PORTADA
‘Nos guste o no, Donald Trump prestará atención a América Latina’. Por Brian Winter, editor general de Americas Quarterly
¿Qué puede esperar la región con el regreso del líder republicano a la Casa Blanca? Por Brian Winter, analista político y editor general de Americas Quarterly.
“Estados Unidos no le presta suficiente atención a América Latina”. En los últimos años, de hecho, en las últimas décadas, este ha sido un lamento común, que se ha escuchado en todas partes, desde Bogotá hasta Brasilia, desde la Ciudad de México hasta el propio Washington. Pero en una segunda presidencia de Donald Trump, esta afirmación puede cambiar. Es probable que la región se convierta en una prioridad mucho mayor, con consecuencias impredecibles para Colombia y otros países.
Nada más hay que ver la elección de Trump el 5 de noviembre para entender por qué. Su margen de victoria mayor al esperado le da un mandato rotundo para enfrentar la inmigración irregular y la inflación, las dos principales preocupaciones de los estadounidenses, con soluciones que, sin lugar a duda, involucrarán una política hacia América Latina. Otros temas importantes centrales en la agenda de Trump incluyen la epidemia de las drogas, aún grave en Estados Unidos; la creciente rivalidad de Washington con Pekín; así como el deseo de formar un amplio frente global contra las amenazas socialistas, tanto percibidas como reales. Estos problemas también llevarán a Trump y sus aliados a mirar hacia el sur con mayor frecuencia.
La primera presidencia de Donald Trump nos da ciertas pistas, aunque incompletas, sobre lo que podría guiar su política hacia América Latina durante la segunda. Después de que Trump comenzó su campaña en 2015 acusando a México de enviar violadores a Estados Unidos y prometiendo obligar a México a pagar por la construcción de un nuevo muro fronterizo, algunos predijeron que el multimillonario lideraría una política de confrontación, incluso hostil, hacia toda la región.
La realidad resultó ser una mezcla. Si bien hubo tensiones frecuentes con México, especialmente cuando Trump utilizó la amenaza de aranceles para asegurar la cooperación mexicana en materia de inmigración e interdicción de drogas, nunca llegaron al punto de ruptura. De hecho, a pesar de las claras diferencias ideológicas de Trump con el entonces presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de izquierda, los líderes lograron forjar una relación que fue a la vez respetuosa y altamente transaccional. En esencia, mientras López Obrador colaborara en los temas importantes para Trump, ordenando a las tropas mexicanas que detuvieran a los migrantes que se dirigían hacia el norte antes de que llegaran a la frontera con Estados Unidos, por ejemplo, Trump entonces, dejaría a México en paz para perseguir su propia agenda interna sin interferencia o incluso sin muchos comentarios. Para sorpresa de muchos, López Obrador incluso expresó públicamente su nostalgia por el presidente Trump después de que Joe Biden fuera elegido y su gobierno comenzara a criticar lo que veía como el deterioro de la democracia y las instituciones mexicanas.
En otras latitudes, Trump estableció relaciones cordiales con varios líderes latinoamericanos con los que compartía afinidades ideológicas, como Iván Duque, en Colombia; Mauricio Macri, en Argentina, y Jair Bolsonaro, en Brasil. Con su colaboración, lideró una política de “máxima presión” hacia Venezuela, aprobando nuevas sanciones, reconociendo un gobierno alternativo e incluso planteando públicamente la amenaza de una intervención militar estadounidense, aunque esto nunca se vio dentro de su administración como una posibilidad real. Estas políticas no lograron desalojar a Nicolás Maduro, y las sanciones empeoraron el sufrimiento del pueblo venezolano, contribuyendo a un flujo migratorio aún mayor en los años siguientes. Las prioridades anteriores de Estados Unidos, como coordinar la acción contra el cambio climático o presionar para poner fin a la deforestación del Amazonas, fueron abandonadas en gran medida. Si bien Trump tuvo buenas relaciones con muchos gobiernos, su retórica sobre los inmigrantes y otras turbulencias durante su presidencia hicieron que la imagen de Estados Unidos se deteriorara drásticamente entre muchos de los ciudadanos de América Latina, según encuestas realizadas por el Pew Research Center y otras organizaciones, antes de recuperarse bajo Biden.
Entonces, ¿qué significa todo esto ahora? La historia siempre es una guía imperfecta, y puede resultar aún más ilusoria bajo un segundo gobierno de Trump. En primer lugar, el mandato de Trump para abordar la migración es mucho más fuerte esta vez: los números de migración irregular se triplicaron durante la presidencia de Biden, y la promesa de Trump de una “deportación masiva” de los, aproximadamente, 12 millones de personas que viven en Estados Unidos sin documentos legales fue fundamental para su campaña. Mientras que la mayor parte de la migración ilegal durante su primer mandato provino de los países del llamado Triángulo Norte de Guatemala, El Salvador y Honduras, hoy las fuentes de migración son mucho más diversas: venezolanos, cubanos, mexicanos, ecuatorianos, colombianos, peruanos, etc. Como resultado, es probable que las relaciones de Trump con los gobiernos latinoamericanos estén mucho más definidas por las cuestiones migratorias que antes.
Al mismo tiempo, Trump estará más dispuesto a usar “su garrote”, a través de aranceles, sanciones u otras amenazas, contra los países que cree que no están logrando detener la migración hacia el exterior o recibir a los deportados. Sería un error creer que la relativa armonía de los lazos con México y otros países durante el primer mandato de Trump se volverá a repetir automáticamente, ya que es probable que el presidente electo sea aún más exigente. Los intereses del sector privado, en especial de aquellos que dependen de México y otros países latinoamericanos para algunas partes de su cadena de suministro, presionarán a la administración Trump para que no emprenda una ruptura total. Pero es probable que un segundo periodo en la Casa Blanca de Trump carecerá de algunas de las influencias moderadoras, como su yerno Jared Kushner, quien ayudó a evitar una crisis mayor durante el primer mandato.
La política antidrogas también será aún más crítica para Trump esta vez. Si bien las muertes por sobredosis se redujeron ligeramente en 2023 a alrededor de 107.000 personas, ese número sigue siendo más del triple del nivel de cuando Trump asumió el cargo por primera vez en 2017. Las preocupaciones sobre las drogas, particularmente el fentanilo, son especialmente urgentes entre la base de clase trabajadora de Trump. Su nuevo vicepresidente, J.D. Vance, proviene de una familia devastada por la adicción. Todo esto significa un aumento de la “narcotización” de los vínculos con los países productores de drogas, especialmente México, Colombia, Perú y Bolivia. Es probable que la relativa paciencia de Washington bajo Biden con el aumento del cultivo de coca experimente un fuerte revés bajo Trump. Las aperturas a un tipo diferente de política de lucha contra las drogas, incluida la legalización de las llamadas drogas duras, serán recibidas con hostilidad en el Washington de Trump.
Es posible que también se incline más que Biden para presionar que los países latinoamericanos no acepten inversiones chinas en industrias estratégicas o sensibles como 5G o la infraestructura eléctrica. En su otro gran foco en la región, Venezuela, incluso sus aliados de larga data dicen que tienen poca idea de qué esperar. Algunos prevén un regreso a la campaña de máxima presión de su primer mandato, incluida la revocación de las licencias para que las empresas estadounidenses produzcan y exporten cantidades limitadas de petróleo venezolano. Otros hablan de que Trump busca algún tipo de acuerdo o gran pacto con Maduro, bajo el cual el dictador aceptaría recibir a los deportados venezolanos mientras, tal vez, reciba una participación aún mayor de Estados Unidos en el sector petrolero venezolano. De cualquier manera, un retorno a la democracia venezolana parece poco probable, lamentablemente.
A pesar de estas incertidumbres, el camino para que los países latinoamericanos naveguen a través del regreso de Trump parece bastante claro. Es probable que los gobiernos que estén dispuestos y sean capaces de colaborar con Trump en sus principales prioridades, especialmente migración y drogas, tengan una relación bastante armoniosa con Washington, incluso si difieren profundamente con Trump en otras cuestiones. En otros temas de importancia regional, como el cambio climático y la lucha contra el crimen organizado, es posible que los gobiernos latinoamericanos deban actuar solos y encontrar nuevos mecanismos de colaboración que no incluyan a Washington. En general, el creciente interés de Trump en la región traerá algunos aspectos positivos, algunos negativos y algunas áreas de omisión total.