POLÍTICA

Instalación del Congreso, en vivo | El discurso íntegro de Efraín Cepeda al lado del presidente Petro: Le citó “la fuerza del tirano”

El senador Efraín Cepeda se despidió de la presidencia del Senado de la República con este discurso.

20 de julio de 2025, 11:23 p. m.
Efraín Cepeda, presidente del Congreso, en la instalación de la nueva legislatura, el 20 de julio de 2025, en Bogotá
Efraín Cepeda, presidente del Congreso, en la instalación de la nueva legislatura, el 20 de julio de 2025, en Bogotá | Foto: Foto de @EfrainCepeda

Discurso de Efraín Cepeda, presidente del Congreso

Saludos protocolarios.

Hoy clausuramos una legislatura que no ha sido una más. No solo por la magnitud de los debates, ni por la complejidad de las reformas, ni por la tensión de los tiempos. Esta legislatura ha sido distinta porque nos exigió más que el cumplimiento del deber normativo. Nos obligó a asumir un rol que trasciende la técnica parlamentaria: el de guardianes del orden democrático.

En estos meses, no solo ejercimos nuestras funciones constitucionales: legislar, controlar, debatir, reformar. Tuvimos que levantar la voz, sin estridencia pero con firmeza, para recordar a la nación que el Congreso no es una institución decorativa. Es uno de los tres pilares que sostienen la arquitectura republicana. Es el lugar donde todas las voces tienen derecho a existir. Es el escenario de la pluralidad convertida en ley, y no la antesala del pensamiento único.

Aquí, en este recinto, conviven ideas contrarias, proyectos incompatibles, visiones opuestas del país. Y está bien que así sea. La democracia no se nutre del aplauso unánime, sino de la controversia razonada. No florece con la obediencia ciega, sino con la deliberación libre. Como dijo John Stuart Mill, “la verdad no florece si no es desafiada”.

Este año legislativo, más que ningún otro, nos enfrentó al desafío de proteger esa libertad de pensamiento. Tuvimos que defender la autonomía del Congreso frente a una cultura política que, a veces, confunde el disenso con la traición, el control con la obstrucción, y la crítica con el odio.

Debatir no es un acto hostil. Cuestionar no es sabotear. Oponerse no es destruir. La política democrática no es la imposición de una voluntad, sino la construcción de acuerdos entre voluntades diversas. Cuando el poder no entiende esto, cae en la tentación de anular al contradictor. Y cuando eso ocurre, ya no estamos ante un gobierno democrático, sino ante una voluntad absolutista.

A lo largo de estos meses, hemos visto cómo se intenta transformar la discrepancia en delito, la autonomía en insubordinación, la independencia en enemistad. Hemos sido testigos de la descalificación sistemática de todo aquel que piensa distinto: se agrede y se insulta. Ya no se discuten ideas, se estigmatizan personas.

Ese clima de polarización no es nuevo, pero se ha agudizado. Ese mesianismo político —que lo hemos visto en distintas épocas, bajo diferentes ideologías— siempre termina debilitando la democracia.

Como bien advertía Alexis de Tocqueville, los pueblos pueden dejar de ser libres no solo por la fuerza del tirano, sino también por la indiferencia ante la erosión paulatina de sus instituciones. Y esa erosión empieza cuando se relativiza la importancia de los pesos y contrapesos, cuando se desprecia al Congreso, se descalifica a la justicia, se desacredita a la prensa o se cuestiona sin pruebas a los órganos electorales.

Por eso esta legislatura ha sido un punto de inflexión. Porque debimos recordarle al país que sin separación de poderes no hay república. Que sin autonomía del Congreso no hay representación. Que sin justicia independiente no hay garantía de derechos. Que sin prensa libre no hay control. Que sin un órgano electoral confiable no hay democracia.

Gustavo Petro realiza la instalación del Congreso

Los pensadores que sentaron las bases de las democracias modernas fueron unánimes en su advertencia: el poder tiende a expandirse si no encuentra límites. Y esos límites no son obstáculos, son garantías. No están para frenar a los gobiernos legítimos, sino para impedir que esa legitimidad derive en autoritarismo.

Quiero ser claro: ningún poder democrático puede pretender convertirse en conciencia moral única, en tribunal de la verdad, en intérprete exclusivo de los intereses populares. Los pueblos son diversos, plurales, contradictorios. El Congreso, con todas sus imperfecciones, es el reflejo más fiel de esa complejidad social.

También esta legislatura nos recordó que el respeto entre poderes no es cortesía institucional, sino base de la convivencia republicana. Hemos escuchado discursos que, en lugar de proponer, agravian. Que no buscan persuadir, sino destruir. Que no pretenden ganar el debate, sino silenciar al adversario.

Instalación del Congreso 2025: habla el presidente Gustavo Petro
Instalación del Congreso 2025. Efraín Cepeda, presidente del Senado Senador Efraín Cepeda | Foto: ESTEBAN VEGA LA ROTTA

Hemos sido objeto de señalamientos infundados. Se ha insinuado que el Congreso obstruye por egoísmo, que actúa por cálculos políticos, que no representa al pueblo. Y sin embargo, el Congreso sigue aquí, sesionando, tramitando, deliberando, votando. No por inercia, sino por convicción. Porque entendemos que nuestra legitimidad no depende de la aprobación del Ejecutivo, ni de la simpatía popular de turno, sino del mandato constitucional que nos otorgó el pueblo. Porque la democracia no es el gobierno de una parte del pueblo contra otra, sino el gobierno de todos con respeto a todos. Esa es la raíz del principio republicano.

Y cuando se agrede a la justicia, se presiona a los jueces, se calumnia a la prensa o se pretende intervenir los organismos electorales, se está dinamitando esa raíz. Porque la democracia no solo necesita mayorías: necesita contrapesos. Necesita reglas. Necesita controles. Necesita verdad, no propaganda.

Hoy quiero pedirle a los ciudadanos que no se dejen seducir por el discurso del desprecio. Despreciar al Congreso, despreciar a los jueces, despreciar a los periodistas, despreciar a los opositores, despreciar a las instituciones: ese es el camino seguro hacia la autocracia.

Instalación del Congreso 2025
El presidente, Gustavo Petro, en la instalación del Congreso, el 20 de julio de 2025, en Bogotá | Foto: ESTEBAN VEGA LA ROTTA

La democracia no se impone: se construye. Y se construye con paciencia, con debate, con pluralidad, con la aceptación de los límites. No hay democracia sin frustraciones. Pero tampoco hay libertad sin límites.

La justicia debe poder emitir sus fallos sin ser objeto de insultos ni presiones. Debe actuar con la serenidad del jurista y con la prudencia del sabio. Los jueces no están para complacer a nadie, sino para aplicar la ley incluso cuando incomoda.

Los órganos electorales, debe seguir manteniendo Su legitimidad y su rol de árbitros imparciales. Es responsabilidad de todos defender su independencia e imparcialidad.

Y la prensa, cumple una función vital. Porque investigar, denunciar, cuestionar el poder no es conspirar contra la patria. Es ejercer un derecho que preserva a la patria de caer en manos de quienes no toleran el escrutinio.

Una democracia sana necesita diversidad de voces, pluralidad de miradas, tolerancia con lo diferente. No existe nada más peligroso para una república que la imposición de una sola narrativa, con el monopolio del lenguaje, del relato, de la verdad. Porque allí donde todos piensan igual, nadie está pensando realmente.

Esta legislatura, con sus tensiones y sus desacuerdos, nos recordó una verdad que debemos repetir sin cesar: la democracia no es una conquista permanente, sino una posición constantemente asediada.

También vivimos momentos que nos sacudieron en lo más hondo. El atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay fue una advertencia dolorosa de los riesgos que entraña la degradación del debate público. Ese acto violento no fue solo contra una persona, fue contra el ejercicio libre de la política. Fue contra la posibilidad misma del disenso. Y este Congreso reaccionó con unidad, con determinación y con firmeza, porque cuando se atenta contra un colombiano se atenta contra el derecho de toda la ciudadanía a expresarse con libertad.

Hoy nos sumamos desde este recinto una vez más a las miles de voces que, con fuerza y convicción, repiten FUERZA MIGUEL, reafirmando nuestro compromiso con la democracia, la libertad y el respeto por la vida.

Amigos congresistas,

Lo sé: a veces el Congreso puede parecer un lugar caótico. Voces que se superponen, discursos que se encadenan, señalamientos cruzados, negociaciones intensas, acuerdos frágiles, desacuerdos rotundos. Desde afuera, puede parecer desorden. Pero permítanme decirlo con toda claridad: ese aparente caos encierra una legitimidad profunda. Es el reflejo vivo de una sociedad plural, de una nación compleja, de un pueblo que no piensa con una sola voz, ni siente con una sola alma.

Ese ruido, esa fricción, ese ir y venir de argumentos —a veces ásperos, a veces apasionados— es precisamente la esencia de la democracia. No hay libertad sin diversidad. No hay diversidad sin conflicto. Y no hay conflicto civilizado sin instituciones que lo tramiten mediante la palabra.

Esa es la magia del Congreso, del Parlamento, del foro deliberativo: es el lugar donde las diferencias se hacen visibles, se confrontan, se tensionan, y a veces —no siempre, pero a veces— se reconcilian en el terreno común de una ley, de una decisión, de una reforma que no anula a nadie, sino que contiene a todos.

Por eso, defendamos con orgullo este espacio de palabras. Desconfíen, queridos colegas, de los congresos donde reina el unanimismo. Allí no hay debate, ni pensamiento, ni ciudadanía activa. Allí no hay democracia. Solo el reflejo de una voluntad única que se impone, mientras los demás asienten por costumbre, por miedo o por cálculo.

El Congreso, cuando es verdaderamente libre, se parece a la vida: imprevisible, conflictiva, intensa, pero profundamente legítima. En su diversidad está su riqueza. En su ruido, su vitalidad. En su desacuerdo, su compromiso con la libertad.

Existen espíritus que preferirían convertir su voluntad en ley, su visión en dogma, su poder en destino. Voces que se sienten intérpretes exclusivos del pueblo, de la historia, de la moral, de la raza, del proletariado o de cualquier otra mística que sirva para imponer y callar. No importa si se visten de izquierda o de derecha: el absolutismo es siempre la negación de la libertad.

Como presidente del Congreso, hoy me enorgullece decir que esta institución supo estar a la altura. No por unanimidad, no sin errores, pero sí con valor. Porque en medio de los intentos de sometimiento simbólico, de la presión retórica, del desprestigio sistemático, supimos mantenernos firmes. Supimos recordar que no estamos aquí para aplaudir, sino para representar.

Por eso quiero terminar con un llamado, no solo político, sino moral. A todos los congresistas, más allá de sus posiciones ideológicas, más allá de las trincheras partidistas. Recordemos que el mandato que recibimos Ffue para defender la diversidad del pueblo colombiano, su pluralidad irrenunciable, su derecho a disentir.

Antes de concluir estas palabras, quiero dejar con absoluta claridad nuestro respaldo a la posición firme y responsable de la Corte Suprema de Justicia frente al proyecto de ley que busca otorgar beneficios penales a cabecillas de bandas criminales bajo el discurso de la “paz total”. Confundir paz con impunidad no solo es un error: es una amenaza directa al Estado de Derecho. La impunidad estimula al delincuente, desprotege al ciudadano de bien y debilita la confianza en la justicia. La gente clama por seguridad, no por indulgencia con quienes han sembrado el miedo. La Corte ha sido clara: sin verdad, sin reparación y sin garantías efectivas de no repetición y sin escuchar a las víctimas no hay paz posible. Solo impunidad disfrazada de acuerdo.

Colombia necesita un Congreso que sepa decir sí cuando hay razones, y no cuando hay principios. Un Congreso que no le tema al debate, que no renuncie a la deliberación, que no se refugie en el cálculo, ni se arrodille ante la presión. Un Congreso que entienda que su función no es complacer, sino representar con dignidad, con carácter y con sentido histórico.

Esa es, al final, la única manera de honrar la confianza de los ciudadanos. Hoy más que nunca, con serenidad y firmeza, quiero repetirlo con claridad:

El Congreso es el camino.Muchas gracias.