubierta que, al no poder definirse externamente, se internaliza. Y entonces los muchachos empiezan a controlarse entre sí y a replicar los abusos del poder que los aprisionan. Ocasionalmente, se observan a través de unos prismáticos de visión nocturna por los que accedemos a una imagen como en negativo de ellos mismos. En esas derivas, Monos exhibe su inteligencia política. La vigilancia es la regla central de este universo dislocado. La guerra es esa distorsión de la realidad.
Landes compone una narración que utiliza, sin especificarla, la iconografía sobre las guerrillas colombianas y sus prácticas militares, y toma elementos de las películas de guerra y aventuras, pero también explora convenciones del cine de coming of age. Al desterritorializar la guerra convirtiéndola en parque temático, y al no plegarse a ningún género específico pero permitiéndose transitar por muchos, Monos nos invita a dejar de pensar la violencia como nuestra esencia nacional. Y a dudar de toda estética esencialista que dictamina, por ejemplo, la inflexión y solemnidad con que debe ser representada la guerra. Es un punto de vista arriesgado, que encontrará en el camino detractores vehementes. La propuesta de Landes podrá ser acusada de frívola e indolente. No creo que lo sea; encuentro más superficialidad y pereza en la duplicación de representaciones previsibles y políticamente correctas que anestesien los ánimos y tranquilicen las conciencias.
Monos, en cambio, nos sacude desde todos los flancos. La cámara esquizoide deja entrever el delirio de toda guerra, y el diseño sonoro, que incluye vientos y percusiones, ahonda en la inestabilidad de ese testigo incómodo en que se convierte el espectador. La tensa mezcla de actores no profesionales –que cargan su inevitable naturalismo– con rostros conocidos, aumenta la sensación de extrañeza del filme. Monos es un cine queer en el que los cuerpos están prestos a lastimarse. Cuerpos que exhiben sus heridas y nos gritan ¡mírennos! ¡Somos artificio pero podemos ser reales! El juego y el espectáculo no siempre adormecen; también activan la imaginación. Landes muestra que no es un director frívolo al permitir que estos cuerpos simulacro, que incluso en esa condición pueden ser degradados, también soliciten protección y cuidado. Estos monos del reality nos llaman pidiendo que los salvemos. Ojalá que encuentren espectadores dispuestos, no únicamente a mirar y vigilar, sino a imaginar esa salvación.