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Estudio revela que los desastres naturales disparan la ansiedad y la depresión en humanos
Esta investigación se basó en una década de datos (2009-2019) de 5.000 personas cuyas casas fueron dañadas por desastres naturales, mostró un patrón alarmante.

Un reciente estudio publicado en The Lancet Public Health demostró que los desastres naturales recurrentes (inundaciones, incendios forestales o ciclones) no solo transforman los ecosistemas, sino que también dejan una huella profunda en la mente humana, pues deterioran la salud mental de forma progresiva, con efectos mucho más severos en aquellas personas que presencia estos eventos en cortos intervalos.
Cuando un ciclón arrasa con una comunidad, las casas se pueden reconstruir, cuando el incendio fulmina un bosque, la vegetación renace con el paso del tiempo. Sin embargo, esto no mismo pasa con la salud mental, pues esta se resquebraja de forma progresiva con cada nuevo desastre.
Esta investigación se basó en una década de datos (2009-2019) de 5.000 personas cuyas casas fueron dañadas por desastres naturales, mostró un patrón alarmante. Tras el primer desastre, los indicadores de salud mental cayeron en promedio de 1.6 puntos. Tras el segundo, ese desplome se duplicó en 3.4 puntos. Además, las personas que enfrentaron tres eventos extremos tuvieron un riesgo de un 16% mayor de sufrir de depresión severa.

Por otra parte, los investigadores de la Universidad de Nueva Inglaterra, Australia, descubrieron que el tiempo entre cada desastre natural es clave. Pues cuando ocurrían con 1-2 años de diferencia, el impacto psicológico es más abrupto que si había un tiempo de tres años o más.
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Asimismo, la recuperación se volvía más lenta, tras el primer desastre, había muestras de mejoría a los 12-24 meses, con el segundo ese deterioro se extendía sin retorno claro.
“Es como si cada nuevo desastre reabriera heridas emocionales previas. El estrés acumulado supera los mecanismos de resiliencia”, explicó la Dra. Amy Lykins, autora principal del estudio.
De acuerdo a esta doctora, los resultados de esta investigación son contundentes. El 40% de quienes sufrieron dos catástrofes y tenían condiciones de salud crónicas reportaron cuadros de ansiedad severa.
El estudio publicado he Lancet Public Health no ha escapado a las críticas. Paul Valent, presidente de la Australasian Society for Traumatic Stress Studies y psiquiatra del Monash Medical Centre, reconoció el avance estadístico de esta investigación, pero cuestionó el alcance de este trabajo.
“Li y Leppold demuestran que los desastres recurrentes aumentan trastornos como el TEPT, ansiedad o depresión. Su lógica es impecable, pero reducen la salud mental a un puñado de síntomas medibles. Ignoran el duelo, la ira, las consecuencias psicosomáticas (infartos, derrames) o el impacto social (divorcios, delincuencia). Es como analizar un terremoto midiendo solo grietas en paredes, no el colapso de cimientos”, explicó Valent.
De igual manera, este experto advirtió, “Las catástrofes activan el hemisferio cerebral derecho —el de las emociones y el caos—, pero este estudio las mide con herramientas del hemisferio izquierdo —lógicas y numéricas—. Es útil, pero insuficiente para captar la devastación humana”.

Hay que mencionar que, el análisis estratificado identificó que los jóvenes entre 18-30 años son quienes cargan con el mayor peso, mostrando peores indicadores que adultos mayores.
Los habitantes de zonas rurales, quienes cuentan con un acceso muy limitado a servicios de salud mental postdesastre, agravó los efectos.
Ante los preocupantes resultados, este estudio, financiado por el Consejo Australiano de Investigación, urge a repensar las políticas públicas dirigidas hacia el cuidado de la salud mental. “Los programas post-desastre suponen eventos aislados, pero estamos ante una nueva normalidad de crisis encadenadas”, advierte el Dr. Liam Scott, coautor.
Entre las recomendaciones, destaca la de extender el apoyo psicológico más allá de los 2 años tradicionales en zonas donde suceden con mayor frecuencia estos desastres, priorizar a grupos vulnerables e incluir historiales de exposición previa en los diagnósticos clínicos.