POLÍTICA

Una aventura popular antidemocrática

También hubo una época y un lugar en el que “el pueblo” estuvo de acuerdo en considerar que un determinado grupo social no tenía derechos, no debían ser considerados ciudadanos, eran los causantes de todos los males de la “nación” y no podían ser considerados humanos.

29 de abril de 2025, 4:15 p. m.
El presidente, Gustavo Petro, en el consejo de ministros del 28 de abril de 2025, en Bogotá
El presidente, Gustavo Petro, en el consejo de ministros del 28 de abril de 2025, en Bogotá | Foto: Joel González - Presidencia de Colombia

También hubo un tiempo y una sociedad que estaba de acuerdo en que las personas de raza negra eran inferiores, podían ser esclavizadas y posteriormente, segregadas. En ambos casos fueron mayoría. Y todo terminó mal. La anterior reminiscencia trae a la mente situaciones históricas que son bien conocidas durante los siglos XIX y XX y ocasionaron una debacle humana sin precedentes en la historia de la civilización.

¿Cuál fue el punto en común? Que “el pueblo” estuvo de acuerdo con postulados e ideas que hoy no solo se saben equivocadas sino que fueron profundamente antidemocráticas. La diferencia la hizo que las mayorías estuvieron de acuerdo en ello. La democracia -bien dicen por ahí- no es la mejor forma de gobierno sino la menos mala conocida. Y contiene, además, una característica paradójica adicional que es trascendental: la clave de su fortaleza es la misma semilla de su posible destrucción.

En efecto, las mayorías que sostienen una democracia y que le imprimen legitimidad a las decisiones que se adoptan en ésta, son las mismas mayorías que la ponen en riesgo de desaparición. No en vano, no pocos teóricos y doctrinantes constitucionalistas e historiadores han advertido que la democracia en sí misma no es la irreflexiva y ciega aceptación de lo que la mayoría decide o la “voluntad popular” sino la protección de las minorías y la correcta canalización de la voluntad soberana.

Lo anterior lo que quiere decir es que también la voluntad mayoritaria tiene que seguir un camino de legalidad y tener control. Lo que ha quedado claro durante el laboratorio político, social y bélico del siglo XX y con la digitalización del siglo XXI es que la opinión mayoritaria es maleable, fácilmente manipulable y que, en últimas, no le interesa hacer lo correcto sino lo común.

Luego, que la mayoría de una comunidad o población esté de acuerdo con algo no quiere decir que sea lo correcto, ni que tenga la razón ni que sea legítimo o legal. Por esto es que la “voluntad popular” también tiene límites y más que ello, tiene controles: los controles de la institucionalidad y el Estado de Derecho. El “pueblo” que es dueño de su propio destino y tiene voz dentro de una democracia también puede ser su propio verdugo, incluso, sin darse cuenta. Para eso existen las instituciones del Estado que son, además, los verdaderos pilares y controles de la democracia.

Estas reflexiones son útiles y actuales a propósito de la Consulta Popular que ha sido lanzada y liderada por el gobierno nacional tras el fracaso del trámite legislativo de la reforma laboral en el Congreso de la República. El Presidente ha sido incisivo en señalar que la voz del “pueblo” está por encima del Congreso mismo y que cuando éste no responde a aquel, entonces “pierde razón de ser” y “carece de legitimidad”. Nada mas profundamente antidemocrático que eso.

Las instituciones del Estado Social de Derecho buscan precisamente evitar que la voluntad popular se salga de cauce y amenace su propia existencia, como sucedió ampliamente en episodios conocidos del ya citado siglo XX. No es un asunto menor. Está en peligro la democracia, irónicamente, en cabeza del “pueblo” mismo. Vale la pena atender las alertas tempranas que tenemos enfrente.