Pradera, Valle del Cauca
Desminar Pradera: una tarea de campesinos, indígenas y militares
En este municipio del Valle, el trabajo de desminado no solo ha ayudado a recuperar los senderos sino también la confianza entre los habitantes de la comunidad
La plaza principal de Pradera, Valle, tiene cuatro esquinas. En la primera, la guerrilla destruyó un banco; en la segunda, explotó la estación de policía; en la tercera, detonó una moto bomba que dejó un muerto y 56 heridos; y en la última, otra bomba que dejó 35 muertos, entre ellos 14 niños que celebraban Halloween.
Llegar desde Cali hasta esta plaza toma apenas una hora y media a bordo de un bus intermunicipal de $5.600. Bautizado como el ‘municipio dulce del Valle del Cauca’, Pradera, ubicado al suroriente del departamento, vivió durante más de 20 años las consecuencias del conflicto. Según el Registro Único de Víctimas, 826 es el número de campesinos, afrodescendientes, indígenas, y civiles que han sufrido la guerra.
En medio de este contexto de violencia, subiendo por la cordillera central de Los Andes que bordea el Río Bolo, se encuentra uno de los principales centros de operación militar del suroccidente colombiano. Esta zona rural sirve de conexión entre los departamentos del Tolima, Cauca, Valle del Cauca, y en general, todo el Pacífico colombiano. Esta ubicación convirtió a Pradera en un corredor estratégico para la actividad guerrillera, militar y paramilitar en épocas de conflicto.
«Aquí se sentía mucha zozobra. En los inicios, las guerrillas comenzaron a llegar a las casas y a conversar con los civiles. Al tiempo también llegó el Ejército a decir que éramos colaboradores de las Farc. La comunidad estaba entre la espada y la pared. Nos reunimos con los guerrilleros y les dijimos: respetamos su ideología, respeten la nuestra».
JOSÉ ARNOBIS SOLANO, líder indígena
José Arnobis Solano, líder indígena, tuvo que interceder ante los armados para que no minaran el acueducto de su resguardo. © JUAN MANUEL FORERO.
José Arnobis fue alcalde y gobernador del resguardo indígena Kwet Wala Dxuus Yat Nasa (traducido al espanol: Piedra Grande Casa Sagrada de los Nasa). Hoy es uno de los voceros y garantes del proceso de desminado humanitario que realiza la organización internacional The Halo Trust en las veredas de La Carbonera, El Nogal y La Fría.
Las víctimas de minas antipersonal en Colombia son más de 11.000, según el Observatorio de Minas de Colombia. En Pradera, el segundo municipio del Valle con más víctimas de este tipo después de Florida, son 32. Estas armas clandestinas, sepultadas en los caminos cotidianos de quienes se dedican a cultivar la tierra, son la amenaza más aterradora e intimidante para los habitantes del sector.
Al territorio indígena empezaron a llegar diferentes grupos ilegales con advertencias sobre las restricciones que debían tener para circular sobre su tierra. Ante la presión, lo único que pudo hacer el líder indígena fue pedir que, al menos, no minaran los caminos por donde pasaba el acueducto.
En corregimientos como Potrerito, Bolo Blanco, Bolo Azul y San Isidro hay otras comunidades que caminan por una Pradera minada. Específicamente, en Bolo Blanco y Bolo Azul viven unas 40 familias de campesinos que durante más de 25 años quedaron en medio del fuego cruzado entre las FARC, el ELN, las Águilas Negras y el Ejército.
Este corregimiento, a poco más de una hora de la cabecera, es una zona agrícola y ganadera que abastece las plazas de mercado del Valle del Cauca con café, brócoli, coliflor, papa, plátano, trucha, productos lácteos y gulupa, fruto de exportación que se conoce popularmente como “maracuyá morado”.
Sede en Pradera del resguardo indígena Kwet Wala Dxuus Yat Nasa, que significa Piedra Grande Casa Sagrada de los Nasa. © JUAN MANUEL FORERO.
Un trabajo de todos
Llegando a la cima de la montaña, exactamente a 2.300 metros de altura sobre el nivel del mar, se encuentran los campamentos de la Brigada de Ingenieros de Desminado Humanitario No. 6. En esta zona opera el pelotón Átomo II del Ejército Nacional, a cargo del Teniente Coronel Alexander Bossio.
Los mismos soldados que alguna vez se camuflaron en las selvas del Caquetá, Putumayo, y el Cauca para derrotar los movimientos guerrilleros del país, hoy tienen una sola misión: entregar un país libre de minas en 2021. El pelotón de buscaminas en Bolo Blanco y Bolo Azul, desde hace un año, hace parte de los 5.692 desminadores que trabajan en todo el país por recuperar el territorio y proteger a la población civil.
En este campamento, las armas se cambian por detectores de metal y el camuflado por un traje azul. Para los soldados es otra vida, una más tranquila. Para los campesinos es otra Pradera, una sin minas. Soldado y campesino conforman un solo equipo y juntos han logrado desminar 11.000 metros cuadrados de los 85.000 que se han despejado en el municipio (ahí también trabaja el operador The Halo Trust).
El campamento del corregimiento Bolo Azul funciona en una finca que cedieron dos habitantes del lugar. © JUAN MANUEL FORERO.
Los pobladores de la zona rural entregan los datos necesarios para ayudar a identificar las posibles zonas contaminadas. “El campesino por lo general nos da la información cien por ciento exacta. En el corregimiento de Bolo Azul ellos están comprometidos con la misión”, reconoce el teniente Rafael Martínez Bossio, mientras Arbey Ruiz, uno de los habitantes del corregimiento, espera el momento oportuno para invitarlo a celebrar las fiestas del campesino del 29 de septiembre.
Pero su labor va mucho más allá de eso: algunos pradereños han cedido sus tierras para la organización de los campamentos de desminado. Ahí suelen compartir una taza de café bien cargado que hierve mientras el humo se pierde con la neblina que esconde la carretera. Es su manera más sincera de decir gracias.
Arbey y su hermano Norberto viven en Palmira, pero prefieren quedarse a vivir en la finca de su abuela, en el corregimiento de Bolo Azul, donde hoy funciona el campamento de desminado.
«Esta finca siempre quedó en la mitad. En una montaña se hacía la guerrilla, en la otra el Ejército. Cuando menos pensábamos, se escuchaban disparos de lado a lado».
ARBEY RUIZ, habitante de Bolo Azul, Palmira
Arbey Ruiz y su hermano Norberto comparten con los desminadores sus tierras y sus mañanas. © JUAN MANUEL FORERO.
La Pradera de hoy
Después de la hora del sancocho de leña, en las montañas de Pradera sale el sol. La neblina despeja un poco y las zonas verdes cobran vida. Arriba y abajo hay campesinos trabajando. Por la angosta carretera baja el camión de la leche que se vende por litros; el dueño de los cultivos de brócoli y gulupa; don José y su esposa con el mercado que va para Rozo, y doña Teresa con su hijo en un jeep. Después del sancocho, Pradera y sus corregimientos viven la tranquilidad que habían deseado desde hace mucho tiempo.
“Antes nadie llegaba por acá, pero hoy tenemos muchas visitas de gente que está subiendo a la montaña, de otros que están volviendo al campo. El ciclismo está agarrando un auge increíble: semanalmente tenemos visitas de 200 o 300 ciclistas en un fin de semana. Vienen carros de alta gama que nunca se atrevieron a subir y ahora conocen este paraíso natural”, dice Luis Alberto Latorre, un pradereño que vivió en Estados Unidos gran parte de su vida y regresó a Colombia por una mujer.
Pradera es el segundo municipio del Valle con más víctimas de minas antipersona: 32. © JUAN MANUEL FORERO.
A Luis Alberto le tocó vivir el conflicto armado por accidente. Un día cualquiera lo llamaron de un grito y le pidieron auxilio. Uno de los trabajadores de la finca vecina había pisado una mina y necesitaba con urgencia llegar al Hospital San Roque, el único de la cabecera municipal. Luis Alberto, sin pensarlo, tomó su carro y lo llevó al hospital para que lo atendieran.
Un saludo basta para iniciar una larga tertulia con don Luis y en pocos minutos quedar enterado de la actualidad de Pradera: que todavía existe el trueque, que su padre es el dueño de las patentes del calentador de agua, y que el vecino vende la libra de moras a $2.000.
La plaza de Pradera tiene cuatro esquinas. En una de ellas, suenan las campanas de la iglesia. En otra, los habitantes del municipio hacen fila para sacar plata del cajero. En la tercera, hay un festival de bandas infantiles que entonan el himno nacional. Y en la última, llega el bus intermunicipal con turistas, comerciantes y dos periodistas que no buscan minas, ahora buscan historias de paz.
POR: Juan Manuel Forero | @juancho_forero
Nathaly Anaconas | @_alanata
Estudiantes de Comunicación Social y periodismo en la Universidad Autónoma de Occidente.