Encerrado por la cuarentena, Christian Byfield recuerda una de sus experiencias de viaje. | Foto: Christian Byfield

TURISMO

Mi viaje en globo por el Maasai Mara

Soñar no cuesta nada. En tiempos de cuarentena, este es el único recurso que queda. También recordar los viajes pasados. Crónica Christian Byfield, instagramer de viajes.

30 de abril de 2020

"Despiértese, su café está listo", oigo esa frase lejos, muy lejos. No sé si estoy soñando o es la realidad. Abro los ojos, está todavía oscuro y mi cabeza me recuerda que estoy en la mitad del Maasai Mara, Kenia, y que un globo de colores espera por mí para ver el amanecer en el aire, todo gracias a una cantidad casi infinita de aire caliente. Ahí ya todo cambia de sentido. Muy raramente tengo que usar despertadores para ir a aeropuertos y ver amaneceres. En mi vida pasada, cuando era un ejecutivo de la bolsa, el despertador (con el sonido del mar) sonaba a diario para ir a mi oficina. Miro mi reloj, son las 4:45 a. m. los grillos siguen cantando. Ni los pajaritos están despiertos. Pero para mí es hora de montar en globo. 

Horas después de recorrido llego al punto de encuentro y veo la canasta de 12 pasajeros en el piso con un globo gigante desinflado y siete personas que se encargan de alistarlo. Me bajo y camino hacia él. El cielo empieza a ponerse morado, las nubes rojas y el sol se prepara lentamente para salir. Una acacia solitaria resalta en la mitad de la sabana del Masaai Mara. Somos 11 pasajeros los que volaremos, más el piloto, que nos dice que la noche anterior se terminó de leer el manual de cómo volar un globo. Chistes africanos que me hacen sonreír. 

La canasta tiene 5 compartimentos, cuatro en cada esquina y uno central donde va el piloto, y tres pimpinas grandes de gas. Esa es la cabina de mando. El capitán se presenta, nos cuenta un poco del procedimiento y del vuelo. Dice que iremos a donde el viento nos quiera llevar. Nosotros controlamos la altura; el viento, nuestro destino. Pienso en el libro "Lo que el viento se llevó".

El vuelo durará entre 30 minutos y una hora, dependiendo de las condiciones climáticas y la dirección del viento. Nos señala a lo lejos y dice entre risas: "Esas montañas son en Tanzania, y claramente no podemos volar en globo a otro país. Si el viento nos lleva para allá, el vuelo será más corto". Explica que para el aterrizaje nos debemos sentar en unas pequeñas sillas que tiene cada compartimento y agarrarnos de unas cuerdas en caso de que la canasta se voltee.

Dos ventiladores de gran potencia se prenden, uno a cada lado de la canasta. Lentamente se ve cómo ese aire va inflando el globo gigante que nos llevará de safari, una palabra del suajili que significa viaje. El globo se infla y desde el mando de control el capitán prende la llama para calentarlo, lo que hará que lentamente el globo se empiece a elevar. Cuando ya está totalmente elevado, paran la canasta y nos llaman a abordar.

Todos a bordo. El capitán con sus guantes de cuero hace que el fuego se prenda con potencia. Siento el calor venir desde arriba, el fuego suena. Una vez el aire está lo suficiente caliente empezamos a volar. Lentamente nos elevamos y el viento muy suave nos empuja a donde él quiera. El sol todavía no ha salido. Creo que es mi forma favorita de volar,pues me genera mucha paz.

El hermoso paisaje de Kenia al amanecer. Foto: Christian Byfield.

Veo los primeros rayos de sol en mi cara y con eso la sabana africana se empieza a llenar de luz, se aprecian los árboles solitarios, pequeños ríos y varios animales como los impalas están comiendo, las cebras nos miran y se agrupan. Otros dos globos despegan y los veo desde la distancia. El piloto nos señala dos águilas que acaban de aterrizar en un árbol, ellas nos miran, el viento con su suavidad nos acerca y se asustan. Siguen su vuelo.

Nuestro piloto vuelve a señalar, miro a donde apunta su dedo, una mancha más amarilla que la sabana, una con melena y colmillos. Es un león (simba en suajili) que reposa en la cima de una montaña y unos 100 metros adelante más de 15 jirafas pendientes del león. Un safari desde arriba es diferente porque nos da una visión más completa.

Después de un buen tiempo y de ver unos 300 búfalos y muchos otros animales, el capitán nos indica un posible punto de aterrizaje. Los pasajeros están todos sonrientes. Una canadiense llora porque su novio le acaba de proponer matrimonio en los aires de Kenia, ella acepta y se dan un beso en el globo. Los demás pasajeros sonríen. Nos sentamos, nos agarramos de las cuerdas, miro para arriba, veo al piloto muy concentrado haciendo sus malabares para aterrizar fácilmente. Dice "alístense para el primer intento". Lentamente bajamos y la canasta toca el piso, el viento sigue empujando así que rebotamos en el piso, el piloto se ríe, otra rebotada y a la tercera el piloto dice "preparados para voltearse".

A la cuarta rebotada efectivamente la canasta se volteó de una manera controlada. Todos quedamos acostados sobre un lado de la canasta mirando al cielo, con el piso abajo. Nunca me había tocado una aterrizada así en un globo. Todos nos reímos porque todo bajo control. En el momento de la aterrizada ya todos los ayudantes de tierra estaban esperando por nosotros con tres camionetas de safaris. Nos montamos en ellas rumbo a nuestro restaurante para desayunar.

Una mesa con mantel blanco y rojo en la mitad de la sabana, un chef con su gorro blanco grande con una cocineta y comida deliciosa esperaban por nosotros. Al bajarnos del carro nos entregaron una copa de champaña para cada uno. Es algo típico de montar en globo. Pasaron unas cebras a la distancia, las copas suenan y todos brindan. Respiro profundo, miro el horizonte, me tomo mi último sorbo de champaña, le agradezco a la vida por este vuelo, por todo esto que está pasando. Sonrío, siento el viento pasar, viento que me trajo hasta acá en un globo lleno de colores.

Despierto de mis recuerdos. Estoy en mi casa y pienso en cuándo volveremos a poder disfrutar de estos viajes maravilloso en los que cada vez aprendemos a querer más la tierra. Tengo esperanza de que será muy pronto.