Política
Abelardo de la Espriella dice que quieren sacarlo de la consulta de la derecha: “Arman una unión, pero una unión sin mí, sin el tigre”
“Una consulta: se preguntan entre ellos y se autorresponden ellos mismos también. Sí, consulta sí, pero sin De la Espriella”, asegura
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Abelardo de la Espriella envió una sentida carta a sus seguidores. Lo hizo, según él, “rompiendo con todos los manuales de la estrategia política de esa vieja política que nos ha metido en este berenjenal de contradicciones y cálculos cobardes”.
El precandidato, que se ha hecho llamar el Tigre, advierte que quieren sacarlo del camino. Y dice de frente que los aspirantes de derecha a la presidencia buscan excluirlo de la consulta presidencial de marzo. “Soy un tigre que no ruge por poder, sino por defender la patria”, dice de sí mismo.
— Abelardo De La Espriella (@ABDELAESPRIELLA) October 13, 2025
El abogado penalista asegura que en esas mezquindades de la política, a los demás se les olvida que solo hay un enemigo a vencer. “Yo, convencido como estoy, de que solo la unión nos llevará a derrotar a los únicos enemigos que reconozco: Petro y sus cómplices”, asegura.
Propone que solo exista una persona contra quien represente a Gustavo Petro. “Dije claramente que si hay un candidato o candidata que tenga más acogida en el pueblo, me uno a él o a ella como un soldado de la causa. Lo dije y así lo cumpliré”.
De la Espriella asegura que esa idea había calado hasta que él comenzó a subir en los sondeos internos que han circulado por redes sociales y que, ante el temor de verlo ganando, ya los otros aspirantes de la derecha no se quieren medir con él.

“De nada sirvió esa mano tendida, mi corazón abierto. A mediados de agosto, en pleno pico de mis llamados a la unidad, los ataques arreciaron. ¿Eso es coincidencia? Obviamente no”, señala. El abogado detalla los ataques que le han hecho sus contrincantes que han desempolvado su pasado como abogado y han enlistado los clientes que ha defendido, incluido a Alex Saab.
“Ahora arman una unión, pero una unión sin mí. Una consulta: se preguntan entre ellos y se autorresponden ellos mismos también. Sí, consulta sí, pero sin De la Espriella, sin el Tigre. Candidatos que deberían estar pensando en enfrentar a Petro se suman al coro, tildándome de populista extremo en entrevistas veladas”, agrega.
Y al final concluye que se vive un Toconabe: Todos con Abelardo.

Esta es la carta completa:
“Queridos Defensores de la Patria, colombianos de corazón grande e indomable, hoy he querido, rompiendo con todos los manuales de la estrategia política de esa vieja política que nos ha metido en este berenjenal de contradicciones y cálculos cobardes, compartir con ustedes uno de los análisis estratégicos que hemos hecho al interior de mi campaña a la Presidencia de la República y contarles, de frente y sin filtros, la estrategia que vamos a ejecutar.
Yo, Abelardo de la Espriella, soy un tigre que no ruge por poder, sino por defender la patria, esa que tanto amamos. Y por eso, porque esta campaña no es mía, sino de todos nosotros, de los patriotas del pueblo cansado de que nada cambie, he decidido compartir con todos ustedes la línea estratégica de nuestra cruzada democrática.

No vengo a venderles humo ni a recitar promesas vacías; vengo a diseccionar en carne viva el estado actual de mi campaña, porque si algo me define es la extrema coherencia: decir lo que pienso, hacer lo que prometo y unirnos, no por conveniencia, sino por amor a Colombia. Como corresponde, Colombia primero para los colombianos, segundo para los colombianos, tercero para los colombianos, cuarto para los colombianos.
Al principio, cuando este proyecto apenas era un susurro en las encuestas digitales y en las calles de la patria, todos pedían unión. Y yo, entonces y hoy también, sigo convencido de que debemos unirnos quienes defendemos los valores: la familia, la fe, la Constitución, la ley, la Fuerza Pública, la propiedad privada y la moral cristiana basada en principios firmes. Todos han clamado por la unión. Y yo, convencido como estoy, de que solo la unión nos llevará a derrotar a los únicos enemigos que reconozco: Petro y sus cómplices.
Ofrecí esa unión y la ofrezco en torno a cualquier candidato o candidata que, con la bendición del pueblo, pueda vencer a ese enemigo de la democracia y la libertad. El mensaje de unidad del cual todos hablaban fue muy bien recibido al principio, y yo me sumé al llamado de unidad con el alma abierta. Dije claramente que si hay un candidato o candidata que tenga más acogida en el pueblo, me uno a él o a ella como un soldado de la causa. Lo dije y así lo cumpliré.
¿De qué hablamos de la unidad? ¡Hay que unirnos! Ustedes han pedido unidad, y la voz del pueblo es la voz de todos. Aquí todo el mundo es bienvenido, excepto Gustavo Petro y sus compis. Compré esa idea porque creo en ella: solo la unidad nos salva.

Pero, ¿saben qué pasó, mis queridos compatriotas? Ese llamado a la unión gustó en un principio, pero duró lo que un mango verde con sal y limón frente a la puerta de un colegio en el Caribe colombiano: duró hasta que mis números empezaron a dispararse en la preferencia de la ciudadanía del pueblo colombiano.
En las redes, en la calle, en las marchas, en las reuniones, en las encuestas —que aunque están prohibidas para publicar, el país conoce porque circulan todos los domingos en los WhatsApp y en las redes sociales—, allí se siente el pulso real del pueblo. Y entonces empecé a subir en el querer popular, y pasé de ser el outsider a ser la única opción viable de la extrema coherencia para derrotar al enemigo de la democracia: Petro y sus cómplices.

Y ahí, defensores, empezó el problema. Empezó el lío. Permítanme trazarles una línea de tiempo, no con rencor ni problema, sino con la claridad de quien ha visto el alma de la política por dentro.
Miren: en agosto, apenas tres semanas después de haber lanzado mi campaña —doy este paso por los colombianos, por mis hijos y por el porvenir que merecemos todos—, no lo veo como un sacrificio, sino como un deber moral. Cuando los primeros números empezaron a ponerme a la par de aquellos que llevaban casi un año como candidatos, arrancaron automáticamente los ataques directos y mentirosos contra mí. Quisieron destruirme, y lo quieren seguir haciendo por mi trabajo como abogado.
Intentaron confundir al pueblo, vendiendo el sagrado derecho a la defensa como si eso fuera una labor indigna e ilegal para quien aspira a defender. Les quiero dar un dato histórico: miren, John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos, fue ante todo abogado defensor, y uno de los más brillantes de su tiempo en las colonias americanas. Tras la masacre de Boston, John Adams defendió no a los americanos, sino a los soldados británicos acusados de asesinar a colonos estadounidenses durante una protesta allá. A pesar de la enorme presión popular —porque el sentimiento contra los británicos era muy fuerte—, Adams aceptó el caso y demostró que la justicia debía estar por encima de la emoción o la política.
No nos vayamos tan lejos. Aquí, en Colombia, Jorge Eliécer Gaitán, abogado penalista y seguro presidente de Colombia, fue asesinado luego de terminar un juicio por homicidio al llegar a su oficina en Bogotá.
En mi caso, mis detractores intentan desesperadamente deslegitimar el ejercicio del derecho a la defensa judicial, porque el peor delincuente de todos es el funcionario judicial que desconoce la ley para fabricar pruebas y perseguir a un inocente. Esa misma ley me ha permitido pelear por inocentes y por la justicia, sin mirar colores ni ideologías, como si el abogado fuera igual que el defendido; como si el médico pudiera negarse a atender a un paciente, por lo que ese paciente hubiese hecho o dejado de hacer en toda su vida. Eso es absurdo.

Yo respondí, mis queridos compatriotas, con la mano abierta, y dije: “Si tú lideras, yo me sumo”. Pero de nada sirvió esa mano tendida, mi corazón abierto. A mediados de agosto, en pleno pico de mis llamados a la unidad, los ataques arreciaron. ¿Eso es coincidencia? Obviamente no.
Los números subían y subían, porque quienes me atacan han menospreciado a los ciudadanos. No han leído al pueblo colombiano; creen equivocadamente que el pueblo es tonto y que no entiende que el abogado no es igual que su cliente, que la defensa es un derecho sagrado, incluso prestado gratuitamente por el Estado cuando la persona no tiene cómo pagar.

El pueblo entendió que conmigo tienen un defensor, que no tiene dueño distinto al mismo pueblo, que a mí no me maneja nadie, que no tengo otra agenda diferente que salvar y reconstruir a la patria.
¿Y qué pasó en septiembre? Ese fue el mes de más asedio sistemático a alguien que haya sido abogado de personajes polémicos. A mediados de septiembre se intensificaron los ataques, uno tras otro. Se cuestionó mi ética; revivieron refritos que ya habían sido fallados por la justicia. Trataron de imponer sombras pasadas, como mi defensa de Alex Saab. Me tildaron de no ser transparente, de ser un tigre de papel, un payaso, un charlatán.
Yo veo en Abelardo un patoche… se unieron ahí sí, todos los que me llamaban a la unión, pero en contra mía, en contra del tigre. Yo, que fui absuelto al 100 % por la justicia, digo: si hay prueba de lo que dicen, me retiro de la campaña. La respuesta fue el silencio. Me calumniaron.
Él, en su profesión de abogado toda la vida, decidió trabajar para bandidos, ganar mucho dinero y hacerse millonario con los dos tigres, sin prueba ni sustento. Y luego callaron.
A finales de septiembre se incrementaron nuevamente los golpes bajos: videos editados, descontextualizados, con testimonios desmentidos por los propios protagonistas de esas historias. Cobré unos honorarios como abogado, como me cobró el abogado que sigue mi proceso de justicia, y como me cobró el abogado aquí de los Estados Unidos, como me cobró la abogada de inmigración. Porque yo no conozco el primer abogado que se trabaje al gratín.
Me acusaron otra vez con mentiras y sin pruebas de tener bodegas. Miren, yo no creo en las bodegas. Eso no es un mecanismo para obtener el favor popular, que es lo que busco yo. Las bodegas solo sirven para llenar los bolsillos de quienes les venden humo a candidatos faltos de autoestima y necesitados de engañar su propio ego.
No es mi caso. Yo no tengo bodegas y quiero dejar claridad sobre eso. Si tú tienes pruebas sobre eso, acuérdate que estás hablando con un abogado. Por lo tanto, no pago bodegas.

Estamos frente a un fenómeno político que se expande a una velocidad atómica. No hay movimiento económico detrás; por lo menos no nos está llegando el pago a todos los que nos agarró este tsunami. Es más, mi campaña es tan, pero tan atípica, que no pueden creer que el apoyo en redes es real y orgánico. Pueden creer que no he pagado una sola valla, que no compro firmas, que no pido ni recibo plata o financiación.
Yo lo he dicho públicamente: la campaña la estoy financiando yo con recursos propios. Miren, yo estoy poniendo mi vida, estoy arriesgando mi patrimonio, porque estoy financiando la campaña. Y a mí, mi plata me la devuelve la reposición. ¿Cuál es el problema? Que no pago pauta digital; que todo lo que hay aquí es voluntariado.
“Hola, soy María Paula. Les cuento que yo tengo una voz ciudadana. A mí nadie me paga; no me pagan cinco centavos por esta actividad a lo largo del corazón. Como dice Abelardo: firmes por la patria. Yo soy Marina García. Yo no soy bodega. Soy firme por la patria. ¡Arriba Colombia!”
Fervor, pasión y esperanza de ustedes, los defensores de la patria: eso es lo que hay.
Poco a poco, los precandidatos que han estado siempre a la sombra de la política, viviendo del Estado, empezaron a murmurar en foros empresariales, posicionándose ellos como los moderados y yo, el extremista —según ellos—.
Creo que el lenguaje de Abelardo es un poco más extremista. Por supuesto que yo no soy un moderado. ¡Qué equivocados están! ¡Qué torpeza al leer al pueblo! El pueblo no quiere un moderado, un políticamente correcto, porque necesita un líder con cojones que venga a enfrentar con ardentía a los enemigos de la patria, a los delincuentes impunes que se tomaron la Presidencia de la República y el Congreso; a los narcos que dominan las regiones; al terrorismo; a las bandas que controlan las ciudades; a los políticos que se han robado la salud, que quebraron el erario y que tienen a los pobres en la miseria, mientras los delincuentes en Colombia gozan de total y absoluta impunidad.
Mientras tanto, con maquinarias y contactos de Washington, filtraban dudas sobre mi independencia y mi transparencia, sin darse cuenta siquiera de que el gobierno americano me otorgó hace pocos años la ciudadanía estadounidense, después de analizar toda mi vida profesional, empresarial y privada.

¿Por qué los ataques? Porque estaba ya de primero en todos los sondeos, en todas las encuestas. El pueblo me abraza en las plazas, no por plata, sino por fervor, por patriotismo.
Y en octubre, este mes en el que ya estamos, es la culminación, la tapa de la cajita de los ataques. El establecimiento, ese monstruo de intereses atados, ha mutado el ataque a una movida que para ellos resulta ser maestra.
Por lo menos a mí no me representa. Yo quisiera a alguien que no tenga esa cercanía con el mundo del narcotráfico, ni con paramilitares. No, a mí no me gusta Abelardo de la Espriella. Yo lo he visto claramente y creo que, además, no es la persona adecuada para él.
Ahora arman una unión, pero una unión sin mí. Una consulta: se preguntan entre ellos y se autorresponden ellos mismos también. Sí, consulta sí, pero sin De la Espriella, sin el Tigre.
Candidatos que deberían estar pensando en enfrentar a Petro se suman al coro, tildándome de populista extremo en entrevistas veladas. “Y esto no se resuelve ni a gritos, ni con puños arriba, ni con agresividades. Esto no es de payasadas.”
Otros, con su red de lobbies en los cócteles de los clubes bogotanos y en Medellín, corren la voz de que soy demasiado volátil para los inversionistas.
Hombre, es un TOCONABE: todos contra Abelardo. Todos contra Abelardo, por una razón: soy el único que ha hecho comunión real con el pueblo, con la gente. No tengo amarres, no acepto apoyos a cambio de favores, no pido ni recibo un peso de grupos.
Mi campaña es mía, de recursos propios y del alma de los colombianos. Cientos de miles de ustedes colaboran con lo que pueden. Unos ponen vallas en las carreteras; otros cosen camisetas; otros las compran; otros recolectan firmas, imprimen afiches y van puerta a puerta buscando firmas y defensores. Artistas crean jingles que retumban en TikTok; los creadores de contenido generan miles de piezas virales que no se hacen con bots, sino con pasión y con amor por Colombia.
Eso tiene asustado al establecimiento, porque yo no le debo nada a nadie: solo a Dios, a la patria, a mi familia, a ustedes, los Defensores, al pueblo colombiano.
¿Por qué este asedio despiadado en mi contra? Porque en un mar de candidatos atados a deudas políticas y económicas, yo soy libre: el tigre que no se domestica, el que bombardearía a guerrilleros sin piedad ninguna, el que fumigaría la coca sin titubeos, el que destriparía el relato del petrismo en su cuarta acepción, sin medias tintas.
El establecimiento quería una derecha domesticada. Y a mí, el pueblo me da alas para que nos unamos en una extrema coherencia que no negocia con el diablo ni se arrodilla.
Compatriotas, esta disección es necesaria para que ustedes entiendan lo que está pasando. Sigo convencido de la unión; no quemo puentes con nadie, no reconozco más enemigos que Petro y sus cómplices.
Pero que quede claro: mi unión es con el pueblo, con el candidato que logre el favor de ese pueblo.
Si ustedes, compatriotas, están de acuerdo, esa será mi estrategia. Los quiero escuchar, los quiero leer en sus comentarios, en las redes, en las reuniones. ¿Es esa la unión que ustedes quieren, la del Tigre con…?
Miren, estoy rompiendo los cánones porque la política ya no aguanta más mentiras ni falsos discursos de unidad. La unidad se hace, no se dice. La unidad es con el pueblo, no con los políticos, ni con los cacaos, ni con los heliotropos de salón en los clubes sociales.
Este es el análisis estratégico de un lado del espectro. La próxima semana les compartiré los movimientos de la izquierda, cuyos ataques pronto vendrán contra mí, llenos de lo que saben hacer: mentir.
Pero conmigo la pelea tiene otro precio: yo llegué tarde a la repartición del miedo. Yo estoy firme con el pueblo.
Los ataques, todo lo contrario, me resbalan. Lo importante es la democracia, la institucionalidad y la libertad. Yo aguanto todo por Colombia. No me importa que me difamen, no me importa que digan de mí tantas mentiras.
Lo que me importa es salvar a Colombia del comunismo, del petrismo. Y por eso, hoy más que nunca, estoy firme con el pueblo y firme por la patria".