SALUD
Se conocen datos reveladores sobre cómo se originó el covid-19 que contaminó al mundo
Crecen las pruebas de vínculos con animales en el mercado húmedo de Wuhan. Se perdieron muchas vidas, tiempo y energía para llegar hasta aquí.
Volvemos a hablar de los orígenes del SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19. En primer lugar, porque una revisión del Departamento de Energía de EE.UU. ha dado más relevancia que antes a la hipótesis de la fuga de laboratorio, aunque la confianza en esta conclusión es baja.
Pero más importante aún es la publicación y análisis esta semana de material genético, viral y animal, recogido en el mercado húmedo de Huanan en Wuhan, el lugar asociado para siempre con el inicio de la pandemia. Un artículo que aporta pruebas más sólidas que sitúan a los perros mapache del mercado como un posible reservorio animal del SARS-CoV-2, potencialmente infectando a los humanos.
Pruebas que habrían cambiado la historia
Es un tema que me toca de cerca. Yo era el representante australiano en la investigación internacional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre los orígenes del SARS-CoV-2. Fui a Wuhan en misión de investigación a principios de 2021. Visité el mercado ahora cerrado.
The debate about the origin of the COVID-19 virus has been fierce. A report released today gives the strongest evidence so far supporting the animal origin, pointing to a specific animal - a racoon dog and even a specific location in the live animal market. @normanswan #abc730 pic.twitter.com/oiXII4SWTK
— abc730 (@abc730) March 21, 2023
La pregunta natural que hay que hacerse ante la noticia es: ¿cómo de diferente habrían transcurrido estos tres últimos años si hubiéramos tenido estas pruebas sobre los perros mapache desde el principio? Habríamos reducido en gran medida la enorme energía, el frenesí mediático y las discusiones políticas sobre las hipótesis menos probables en relación a los orígenes de la pandemia. Y podríamos haber centrado mejor el foco de nuestra investigación.
Los giros, vueltas y rompecabezas
En enero de 2020 se tomaron muestras en varios lugares del mercado, pocas semanas después de los primeros casos de COVID-19 en Wuhan. En estas muestras ambientales fueron identificados ARN de SARS-CoV-2 y ADN humano, aunque ningún hisopo animal dio positivo para el virus. Los resultados fueron presentados al equipo de la OMS que investigaba los orígenes de la pandemia, del que yo formaba parte, en enero de 2021. Aquel trabajo fue publicado como preprint (publicado en línea antes de ser verificado de forma independiente) en febrero de 2022.
Los datos “metagenómicos” subyacentes para apoyar las conclusiones del preprint –que el SARS-CoV-2 y las secuencias humanas (pero no animales) estaban presentes– necesitaban ser publicados para permitir análisis posteriores. Esto es algo que suelen exigir las revistas y que se considera apropiado al espíritu de apertura y colaboración científicas. Sin embargo, la comunidad internacional no ha tenido acceso a los datos hasta principios de marzo de 2023. Fue entonces cuando se produjo un “drop” de estas secuencias metagenómicas ambientales en la base de datos GISAID, el repositorio internacional de secuencias virales de acceso abierto.
Esto permitió que un equipo independiente de expertos internacionales las analizara. En una sorprendente revelación, identificaron grandes cantidades de ADN de perro mapache y de otros animales junto con el SARS-CoV-2. Los perros mapache pueden infectarse fácilmente con el SARS-CoV-2 y transmitirlo. El equipo internacional publicó sus observaciones como preprint a principios de esta semana.
Cabe destacar la ubicación física de estas secuencias de virus y animales en una esquina determinada de un mercado que es muy grande, la esquina asociada a los primeros casos humanos. Ahora se sabe (aunque inicialmente las autoridades chinas lo negaron) que en esta zona del mercado se vendían animales salvajes y de granja.
Después de que el equipo internacional analizara las secuencias, se contactó con los científicos chinos que habían realizado las pruebas en el mercado para comentarlas y discutirlas, especialmente en torno a la importante observación de que entre las secuencias de SARS-CoV-2 había una gran proporción de ADN de perro mapache y de otros animales.
Las secuencias se retiraron de la base de datos GISAID a las pocas horas de ponerse en contacto con los autores del estudio. Esto es quizás inusual para una base de datos abierta como GISAID, y se podría buscar el motivo de por qué ocurrió esto.
¿Por qué es importante este trabajo?
Este último trabajo no prueba que los perros mapache fueran definitivamente la fuente del SARS-CoV-2. Es probable que hayan sido un huésped intermedio entre los murciélagos y los humanos. Los murciélagos albergan muchos coronavirus, entre ellos algunos relacionados con el SARS-CoV-2. Sin embargo, los datos se ajustan a la narrativa de las conexiones entre animales y humanos del SARS-CoV-2.
Esto, junto con otro examen de las conexiones animales con el SARS-CoV-2, debe considerarse en el contexto de la falta de datos sólidos que respalden las otras hipótesis de origen del SARS-CoV-2, como una fuga de laboratorio, alimentos congelados contaminados y adquisición fuera de China. Poco a poco, las pruebas apoyan el origen animal del brote, centrado en el mercado de Huanan, en Wuhan.
El tiempo que ha tardado en salir a la luz este primer trabajo y la dificultad para acceder a los datos brutos son lamentables, según ha señalado recientemente la OMS. Con benevolencia, se podría decir que se realizó un análisis erróneo de los datos originales recogidos a principios de 2020 y que los investigadores pasaron por alto los vínculos con los animales.
Cínicamente (y sin pruebas) se podría decir también que se reconoció la importancia de los datos pero no se pusieron a disposición del público. El motivo es algo que deben aclarar los investigadores chinos del Centro Chino para el Control de Enfermedades.
The data from the Chinese Center for Disease Control and Prevention is no longer available on the GISAID database where it was found by scientists. https://t.co/fXT6zt02dm
— Reuters Health (@Reuters_Health) March 21, 2023
¿Cuáles son las implicaciones de este retraso?
Si los datos se hubieran publicado a principios de 2020, se podrían haber realizado más estudios para comprender el origen animal del virus. Tres años después, es muy difícil hacer tales estudios, que implican rastrear desde el mercado ahora cerrado hasta las fuentes animales y las personas que manipularon estos animales. Unas respuestas más claras desde el origen de la pandemia también habrían quitado hierro al debate sobre los posibles orígenes víricos. Por supuesto, todas las hipótesis deben seguir sobre la mesa, pero algunas de ellas podrían haberse explorado mucho mejor si se hubiera dispuesto de todos los datos.
¿Habría cambiado el curso de la pandemia? Probablemente no. El virus ya se había extendido por todo el mundo y se había adaptado muy bien a la transmisión entre humanos cuando se dispuso de este trabajo. Sin embargo, habría impulsado la investigación en una mejor dirección y habría mejorado la planificación de futuras pandemias.
¿Y ahora qué?
Las lecciones para el futuro son obvias. La publicación en abierto de los datos de las secuencias es la mejor manera de emprender una investigación científica, especialmente para algo de tanta importancia internacional. Hacer que los datos no estén disponibles, o no solicitar ayuda en análisis complicados, sólo ralentiza el proceso.
El vaivén político resultante por parte de todos los países, en particular Estados Unidos y China, ha hecho que las sospechas se agraven y el progreso se ralentice aún más. Aunque la OMS ha sido criticada por errores en la gestión de la pandemia y en la recopilación de datos para comprender los orígenes y avanzar en futuras investigaciones, sigue siendo el mejor organismo internacional para fomentar el intercambio abierto de datos. La mayoría de los científicos quiere hacer lo correcto y encontrar respuestas a preguntas importantes. Facilitarlo resulta crucial.
Por: Dominic Dwyer
Public Health Pathology, NSW Health Pathology, Westmead Hospital and University of Sydney, University of Sydney
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation