Claudia Varela, columnista

Opinión

El motor invisible

Hay algo muy claro, y es que construir confianza no ocurre de la noche a la mañana, pero sus beneficios son incuestionables.

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Claudia Varela
7 de diciembre de 2025

Creo firmemente que la base de una buena relación es la confianza. Saber que lo que escucho es real, que no hay dobles agendas, que lo que se ve es lo que hay, me parece invaluable en la conformación de un equipo exitoso.

Sin embargo, también me doy cuenta de que a los humanos nos cuesta mucho la transparencia total y el mundo organizacional hace que la presión de sobresalir muchas veces lleve a que la confianza se pierda.

Y es que, en cualquier equipo de trabajo, la confianza es mucho más que un valor deseable; es la base que sostiene la colaboración y el rendimiento. Cuando existe confianza, las personas se sienten seguras para compartir ideas, expresar dudas y asumir riesgos sin temor a ser juzgadas. Esto crea un ambiente donde la innovación fluye y las soluciones surgen de manera más efectiva.

Si queremos confiar, hay que evitar los chismes, las historias sin fundamento y los comentarios tóxicos. Cuando hay confianza, las conversaciones son abiertas y sinceras, lo que evita malentendidos y reduce conflictos innecesarios. Pensemos: si alguien se retrasa en la entrega de un informe, la reacción no es la crítica, sino la búsqueda de apoyo para resolver la situación. Esa actitud fortalece la cohesión y evita que los problemas se conviertan en líos personales.

La confianza también impulsa la colaboración y el compromiso. Cuando los miembros creen en la integridad y capacidad de los demás, se genera un sentido de pertenencia que motiva a dar lo mejor. En proyectos complejos, esta conexión se traduce en ayuda mutua, intercambio de conocimientos y un esfuerzo conjunto para alcanzar los objetivos. Suena un poco romántico, pero ¿quién no se ha sentido respaldado en un momento difícil, sintiendo que tiene equipo y hace parte de algo que vale la pena?

Además, es bueno reflexionar que, si se confía, los errores se convierten en oportunidades de aprendizaje. En lugar de señalar culpables, los equipos que confían se enfocan en soluciones y posibles cosas por mejorar. Es bueno generar la conducta del “el que se opone, propone”; así evitamos los comentarios por detrás.

Un líder que reconoce un error propio envía un mensaje poderoso a su equipo, se muestra como ser humano, ilustrando que equivocarse no es un fracaso, sino parte del camino hacia el crecimiento. No es fácil, pero es parte de un proceso de crecimiento real para todos los miembros de un equipo.

Está claro que las empresas que promueven la colaboración y la confianza son cinco veces más propensas a ser consideradas de alto rendimiento. Según Deloitte, las compañías confiables superan a sus pares hasta en un 400 % en rendimiento, y el 79 % de los empleados que confían en su empleador están más motivados y menos propensos a abandonar la empresa. Harvard también reveló que los entornos laborales basados en confianza aumentan la productividad y el bienestar, reduciendo el estrés y mejorando la colaboración.

Hace poco, en una clase de liderazgo, hablamos sobre algunos ejemplos de confianza. Empezamos con Google y su Proyecto Aristóteles, que demostró que la seguridad psicológica es el factor más importante para el rendimiento de los equipos. De otro lado, LEGO apostó por la creatividad colectiva y la confianza para superar una crisis y reinventar su modelo de negocio. También encontramos a Toyota, que refuerza la confianza mediante su filosofía de “ir al gemba”, escuchando y colaborando con los equipos para mejorar continuamente.

Hay algo muy claro, y es que construir confianza no ocurre de la noche a la mañana, pero sus beneficios son incuestionables. Un equipo que confía es más resiliente, más creativo y capaz de enfrentar los desafíos con unidad. A mi juicio, la confianza es el motor invisible del crecimiento de cualquier relación entre humanos. Por más gente en la que se pueda creer, no quisiera dejar de creer.

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