TURISMO
Así puede hacer turismo en Florencia y conocer famosas obras de Leonardo da Vinci
“Observa sin parar”, dice Leonardo. En esta, la tercera entrega de la serie a propósito de los 500 años de la muerte de Da Vinci, sus huellas conducen al epicentro del Renacimiento. A una ciudad en la que, aún hoy, se palpa lo que significó para el genio. Y viceversa.
Si se mira de cerca, es posible ver las huellas dactilares de Leonardo en el cuadro de La anunciación en la Galería Uffizi. Algo similar ocurre en toda Florencia. De noche, la ciudad ocurre en el Quattrocento. Al subir las escaleras que desembocan en la Piazzale Michelangelo quedan atrás los ruidos de este tiempo: los carros, los buses, las multitudes de turistas… Pasadas las 11, la Plaza está vacía y, al otro lado del río Arno, sobresalen las mismas estructuras que fascinaron a Leonardo cuando, en 1466, a los 14 años, dejó la vida rural en Vinci y se mudó a esta próspera ciudad vecina.
No habría podido encontrar en el mundo otro lugar tan estimulante para la creación, con tanto arte y tanta tecnología como Florencia. “Hizo de Leonardo un hombre universal”, me diría al día siguiente el profesor Francesco Caglioti, curador del Palazzo Strozzi.
Noche estrellada sobre el Arno y, como si estuviera en el siglo XV, veo la cúpula de la Catedral y también la torre del Palazzo Vecchio (Palacio Viejo) que, para ese entonces, no era tan viejo y se llamaba el Palazzo della Signoria. Abajo, el Ponte Vecchio ya sumaba siglos en tiempos de Leonardo y también unas cuantas inundaciones y reconstrucciones. Y luego está el río, el protagonista del primer dibujo del genio y, treinta años después, de un fallido proyecto de ingeniería hidráulica del mismo autor: un intento de dominar la ciudad de Pisa, desviando el curso del río, para ayudar a Florencia y a la corte de los Médicis en su campaña militar.
En Florencia, en Milán, en el Valle del Loira, en Roma… ¿Hubo acaso algún río que Leonardo conociera y no soñara con domar? La sonrisa de la Virgen María El Palazzo Strozzi (que se empezó a construir cuando Leonardo tenía 37 años) celebra los 500 años de la muerte de Da Vinci con una exposición que alude a los primeros años del genio en Florencia: una retrospectiva de su mentor, Andrea del Verrochio, quien le brindó educación y techo.
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A pesar de que Francesco Caglioti, curador, insiste en darle protagonismo al maestro, los visitantes van en busca del, presunto, único trabajo de Leonardo como escultor: una obra de terracota titulada La Virgen María con el niño sonriente. Caglioti defiende, entusiasta, la autoría de Leonardo, una teoría que pende de la sonrisa de la Virgen María y su similitud con otras obras. “Sería como decir que Da Vinci no pintó La Mona Lisa”, agrega exaltado.
No hay ninguna de estas atribuciones que tome por sorpresa a Martin Kemp, uno de los mayores expertos del mundo en Da Vinci, quien cada semana recibe nuevas solicitudes para certificar presuntos leonardos. ¿Por qué? “Leonardo es tan grande que todos quisieran tener una parte”, me dice desde Londres. En cuanto a la escultura del Strozzi, a pesar de una sonrisa particular, no ve ninguna razón de peso para que su autor no sea el que estaba acreditado: el florentino y contemporáneo de Leonardo, Antonio Rossellino.
En su explicación para la confusa autoría de la escultura de la Virgen, Caglioti acude a una frase que se queda conmigo. Dice que el errante destino de los objetos es muy parecido al de las personas. El Códex Da VinciTan o más azarosos que los destinos de las gentes o de las obras resultan los de los folios manuscritos de Leonardo. Vi algunas páginas en una pequeña exposición en la Escuela Superior de Bellas Artes, en París; otras en un imponente salón de la Biblioteca Ambrosiana, en Milán, donde, desafortunadamente, no se puede tocar ni un solo libro.
Como si se tratara de pistas en la ruta, una tercera serie se encuentra en exposición en el Palazzo Vecchio, en Florencia: las notas de Leonardo sobre la ciudad. Actualmente se conservan cerca de 7.200 páginas del puño y letra de Leonardo y los llamados códices son compilaciones de un desorden de cinco siglos, de piezas con todo tipo de destinos. Entre ellos, el códice Atlántico, de 2.238 páginas, que resguarda la Biblioteca Ambrosiana o el Leicester, propiedad de Bill Gates. Estas páginas son un diario, no tanto de su vida como de todo lo que pasaba por su cabeza: ideas sueltas, reflexiones, observaciones de hombres y animales, tratados sobre física, geología o hidráulica, diseños de máquinas imposibles, estudios para algunas de sus obras, hasta un par de chismes y desahogos... ¡Bienvenidos a la mente de Leonardo da Vinci!
Son una ventana única a la infinita curiosidad, el cómo, el por qué o el para qué de las cosas. Y algo más: la manera en que todo, en su imaginación, estaba interconectado. “El deseo de conocer es hermoso”, me dice Massimiliano Finazzer Flory parafraseando a Leonardo. Finazzer es un actor que duró décadas leyendo todo cuanto pudo sobre el genio para poder interpretarlo, primero en una obra de teatro de su autoría y luego en una película. Pero no se trata solo de un compilado de frases inspiradoras, aunque también, sino de entender la mente de Leonardo para poder apropiarse de su máscara.
“Reconstruí la historia del artista, del filósofo, del científico… y luego las uní todas”, me dice cuando le pregunto por el ambicioso proceso. Le pregunto por el mensaje de Leonardo que más lo conmueve y lo recita en el dialecto florentino de la época. Tal vez en la traducción pierda un poco el encanto pero es algo como que “si un hombre vence en batalla a mil hombres, obtendrá menos valor y menos victoria que si logra vencerse a sí mismo”. Para el actor, la necesidad de crear, de ser inventor e intérprete, entre la naturaleza y el hombre, era la mayor batalla de Da Vinci.
Walter Isaacson, biógrafo contemporáneo de Da Vinci, demuestra la importancia de su mente multidisciplinaria deteniéndose en una sola página de los códex. Una hoja escrita en 1490 que incluye, en simultánea, un retrato humano transformándose en un árbol sin hojas, estudios geométricos, un paisaje montañoso, un bosquejo para el monumento ecuestre de los Sforza, una columna de agua que cae provocando turbulencias y, en una esquina, una fórmula para fabricar tinte para el pelo. Fuera de los papeles, el Palazzo Vecchio también es protagonista de otro de los misterios de Leonardo: se considera que detrás de los muros del salón del Cinquecento, cubierta luego de una restauración, está la pintura que hizo de la batalla de Anghiari.
Medianoche en Florencia
En el centro de la ciudad, en las zonas del Duomo y Santa Croce, es posible sentir a los genios del Renacimiento muy de cerca. Sí, están El David y sus réplicas y La primavera, de Botticelli. De Leonardo se conservan La Anunciación, El Bautismo y el incompleto (un gran sello leonardiano) La adoración de los magos con un enigmático (Leonardo, de nuevo) personaje en la derecha que muchos consideran un autorretrato. Pero no es solo eso. Hay algo en las piedras de las calles, en el trazado de las plazas, en las columnas monumentales, en los rostros de las estatuas, en los santos de las iglesias, en el domo de la Catedral, en la puerta del Baptisterio que hace pensar que Leonardo siempre está, como en aquel salón, a una pared de distancia. “Mientras vas por la ciudad observa sin parar”, dice una de sus notas.
Medianoche y todo parece cerrado, pero del interior de la modesta fachada (para estándares florentinos) de la Basílica de Santissima Annunziata se desprenden unos destellos. Un golpe de suerte: hay una vigilia programada. Aquí no hay obras de Leonardo, pero sabemos que el lugar le sirvió de albergue en una estadía posterior en Florencia, entre 1500 y 1506. De hecho, en 2005, en el antiguo convento en la vecindad de la Basílica fue descubierta una escalera secreta que conducía a su taller en el que se encontraron estudios sobre el vuelo de los pájaros.Es probable, también, que en ese mismo lugar conociera por primera vez a Lisa Gherardini, la esposa de Francesco del Giocondo, cuya familia contaba con una capilla en la Basílica. Detrás de estas paredes se pintó el retrato más famoso de la historia de la humanidad.
La ciudad, entonces, se recorre como una de esas páginas en los cuadernos de Leonardo en las que todo se conecta: el aprendiz, el artista joven y el hijo pródigo que regresa. En sus estudios están también la cúpula de la Catedral, la mayor proeza de ingeniería de su tiempo, y las aguas del Arno convertidas en instrumento de batalla. Lo vemos, sin verlo, pintando el cuadro que se esfumó del Palazzo Vecchio… El Leonardo falso, el oculto y el visible. Abarca aire y el agua y la tierra.Florencia es Leonardo en su matiz más universal.
Artículo publicado originalmente en la edición 74 de la revista Avianca