salud mental
Ricardo Silva y Alejandro Gaviria se reúnen para hablar de salud mental en ‘El arte de no enloquecer’, “la felicidad no existe, existen los momentos felices”
Ricardo Silva y Alejandro Gaviria hablan sobre El arte de no enloquecer, el libro que escribieron a cuatro manos y que se centra en la salud mental, así como en la amistad, una vida en calma y la felicidad.


Ricardo Silva y Alejandro Gaviria son dos apasionados observadores de la realidad, pero también son amigos. Dos hombres que se reunieron no para hablar de política ni de actualidad, sino para reflexionar sobre la vida, sobre cómo han sobrevivido al dolor, al miedo y a la presión de los días.
Las primeras reflexiones dieron lugar a Tercera vuelta, un pódcast cargado de humor y anécdotas personales. Ahora esas conversaciones tienen un nuevo lugar, un libro, cargado también de humor y especialmente uno que busca ser un respiro en medio del ruido.

Sobre el arte que representa no “enloquecer” en un mundo dominado por la hiperconectividad, el positivismo tóxico y demás ismos que gobiernan el mundo actual, Alejandro Gaviria sostiene que el primer paso es reconocer que “todos nos hemos enloquecido en algún momento. Yo he tenido momentos de mucha ansiedad. En algún momento, cuando fui ministro de Salud, sentía que cuando llegaba a la casa estaba lidiando con un problema imposible. Me sentía abrumado por el peso infinito de infinitas miradas”.
Ese peso infinito también lo ha vivido Ricardo Silva, momentos “en los que uno siente que no da, que no le alcanza la cabeza, que no le alcanza el espíritu, ni los nervios, y que lo sobrepasa lo que está viviendo”.
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Para sobrepasarlos y especialmente para lograr ese respiro en medio del ruido incesante del mundo, el escritor y el exministro hacen una gran reflexión sobre la importancia de la búsqueda de la salud mental, respuesta que parece encontrarse detrás de varias preguntas. ¿Dónde nos paramos en el mundo? ¿Cuánto nos exponemos? ¿Qué tanto nos importa la mirada de los otros? ¿Qué tanto buscamos la intensidad en la vida? ¿Qué tanto nos escondemos? Para Gaviria esa es una conversación permanente. “Esa búsqueda, ese equilibrio, es fundamental para todos. Se trata de cómo vivir. Yo asocio la salud mental con eso: con una especie de adaptación permanente a los desafíos de la vida, que algunos son individuales y otros un poco más colectivos”, sostiene el exministro para SEMANA.

Para poder transitar ese camino hacia la búsqueda de la salud mental, Ricardo Silva es claro: siempre deben estar presentes “la amistad y la conversación”. Algo en lo que Alejandro ha insistido: “La importancia de la conversación en un mundo lleno de monólogos”.
Para Silva, autor de las novelas Relato de Navidad en la Gran Vía, Walkman y Parece que va a llover, entre otras, la conversación no es menor cosa. “Luego de la pandemia fue claro que todos estábamos lidiando con nosotros mismos, con nuestro propio yo. Ahora cada cual está encerrado en su mundo, en su locura, con su teléfono. Yo creo que es muy importante el reencuentro y la conversación”, dice.
En defensa de una vida tranquila
En el corazón de El arte de no enloquecer hay una idea que lo atraviesa todo: la reivindicación de la vida tranquila. Sobre esta defensa, el escritor y el exministro se reconocen en posiciones distintas frente al mundo, uno más entregado al sosiego, el otro más seducido por la intensidad, pero ambos convergen en una certeza: vivir sin extravagancias, sin milagros, ni excesos.
Desde la frase de Montaigne que Gaviria comparte en medio de la entrevista y que celebra las vidas comunes y ordenadas, hasta las confesiones sobre el vértigo de la exposición pública y la ansiedad, la conversación entre ambos revela una búsqueda compartida: moderar el ruido, resistir la presión del éxito constante y entender que la paz también puede asustar, porque a veces se confunde con la muerte. “Yo predico la vida tranquila, pero no la practico siempre”, admite Gaviria. Y Silva, desde el otro extremo, le responde con complicidad: “Pero no demasiado”, porque, como lo dice el escritor, “abstraerse tampoco es la solución” para una vida en calma.

En esa tensión propia de los verdaderos amigos, ambos construyen esa defensa, la de serenidad como acto de rebeldía. Como también lo ha expuesto el filósofo, teólogo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio o en Vida contemplativa. Silva y Gaviria también reflexionan sobre la delgada línea que separa el amor propio del narcisismo.
Para ambos, reconocer el valor de uno mismo es esencial para vivir con sentido, pero advierten sobre el peligro de cruzar hacia un terreno egocéntrico y autocomplaciente. La conversación entre ambos se convierte en un ejercicio de autocrítica y descubrimiento, en el que admiten haber caído en inseguridades y miedos que los llevaron a subestimarse. “Muchas cosas en la vida las hemos hecho sin querer queriendo”, confiesa Silva, mientras Gaviria reconoce que el diálogo funcionó como una terapia inesperada.
La honestidad de sus intercambios le da coherencia al libro: “La forma de este libro es la conversación”, afirma Gaviria, y Silva complementa: “Y también el fondo de lo que queremos ver como ‘no enloquecer’”.

Herramientas para no “enloquecer”
En este intercambio entre ambos, la escritura emerge no solo como una herramienta intelectual, sino también como un refugio emocional y una forma de equilibrio personal. Para Gaviria, escribir no siempre es un acto de catarsis directa, pero sí una práctica que otorga claridad, orden y una sensación de avance, especialmente en momentos de transición o incertidumbre. Ricardo Silva, por su parte, encuentra el proceso mismo como una suerte de compañía emocional.
Ambos coinciden en que el libro, escrito a cuatro manos, no solo es más libre y liviano, sino que expresa una amistad que trasciende el ego del autor individual. Como concluye Silva: “Uno puede hablar bien del libro sin pudor, porque es hablar bien de esa amistad. Y esa amistad es muy buena”. Gaviria también celebra esos momentos inesperados en que aparece una “frase feliz”, fruto del azar creativo durante la escritura, y Silva remata celebrando la imaginación como fuerza vital del proceso, una que se refleja tanto en el libro como en su pódcast conjunto, Tercera vuelta.

Sobre la felicidad
Sobre la noción de felicidad y cuestionando que se trata de un estado permanente, Gaviria asegura que la aspiración es clara: “Mi meta es sentirme como en vacaciones del colegio, que mi vida se parezca a eso”. Una imagen sencilla, pero poderosa, que se opone a la visión artificial y constante de alegría que suelen promover las redes sociales. Ambos coinciden en que la felicidad no es algo que se “es”, sino algo que se “está”. Una experiencia pasajera que aparece por momentos, mientras lo que realmente puede mantenerse es la paz interior.
Como un sable, Ricardo es crítico sobre la oferta interminable de fórmulas milagrosas y discursos de bienestar disfrazados de ciencia que circulan en redes sociales. “La felicidad no existe, existen los momentos felices”, dicen, subrayando la importancia de aceptar que la plenitud no se trata de una meta continua, sino de encontrar equilibrio sin caer en la trampa de perseguir un ideal inalcanzable.
Aprender a pedir ayuda

Finalmente, durante su diálogo con SEMANA, Silva y Gaviria también reflexionaron sobre el surgimiento de espacios en los que los hombres hablen abiertamente de salud mental. Para ellos, este fenómeno no responde a una moda, sino a una necesidad urgente y largamente postergada.“Cada vez más hombres están conversando sobre salud mental entre ellos, y eso es fundamental”, señala Silva. “Si no fuera por este tipo de espacios, tal vez yo no hablaría de ciertas cosas”.
Ambos coinciden en que este tipo de conversaciones crean “círculos de cuidado”, en los que los hombres pueden expresar sus emociones sin el filtro de la violencia o el silencio que históricamente se les ha impuesto. Ambos escritores hacen un llamado a desestigmatizar la terapia en entornos masculinos, particularmente en una sociedad como la colombiana, marcada por la violencia. “En ciertos espacios laborales, aún se percibe la terapia como una debilidad, cuando en realidad es un acto de fortaleza”, insiste Gaviria.